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El partido joven ya viene


Si tienes entre 18 y 30 años, estás en el segmento joven de la sociedad. Tus obligaciones son estudiar, prepararte para la vida adulta. Se trata de que puedas trabajar en algo que te permita ser feliz, aplicar tus talentos y lograr un ingreso que te permita fundar un hogar, tener una pareja y criar tus hijos. Es la rueda eterna de la existencia y tu tiempo, ese que tú crees infinito, es un breve aliento que te regala la vida para que le agregues toda la adrenalina de tu voluntad para crecer, aquí y ahora.



El asunto es que te han impuesto un mundo en donde el que no tiene dinero, no cuenta. Te bombardean los spots, eres un simple mercado objetivo, un individuo estereotipado al cual hay que hacer consumir. El perfil manda qué debes vestir, te impone tal o cual marca, estar en onda es meterte algunos aros en la nariz, parecerte a los clichés que te muestra la pantalla, lo único que parece existir. Te convocan al placer desmedido. Te inyectan bebidas electrizantes y te amenazan y rondan las mafias de la diosa blanca que ha tronchado a muchos niños y jóvenes como tú.



El mundo que te rodea es violento. Lo es en la escuela, en las poblaciones, en las universidades. En el planeta, en los dramas que el cable o la Internet nos acercan a diario, vemos morir jóvenes como tú. Jóvenes que deben servir de carne de cañón para que se preserven intereses de tenebrosas corporaciones mundiales.



Vives en un país que conmina al éxito, en ciudades donde cuesta respirar, en donde no hay áreas verdes disponibles. Si te recuestas en el césped te arrestarán por sospecha. En las ciudades no tienes donde hacer deporte, ya no pueden jugar una pichanga de barrio porque los delincuentes se apropiaron de esas zonas y sólo te queda aislarte frente al televisor. Para más remate, vives en una sociedad que exige resultados, que te presiona para estar entre los mejores. Mientras pagan tus viejos eres denominado población pasiva, pero cuando das el primer paso al mercado y te conviertes en asalariado, trabajador independiente, empresario de tu propia vida, o cesante ilustrado, pasas a ser para el Estado, un contribuyente; y para el mercado un potencial consumidor.



Para ti, joven de esta década, la vida ha sido difícil. Tus dos padres seguramente han debido trabajar. Te has criado más con la TV que con el diálogo familiar. No has disfrutado los postres ricos de tu abuela porque ella también está en otra, buscándose quizás a sí misma y superando su soledad. Tuviste que aperrar en períodos de pobreza, cuando alguno de tus viejos se quedó sin pega. Tuviste que estudiar con fotocopias. Pasaste hambre, de esa que se rellena a puros completos y ketchup, los platos olorosos sólo se cocinaron en tu casa de vez en cuando.



No quieres saber nada con política porque de ella escuchaste hablar cuando niño y la sabes responsable del orden que te imponen, porque has visto que las cosas en vez de mejorar, empeoran, que te sientes cada vez más solo, que partes a tu vida adulta debiendo y sabiendo que si no te endeudas no tienes ninguna chance de salir adelante.



Si naciste en un barrio popular, en una familia modesta, has sabido de inseguridad, has sufrido necesidades, tienes más temores. De pronto, como que toda esa bronca quiere romperlo todo y pateas semáforos, rompes escaños de tus propias plazas, te sientes en la tele y rayas las casas de tus vecinos y escribes calles con k y lo único que te motiva, anarco perruno, es la defensa de los quiltros vagos de tu barrio, esos que los asesinos matan con saña siguiendo los mandatos del municipio y por unas cuantas monedas. Los únicos amigos que te menearon la cola terminan en los camiones de basura, a ti nadie te preguntó y eran tus únicos amigos. Mierda de sociedad que te hemos heredado.



Pero te resistes a participar, no cruzas la vereda para inscribirte. No quieres comprometerte y tu tiempo se va agotando. Así, seguirás siendo funcional para quienes están en el poder, sean de derechas o izquierdas, da lo mismo. El asunto es que mientras estás allí, pateando tu rabia, el mundo sigue rodando y tú vas envejeciendo, mientras los corruptos que quisieras erradicar siguen sobándose las manos por tu pasividad. Cuando tus hijos, si llegas a tenerlos, te pregunten. ¿Qué hiciste tú para que en algo cambiaran las cosas en tu país, cuando eras joven? ¿Qué les vas a decir?



Joven, tienes una gran oportunidad. Está en tus manos decidir. Nada te regalarán. Todo requiere esfuerzo. Representas casi un tercio del electorado y bien podrías asumir responsabilidades políticas, sin que te manipulen, generando tus propios espacios.





(*) Consultor internacional, escritor y columnista



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