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Papado y poder político

Oremos por la vida de Juan Pablo II. Oremos también porque nos abramos a la verdad, esa que nos hará libres siempre y cuando nos atrevamos a romper las cadenas del poder que nosotros mismos hemos creado.


Pablo VI murió a los ochenta años. Su sucesor Juan Pablo I, de sesenta y cinco años, murió treinta y cuatro días después de haber aparecido sonriente ante la multitud reunida en San Pedro. El nuevo Papa fue una sorpresa para todos: Karol Wojtyla era el primer pontífice no italiano en 456 años. Así como Juan XXIII fue hijo de campesinos, Juan Pablo II es hijo de obreros. Y con 58 años era el Romano Pontífice más joven desde 1846. Había sido autor y actor de obras de teatro; hablaba siete idiomas; era traductor de los poemas del místico San Juan de la Cruz; había trabajado en la resistencia antinazi y era motivo de esperanza para los jóvenes y obreros polacos que vivían bajo el otro totalitarismo del siglo XX: el comunista. En teología y filosofía era un personalista que buscaba a Dios en el trabajo, en la amistad y en el amor de la persona humana.



Cansado y enfermo hasta el extremo, ese hombre veinticinco años después leyó los nombres de treinta y un nuevos cardenales. Doce de ellos son italianos. Se tratará de un total de 135 cardenales que elegirán su sucesor. Así ha quedado constituido en un colegio básicamente eurocéntrico. Se trató de un acto político descarnado que impulsaron quienes se encuentran detrás del Romano Pontífice. De eso no queda duda. Basta ver las imágenes de un anciano martirizado en el ejercicio de su ministerio. ¿Por voluntad de Dios? ¿Es necesario todo esto? ¿Quiénes toman las decisiones en el Vaticano? ¿Quiénes deciden por más de mil millones de católicos repartidos por todo el mundo?



Juan Pablo II parece más bien víctima de un sistema que lo proclama Romano Pontífice. El Papa está dotado de potestad suprema, inmediata y universal y puede siempre ejercerla libremente. Se trata de una institución perpetua y su sacro primado universal está dotado de magisterio infalible. A ese cargo no se puede renunciar. Sólo hay un precedente de triste memoria. Pablo VI al cumplir los setenta y cinco años no se atrevió a seguirlo. Y para ejercer tamaño poder la Iglesia Católica entrega al Romano Pontífice los dicasterios de la Curia romana, los cuales deben velar por el bien de la Iglesia universal. Ellos ejercen un enorme poder.



Así, la Iglesia Católica no es democrática y no le corresponde serlo. Institucionalmente es una monarquía electiva desde el Tercer Concilio de Letrán de 1119. Su verdad es revelada y no puede ni debe someterse a consensos ni votaciones. Se nombra un Sumo Pontífice vitalicio y cuando este muere, los cardenales, «los príncipes de la iglesia», nombran a otro. Esta organización le ha dado dos mil años de vida y la ha hecho extenderse al mundo entero, siendo la más poderosa de las iglesias cristianas. Ella fue global desde su nacimiento, sin perjuicio que se hizo local con la inculturización del Evangelio. Con estricta jerarquía, dogmas claros, ritos severos, doctrina universal ha sido un pilar formidable en la construcción de occidente.



Sin embargo, este es un esquema de poder que está agotado. ¿Por qué? No sólo porque nunca es bueno concentrar tamaño poder en una persona, que finalmente es humana. Sino porque, además, no se ajusta al propio Magisterio de la Iglesia Católica ni a los desafíos de su devenir. Duras palabras, pero simplemente, hagámonos las siguientes polémicas preguntas: ¿Cómo se ejerce el poder dentro de nuestra Iglesia? Si la subsidariedad es tan buena, ¿por qué no más poder a las Iglesias locales? Si la participación es tan excelsa ¿por qué no más colegialidad? Si la diversidad es fruto de la riqueza de la creación, ¿por qué no más pluralismo en nuestra Iglesia Católica? Si somos todos iguales, ¿qué pasa con las mujeres en nuestra Iglesia?



Veamos los desafíos que le depara el futuro al catolicismo. Llegará un día en que de cada tres católicos, dos serán latinoamericanos, africanos o asiáticos. Y entre los africanos golpearse en el pecho es símbolo de orgullo y no de humildad y es en el vientre y no en el corazón donde según ellos se anidan los sentimientos, por lo que mucho de nuestros ritos y normas canónicas son demasiado occidentales, latinas y romanas para ellos. Habrá que cambiar. Para eso el centralismo romano ya no sirve.



Sabemos que el papel de la mujer en la comunidad primitiva era fundamental como lo fue el de María, con la que se abre el Evangelio, y Magdalena, con la que cierra la bella historia de Dios y del ser humano. ¿Así como en el siglo XIX la Iglesia perdió a los obreros; en el siglo XXI perderá a las mujeres? Pedro era apóstol casado, pero nada le impidió seguir a Jesús hasta la cruz. ¿Qué decir de los más de diez mil sacerdotes católicos que contrajeron vínculo matrimonial? El rito de los primeros cristianos eran ciertamente muy distintos a los actuales, pero finalmente iguales. ¿Por qué no abrirse a la diversidad de culturas y formas de adoración a lo divino? Antioquía, Constantinopla, Alejandría, Jerusalén y Roma juntas predicaban el amor. El primado de Roma se basaba en que era «sirviente entre los sirvientes de Dios». Los Papas eran elegidos por el clero y pueblo de Roma hasta principios del segundo milenio. San Agustín fue elegido por una asamblea Obispo de Hipona. Cuenta la historia que no quería serlo.



Oremos por la vida de Juan Pablo II. Oremos también porque nos abramos a la verdad, esa que nos hará libres siempre y cuando nos atrevamos a romper las cadenas del poder que nosotros mismos hemos creado.





(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.



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