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Pedrito y el lobo


Debo partir por confesar que me equivoqué al saber de las acusaciones de la diputada Pía Guzmán. Ella es una mujer seria. Me pareció de sentido común que una denuncia de tal calibre sólo podía basarse en sólidos hechos. Las filmaciones y testimonios debían ser graves, precisos y concordantes. Y si bien la forma utilizada era impropia de un abogado, creí que poderosas razones debieron haberla impulsado a obrar tal y como lo hizo. Y, finalmente y esto es lo principal, la defensa de la integridad física y mental de nuestros niños debe ser cautelada a cualquier precio. En la guerra y en el amor no hay que escatimarse en gastos. Y la lucha por nuestros niños es una guerra fundada en el amor a los más desprotegidos.



Sin embargo, al escuchar los testimonios de las dos personas que estuvieron en la reunión, donde se dio la información que dio pie a la denuncia, todo se empezó a diluir. Ya no hay ni filmaciones ni testimonios confiables. Para colmo de males, para defenderse la diputada ha comenzado a hablar en contra de la clase política … Ä„de la que ella forma parte! Al no personificar sus acusaciones ha cubierto con un manto de dudas la principal asamblea permanente, deliberativa, pluralista y representativa de la democracia chilena.



¿Por qué hemos podido llegar a este extremo? Creo que la respuesta es que estamos llegando al final del camino de una forma de fiscalización y de un determinado discurso público. Los diputados tienen el derecho y el deber de fiscalizar. No cabe ninguna duda. Y entre ellos hay trigo y cizaña. Son humanos como todos. Pero justamente por ello deben fiscalizar para fortalecer el Estado Democrático de Derecho. No para destruirlo. Y si los representantes del pueblo no son capaces de hacerlo, en grave peligro está nuestra democracia. Hay valores que son parte de la cultura de los pueblos y que no pueden ser jamás olvidado. Uno de ellos es la honra.



El derecho al honor, es decir, al buen nombre y al reconocimiento positivo de la sociedad, forma parte de nuestra tradición judeo-cristiana que nos une como comunidad. En efecto, en el Eclesiastes encontramos lo siguiente «El cuerpo del hombre es vanidad; el buen nombre no será borrado. Ten cuidado de tu buen nombre. Que permanece, más que millares de tesoros. Los días de vida feliz son contados, pero los de buen nombre son innumerables»(Ecl. 41,14-16).



Y Bernardo de Claraval insistía en el nocivo efecto social que producía el hablar mal al sostener que «La murmuración mata a tres personas: a quien la siembra, a quien la recoge y a la víctima». Y los enemigos de la virtud pública sabían el efecto devastador de las calumnias. Maquiavelo, en sus «Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio», sostiene: «Las calumnias no necesitan ser probadas ni por testigo ni por ningún otro medio particular, de modo que cualquiera puede ser calumniado por cualquiera».



¿Por qué en este caso se las emprendió contra los parlamentarios y no contra agentes de policía o empresarios que aparecían involucrados en la red de pedofilia? Esta es una pregunta política capital. Mal que mal la diputada denunciante era además vicepresidenta de un partido. La razón puede encontrase en lo que ya parece ser un reflejo condicionado de nuestra sociedad: hablar pestes de nuestros representantes. Sabemos que el 78,4 % de los chilenos tiene poca o ninguna confianza en el Congreso Nacional. Y el mismo informe del PNUD del 2002 señala que el 84,2% dice confiar poco y nada en los partidos políticos. Vistas así las cosas no cuesta mucho hablar en contra de «los señores políticos».



El problema de esta forma de proceder es que está aserruchando a pasos agigantados la rama sobre la que están sentada la transparencia, la verdad y la justicia en Chile: el Estado Democrático de Derecho. Si en los regímenes autocráticos los adultos no tienen derechos civiles ni políticos, ¿lo tendrán los niños? Si la democracia, que es el gobierno ante el público y de los muchos, no defiende bien a sus niños, ¿lo podrá hacer la autocracia que es el gobierno escondido, de los pocos y fuertes?



La Diputada Pía Guzmán es una mujer seria, ha defendido los derechos de los niños hasta aquí. Esperemos que dé todos los antecedentes y que se esclarezca la verdad. Lo peor que podría ocurrir es que Chile quede con la impresión que algo muy oscuro se ha entretejido en las estructuras del poder democrático. No podemos seguir con » disparos a la bandada». Pues de continuar este estado de cosas llegará el día en que las acusaciones sean ciertas y ya nadie las creerá. Se habrá faltado tanto a la prudencia, a la justicia y a la verdad que Pedrito ya no podrá detener al lobo de la maldad.



(*) Director Ejecutivo Centro de Estudios para el Desarrollo, CED.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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