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Los impresentables


Machiavello escribe que si una república o una secta aspira a tener larga vida, periódicamente debe intentar un regreso a sus orígenes. Las convulsiones de la semana pasada demostraron, entre otras cosas, que junto con Guzmán y el invisible Tata, la santísima trinidad de la UDI también lo debe incluir. La incansable y heroica tienda del pinochetismo aggiornato enfrentó una conspiración diabólica y celebró su aniversario -curiosamente llamado «cumpleaños» en varios medios de información- en forma simultánea. Y para enfrentar las dos ocasiones, la secta derechista volvió a lo que don Niccolň llamaba il suo principio.



Vamos por partes. La reacción de la UDI frente a la crisis Pedogate fue ruidosa, fulminante y odorífera; no bombardearon La Moneda porque ya no tienen Hawker Hunters ni mandaron un «ubicar y detener» dedicado a Pía Guzmán porque ya no tienen DINA, pero la furia santa y el afán de venganza fueron los mismos de otrora.



Longueira, monocéjico, chascón y más enojado que los bolivianos, se dedicó a sacar a «Jaime» al baile de la manera más inesperada, y además estrenó una imitación cuica del dedo acusador de Lagos para acompañar sus filípicas. Algún consejero de imagen debería decirle a Pablito que cuando él apunta con el índice tiene que cerrar el pulgar, porque si lo deja así, con el percutor abierto, parece que estuviera jugando a los pistoleros o imitando a algún olvidado héroe de la patshia. Pero lo más importante es que le recuerden que, si estuvo alguna vez de acuerdo con lo que hicieron Pinochet, Arellano Stark, Torres Silva, y joyitas similares, a la hora de lamentar asesinatos políticos, denunciar montajes o complots y comer pescado, tiene que irse con mucho, mucho cuidado. De lo contrario, que adiestre ese dedo acusador -o gatillador- para sacarse las espinas de la boca.



El episodio del «cumpleaños» fue menos bochornoso, pero sólo un poquito menos. Los consultores de imagen de la secta idearon una pasarela estilo Cachantún Fashion, diseñada para borrar cualquier asociación con Chacarillas ’77 o con el fascismo huaso-operático de la campaña del SÍ 88. Pero, como la sangre tira hacia el origen, según aconseja Machiavello tuvieron que celebrar en el vientre materno mismo de la UDI, el edificio Diego Portales, aunque los genios mediáticos se vieron en la obligación de cubrir con velos, lienzos y una pantalla gigante el conocido proscenio del salón de actos, el mismo donde hace veinte años muchos de los presentes coreaban con entusiasmo sus sieg, Heil! Ahí, en la matriz, pululaban heroicos fantasmas, revoloteando entre los globos de colores y haciéndolos estallar de cuando en cuando, cada vez que Longueira usaba el verbo «doblegar».



Un momento muy simpático del «cumpleaños» fue la presentación de los nuevos militantes de la UDI, que los medios habían anunciado como «figuras de relevancia nacional». Uno esperaba artistas o atletas de calidad, algún intelectual de peso, alguien que efectivamente le hubiera ganado a alguien en cualquier cosa. Hubo que conformarse con un ex-miembro de la junta militar, con el arquero chileno más goleado en un Mundial (8 goles en tres partidos perdidos, 1982), con un actor muy conocido entre sus mejores amigos, y con las esposas de Jovino Novoa y Carlos Bombal, quienes habían sido notificadas de su flamante militancia un par de días antes, como parte del desagravio a la honra de sus sólidos familiones. No sé por qué, al pensar en este magno evento, se me encarama al teclado la palabreja «chanta».



Los UDI-boys volvieron, como aconseja Machiavello, a sus raíces más profundas. El espectáculo de Longueira -profiriendo amenazas y dando rienda suelta al fantaseo y la bravata- nos recordó que este partido todavía está enraizado en el autoritarismo egocéntrico de la dictadura. A su vez, la siútica kermesse con que produjeron su aniversario nos recordó que, igual que Pinochet, la UDI intentará siempre, por todos los medios, de hacer de la mediocridad y la vulgaridad una virtud. Al hacerlo, revelan la arrogancia y la capacidad de auto-engaño de quienes se saben protegidos por un sistema que favorece sus privilegios y granjerías de clase.



Un extranjero me preguntaba, extrañadísimo, cómo se vería Chile gobernado otra vez por gente de este calado moral e intelectual. Habló del candidato eterno al que en el exterior le hacen el quite hasta los derechistas, pese a su perenne sonrisa fluorescente, habló de su escudero iracundo, que cuando está bajo presión reacciona con la prudencia de un mono con navaja, y habló de los cuadros cripto-pinochetistas que tienen el mismo problema del Dr. Strangelove: un brazo derecho que no obedece los pauteos de los asesores mediáticos y hace el saludo fascista en los momentos más inoportunos. Ante la pregunta no me quedó más que disimular el bochorno que me incendió las núbiles mejillas. Le dije: «Lindo se vería Chile… Y que el beato Escrivá de Balaguer nos pille confesados -y divorciados-«.



Después me acordé de algo que leí, creo, si la memoria no me falla, en el clásico chileno «Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno», y que se aplica al espectáculo que han dado, volviendo a sus orígenes, Longueira y sus boys: «Hay hombres que dan vergüenza ajena un día, y son malos; hay hombres que dan vergüenza ajena un año, y son peores; pero hay quienes dan vergüenza ajena toda la vida: ésos son los impresentables».
Vuelven a sus raíces, pero tienen una idea muy vaga de lo que Machiavello quería decir con eso de virtů, que no es otra cosa que demostrar con hechos que se sabe conciliar el coraje, la prudencia, la honestidad y la justicia.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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