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Nuestros niños pueden esperar


En el curso de la semana pasada la mayoría de los chilenos nos enteramos, a través de la televisión, que una operación policial había detectado una asociación ilícita destinada a la facilitación y prostitución de menores.



Muchos respiramos aliviados porque, al menos por esa noche, nuestros niños estarían algo mas protegidos. Pero -más importante todavía- pensamos que es hora de instalar en el debate nacional aquellos temas que siempre se posponen, como, de una vez por todas, realizar enmiendas constitucionales, legales y administrativas, intentar un diálogo social abierto para erradicar todas las formas de explotación infantil, que no solo es sexual, aunque esta última, claro está, es la que mas repugna nuestra conciencia.



Mientras viajaba en el metro pensaba que es hora de desnudar las cifras. Decir, por ejemplo, los miles de casos de niños abusados en todo tipo de formas que fueron atendidos en los programas que lleva a cabo el SENAME, es hora de decir y mostrar la tremenda lucha que tiene el CONACE para salvar a los mas pequeños, a los adolescentes y jóvenes de la pasta base y de la basura que consumen como rastrojo de aquella droga de mejor calidad destinada a consumidores más pudientes. En fin, era el momento de meter la mano en la caja fiscal y cumplir nuestro compromiso de ganar los espacios públicos: más plazas, más parques, más títeres, más zancos. Sí, más fiestas de la cultura, más gente en la calle; era el momento de decir que resulta alarmante el crecimiento de la posesión de armas de fuego en manos de particulares, era el momento de decir como sociedad que tenemos una obligación ética con las futuras generaciones.



Nada de eso pasó.



Hoy estamos discutiendo lo que una diputada, acaso muy necesitada de prensa, escuchó de alguien -que, a su vez, había escuchado de otro lo que le había contado no sabemos quién- que a lo mejor, probablemente, había parlamentarios UDI y DC involucrados en orgías que auspiciaba este señor Spiniak. Se me olvida un detalle importante, la diputada señaló que «había primeros planos».
Después que la honorable emporcara el caso y, de paso, a sus aliados de la UDI, estos emprenden la ofensiva. Primero el alcalde-candidato pone las manos al fuego por todos los parlamentarios de su partido, y terminamos en que todo es obra de un complot del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, al parecer agrupado solo para impedir que el señor Lavín llegue a la Moneda. Una conspiración, nos grita Longueira, que se sugiere está dirigida por un ex Director de la Policía de Investigaciones y por un periodista de diario alternativo.



Para ser honestos, esto me recuerda la canción de Los Prisioneros ¿Quién mató a Marilyn? o a nuestro poeta Redolés ¿Quién mató a Gaete? Longueira se pregunta ¿quién mató la opción de Lavín? Sólo se me ocurre sugerir que la gente vea la gestión de éste en la Municipalidad de Santiago y la compare con la que efectúo en Las Condes: no es lo mismo administrar con una chequera gruesa que con una caja más bien escuálida. Pero ese es otro tema, que realmente me da lo mismo.



Mientras seguimos preocupados porque senadores, diputados, jueces, autoridades, policías, empresarios o curas -o quien sabe quién- participó en las bacanales organizadas en la precordillera o en la «red de protección», aquellos que en verdad deberían importarnos, seguirán siendo explotados, abusados.



Espero que a muchos de nosotros eso nos llene de rabia y expresemos nuestro más absoluto desprecio por aquellos que, amenazados en su cuota de people meter político, son capaces de cualquier cosa, incluso de instalar en el debate nacional la tesis de la conspiración que -parece- a Longueira le importa más que algún niño o niña en este mismo momento se prostituya en las calles de Santiago, probablemente porque en este Santiago no tiene nada que comer.





(*) Abogado Asesor, Subsecretaría Mideplan. Máster en Derechos Fundamentales, Universidad Carlos III, Madrid


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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