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Las muertes anónimas de Irak


Para cautelar la imagen del presidente norteamericano, y candidato a la reelección, las autoridades estadounidenses impiden que los medios de comunicación publiquen fotografías de los ataúdes -las agencias de noticias prefieren usar el término más neutro féretro- de los soldados que mueren en Irak. Esta censura militar devela algo más que la pervivencia del síndrome Viet Nam, cuyo significado inmediato es el temor de la Casa Blanca de que sus intervenciones militares pierdan apoyo si se difundiera la llegada de «las bolsas negras» con los soldados estadounidenses muertos, en este caso, en Irak.



La orden del Pentágono data desde hace tiempo. «No habrá ceremonias ni cobertura periodística del personal militar muerto llegando o saliendo desde las bases militares» donde se embarcan los cadáveres llegados de Irak hacia EE.UU. Esta política se dictó a fines de la presidencia de Clinton, aunque los medios de comunicación social mostraron, en su momento, las imágenes de los ataúdes llegados de Afganistán.



El pantano iraquí -un promedio de dos muertos estadounidenses diarios, sin olvidar las británicas, desde que se proclamó la victoria- descubre la incapacidad del alto mano militar y su dirección política, es decir: el presidente, para administrar la consecuencia de sus acciones. Desde el fin oficial de la guerra, el primero de mayo, EE.UU. suma más pérdidas que las reconocidas durante los combates. «Este gobierno manipula la información y toma mucho cuidado en manejar a su gusto los acontecimientos. A veces llega demasiado lejos», dijo Joe Lockhart, ex secretario de prensa de Clinton.



La prohibición de fotografiar la macabra descarga de cadáveres tiene, sin embargo, una explicación oficiosa del Pentágono: obviar la complicada logística necesaria para invitar a los familiares a recibirlos y decidir qué ceremonia es adecuada para las víctimas de cada unidad. El presidente Bush no asiste a las honras fúnebres -se dice- por temor a las manifestaciones en contra de la política internacional y de seguridad -un eufemismo que justifica las intervenciones militares- de su gobierno.



La llegada de ataúdes subraya lo que algunos autores denominan la «voluntad imperial» de EE.UU., manifestada desde los años ochentas, cuya concreción marca un derrotero de hombres -en su mayoría negros o de origen latinoamericano- caídos en Beirut, Panamá, los Balcanes, El Salvador, Kenia, Afganistán y otros lugares de los que los estadounidenses no han sido jamás informados. El Pentágono -y los servicios de espionaje y de «operaciones en terreno»- tiene tantos o más desaparecidos que aquellos responsabilidad de las dictaduras que han impuesto o guerras civiles que han desatado.



Ya en 1990 Bush padre no ocultó su indignación por la imagen de un presidente lleno de sonrisas en Panamá, mientras las mismas cadenas de TV mostraban, segundos después, los ataúdes de soldados, cubiertos por la bandera estadounidense, llegando a un aeropuerto militar. En el caso presente, el de los muertos en Irak, sólo la dictadura militar argentina puede mostrar intentos de ocultación semejantes: los referidos a sus reclutas inmolados en la demencial toma del archipiélago Malvinas.



Después de Malvinas cayó la dictadura; no son pocos los analistas que suscriben la idea que, de continuar la resistencia en Afganistán y en Irak, es probable que los estadounidenses recuperen el ejercicio pleno de su soberanía ciudadana. Algunos incluso, entre las nuevas camadas intelectuales, se suman a la oposición militante al gobierno de Bush y tienden puentes, sin olvidar Asia, con los sectores protestatrios europeos, dirigentes de base islámicos, judíos rebeldes a la política actual del Estado israelí respecto de Palestina en particular, y observan con simpatía los movimientos sociales latinoamericanos que, como en Bolivia, Venezuela o Brasil, se muestras disconformes con la conducta de sus gobiernos en cuanto al rol de sus países en la implementación del proceso de mundialización de la economía vigente.



Las comunidades nacionales y el denominado «concierto de las naciones» atraviesa un período de incertidumbre que el sólo manejo de las armas no dará respuesta. Quién sabe, otra globalización puede ser posible.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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