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Los Muros de Berlín del siglo XXI


El siglo XX será recordado como el violento enfrentamiento de movimientos ideológicos intolerantes. Sociedades enteras se dividieron y sufrieron la secesión o la guerra civil. Alemania sufrió la división en dos y se erigió «una cortina de hierro». Este muro fue y será el símbolo de la intolerancia ideológica del siglo XX. Cuando fue derribado, el mundo libre celebró alborozado.



A inicios del siglo XXI estamos asistiendo a la construcción de nuevos muros. En este caso muros étnico-nacionales que dividirán pueblos que comparten territorios comunes. Me refiero obviamente al muro de ocho metros que separará a israelitas de palestinos. Pero también pienso en el menos vistoso que separa la frontera entre México y Estados Unidos. No es raro que el de Bush haya sido uno de los cuatro gobiernos que se negaron a votar la resolución de 144 países en contra del muro israelí.



Ambos muros simbolizan un nuevo mundo en que las fronteras nacionales serán, quizás, cada vez más porosas. En Estados Unidos habitan más de 32 millones de hispano-parlantes. Ellos hablan castellano y un inglés latinizado; profesan la religión católica y son de piel cobriza. Muy lejos de los mayoritariamente blancos, anglosajones y protestantes. ¿Por qué van a Estados Unidos? En búsqueda de la prosperidad que no encuentran en su país. Y van a Texas, California o Nuevo México pues eran parte del territorio mexicanos hasta 1848: año de su apropiación a cargo de Estados Unidos. El problema israelí arranca cuando los romanos destruyeron el Templo de Jerusalén y se produjo la diáspora judía. Otros pueblos ancestrales poblaban o poblaron la tierra de Judea, Samaria e Israel. Ellos dicen que viven ahí desde el Antiguo Testamento, que los llama «filisteos».



Las preguntas son: ¿De quién es esa tierra que reclaman judíos y palestinos? ¿Podrán convivir hispano-parlantes, afroamericanos, asiáticos y anglosajones en San Diego o Los Ángeles? ¿A quién pertenece el futuro: a la guerra civil, a la secesión o a la integración?



Evitemos las respuestas sencillas. El pensamiento extenso, clave para ser un buen ciudadano, consiste en salir de los propios zapatos y ponerse en el lugar del otro. ¿Qué haríamos nosotros en el caso de que fueramos norteamericanos o judíos? Ellos cuentan con el poder económico, comunicacional y político dentro de sus Estados. Son países que, a fuerza de sacrificios y fracasos, han construido las sociedades más ricas del planeta. Nosotros, en su caso, ¿compartiríamos los beneficios del progreso? Antes de responder, pensemos en lo que hemos hecho con el pueblo mapuche o, ¿qué haríamos si sigue el incendio del vecindario latinoamericano y los inmigrantes peruanos y bolivianos saltaran de 60 mil a digamos … casi dos millones?



Estas son algunas de las tareas del siglo XXI. Sin grandes fronteras deshabitadas; con una población que llegará a los 10 mil millones de habitantes; con una revolución comunicacional y de transportes que reduce la geografía y el tiempo a casi nada para al menos 600 millones de habitantes; con grandes guerras, pandemias y hambrunas que significan el traslado forzado de millones y millones de expatriados; y, sobre todo, en un mundo desarrollado con tasas de fecundidad bajísimas, que representan un 15% de la población mundial y que mira atemorizado al resto de la humanidad que vive en el atraso socioeconómico y científico-tecnológico. En este escenario, la cuestión de la convivencia entre pueblos distintos será central.



Simplemente terminaré expresando una convicción: el realismo y el corto plazo de los muros no sirven para tamaños desafíos de convivencia. Hannah Arendt, una filósofa judía americana, atacó en 1948 el falso realismo, ese que dictaminó que el acuerdo con los árabes era imposible. En su opinión se impuso el Estado judío y no el hogar judío que acogiera la idea de lo binacional. Su profecía de 1948 lamentablemente se hizo realidad. «Los judíos ‘victoriosos’ vivirán rodeados por una población árabe enteramente hostil, cerrados entre fronteras constantemente amenazadas, ocupados de su autodefensa física al punto de perder todos sus otros intereses y actividades. El desarrollo de una cultura judía cesará de ser un éxito de un pueblo entero; la experimentación social será descartada de plano como un lujo inútil; el pensamiento se centrará en la estrategia militar; el desarrollo económico será exclusivamente determinado por las necesidades de la guerra».



Me inclino a pensar que lo que necesitamos son estadistas de futuro. Esos que pueden crear condiciones para la reforma social, de modo que lo que hoy es utópico mañana pueda ser real. La actitud utópica de quien se atreve a soñar es expresión de esperanza. Los americanos somos hijos del sueño de un marino acusado de loco. Y otro tanto se puede decir del sueño de los fundadores de Estados Unidos de Norteamérica y de la unificación europea tras la segunda guerra mundial. No olvidemos que Abraham Lincoln se opuso a los vejámenes en contra del pueblo mexicano en 1848. Voz solitaria que cada vez deberá ser más escuchada en Estados Unidos. Así se lo exigirán sus valores democráticos y universales.



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Sergio Micco A.
Director Ejecutivo
Centro de Estudios para el Desarrollo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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