Publicidad

La transnacionalización literaria vista desde Costa Rica


En la cada vez más intolerante y mundializada -léase vendida- Tiquicia, y hablando de literatura para escritores, editores, críticos y lectores, se impone una reflexión profunda y un diálogo franco en torno a las políticas editoriales del Estado y las posibilidades de publicación en nuestro medio. Es notorio el cierre de espacios para las nuevas generaciones de narradores y poetas y para producciones literarias novedosas y alternativas. Recordemos el cierre del Departamento de Publicaciones del Ministerio de Cultura, para no mencionar el desgaste y el poco alcance de la Editorial Costa Rica, editora estatal.



A medida en que el mercado se convierte en el rasero de toda producción cultural, los clichés y las fórmulas, especialmente en la novela, se transforman en paradigmas literarios, en tanto venden más, pues se ajustan espléndidamente a las expectativas de un público medio consumidor de literatura complaciente. Esos clichés y fórmulas literarias no son más que vulgares estrategias de mercado, las cuales niegan la experimentación, condición sine qua non para el desarrollo de una literatura.



Ya sabemos que el mercado se globaliza cada día más, y se profundizará con la firma del TLC y el ingreso de los países centroamericanos al ALCA y a las demás estrategias gringas para el control de nuestras economías. De esa manera la transnacionalización del mercado editorial es una realidad. Esto se puede comprobar en la instalación en nuestro país de las firmas de edición y comercialización de textos más influyentes, y en la oferta de las mismas. Así, el paisaje editorial ha variado aceleradamente. Basta con revisar los suplementos culturales y literarios: la mayoría de las reseñas de libros son de esas casas editoras y la presencia de comentarios sobre producciones costarricenses y centroamericanas, salvo las editadas por ellas mismas, es prácticamente nula.



Por lo demás, conocemos el esfuerzo lúcido, denodado y constante de editoriales independientes como Perro Azul, Andrómeda, Guayacán, Alambique, para mencionar las más activas, las cuales han abierto importantes espacios para el re-conocimiento de nuevos escritores y obras literarias, para no hablar de las universitarias y de la ya mencionada Editorial Costa Rica. Su esfuerzo es realmente digno de reconocimiento pues, ante el panorama descrito, su labor es la de burro amarrado contra tigre suelto: es sumamente difícil competir con los monstruos trasnacionales, además de la piratería de textos y la colaboración inmisericorde de algunos libreros que privilegian lo internacional ante lo nuestro.



La discusión y el diálogo alrededor de esta temática se hace más que necesaria. La galopante transnacionalización literaria podría estar cerrando puertas a la literatura emergente, no solo de Costa Rica sino de Centroamérica y de más allá. Sus estrategias mercadotécnicas han permeado indiscutiblemente el quehacer literario nacional. Incluso habría que sospechar, tal y como me lo sugirieron Antonio y Marta, dos amigos muy cercanos, si polémicas como la que vivimos recientemente sobre Cocorí, producción infantil del recordado Joaco Gutiérrez, la cual es acusada por algunos sectores de racista, no se inscriben dentro de esas estrategias para minimizar la producción nacional y abrirle brecha a fenómenos tipo Harry Potter.



En todo caso la literatura inteligente, tal y como denomina el escritor Alexander Obando a la literatura experimental, innovadora y contraria al canon dominante, debe buscar también sus propias estrategias para sobrevivir. Por supuesto, siempre será más fácil plegarse al carro globalizado de la mercantilización; lo difícil es producir literatura no convencional y contestataria, aunque no se lea de acuerdo a los gustos y a las modas imperantes. Pero debemos repensar nuevas formas de distribución y circulación de la mercancía libro, además de nuevas instancias para la promoción, e interpretación, de su lectura. Para escritores, editores, críticos y lectores, la cuestión está planteada.





* Escritor costarricense, director de la revista Fronteras



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias