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Cuatro Domingos


No sé cuantas formas hay de pasar un día Domingo en Santiago. Supongo que infinitas, dependiendo de la capacidad de inventar cosas entretenidas. Éstas son mis cuatro puertas de entrada al día mas tranquilo de la semana.



Quedarse en la casa



Domingo: las tardes como la experiencia de no hacer nada o no tener que hacer. La ciudad a medio vaciar y la televisión en todas las piezas de Santiago. Siesta y los ruidos del barrio como telón de fondo. O la certidumbre de que nada puede ser peor que tener que levantarse a contestar el teléfono.



Germán Carrasco le echaría la culpa de tanta inmovilidad a la terrible «insidia del sol sobre las cosas» que -dicho sea de paso- se muestra peor que nunca en estas tardes sin horario. Quien haya tenido la oportunidad de salir a comprar algo a las cuatro a pleno sol entenderá.



Algunos detalles. Todavía en algunos barrios pasan organilleros, recuerdo haber salido impresionado a la calle un par de veces con la clásica sospecha de que guardan una radio en el carromato. Tengo una foto de domingo en mi cabeza: la imagen de mi padre leyendo a medio dormir, las cortinas cerradas y las ventanas abiertas mientras alguien cambia de canal y busca ilusamente algo mas entretenido.



La siesta de las instituciones

Como por arte de magia desaparecen las instituciones. Las redes del mercado y el Estado se cuelgan soñolientas a secar a la luz del sol dominguero. No hay locales abiertos, no hay trámites que hacer, no hay ley, ni cola que realmente valga.



En los domingos se ventilan los hilos de la vida comunitaria: paseos con amigos, novios de la mano, padres con el hijo -conversando de temas «importantes»-. Mención aparte merecen los tradicionales almuerzos familiares con empanadas para antes del almuerzo, tíos semi-desconocidos y chistes en la mesa, entre otros souvenires.



En fin. Se suspende por un momento la velocidad de la vida citadina. Andas en bicicleta y nadie te atropella o puedes pasar tardes enteras en el parque tomando cerveza con los amigos y, afortunadamente, nadie dice nada.



«Aprovechemos la tarde»



Una tarde de domingo también se puede ir en hacer «cosas entretenidas». Pienso en parques y en museos enormes. Espacios llenos de paseantes y de habidos consumidores de lo que «estén dando»: la exposición, el ciclo de cine barato, los malabaristas, el teatro. Para que mencionar las gigantescas fiestas de las cultura que dan susto y se dejan caer de vez en cuando.



En estos días Santiago tiene un epicentro cultural: el parque forestal, que repleto de punks y perros con correa se deja llenar de entusiastas que capean el calor. Y, en el centro de todo, el Bellas Artes con su módico precio cero. Excelente oportunidad que muchas veces me ha llevado a razonamientos del tipo ya-que-estamos-aquí-como-no-vamos-a-entrar con pésimas consecuencias (aburrimiento agudo sobre todo)



Post-Sabado



Sin duda la peor versión de todas. Después del sábado, las victimas de la «velocidad de las cosas» juegan a la pieza oscura por horas tratando de recuperar la lucidez que dejaron en algún bar de la ciudad. Cañas de todo tipo se reparten entre piezas desordenadas y ceniceros sin limpiar. Abandonos, peleas y la ansiedad de una noche «increíble» se mezclan con nuevos amigos, historias divertidas o nuevas parejas.



Hay personas que los domingos no se levantan hasta tarde y pululan masticando los restos de la noche anterior. Analistas de sabana, que arman y vuelven a armar lo que fue y lo que pudo ser, hasta llegar rendidos al vértigo de la nueva semana.



Esta vez los domingos son solo una transición: de cero a 100 en veinticuatro horas, de la noche al computador que espera el lunes.


















  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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