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La muerte de un maestro


Jaime Castillo Velasco ha muerto en un año especialmente poco feliz para la actividad pública. Abogado y filósofo dedicó toda su vida a pensar la política y llevarla a la práctica haciéndola una expresión creíble de amor al prójimo. En los años cincuentas su trabajo intelectual apuntó a la defensa de Jacques Maritain, describir las fuentes de la Democracia Cristiana y analizar el problema comunista. En la década siguiente su obra presentó las vías revolucionarias de capitalistas, socialistas y comunitaristas. Se esmeró hasta el límite en pensar y resolver los problemas teóricos y prácticos de una política de inspiración cristiana. En 1970 era ya el maestro de muchas generaciones de militantes de su partido. Sin embargo, ver en Jaime Castillo Velasco un ideólogo es estrechez de miras. A un escritor lo podemos juzgar por sus libros. A un hombre se le juzga por su vida.



Ello pues la grandeza del pensamiento, la obra y la vida de Jaime Castillo Velasco se jugó tras el año 1973 en la defensa de los derechos humanos. Tras el quiebre democrático sus libros se hicieron como nunca verbo vivo. Es cierto que vivía literalmente rodeado de libros. Sin embargo, tras 1989, buena parte de ellos constituían una biblioteca muerta. Allí descansaban en viejos empastes las obras completas de Marx, Engels o Stalin. Por allí se descubría un «Manual del Guerrillero» anotado a mano por Miguel Enríquez. Junto a las obras de Garaudy o Djilas se encontraba un escrito de Mao. Jaime Castillo Velasco los había leído a todos y dedicado treinta años de su vida a combatir ideológicamente al materialismo del marxismo o al totalitarismo del leninismo. Sin embargo, después del 11 de septiembre de 1973 no dudó un minuto en salir a la defensa de sus antiguos adversarios. Su voz nasal se hacía más profunda y su acción más penetrante.



Lo hizo pues el era un humanista a carta cabal. Sabía muy bien distinguir el hombre del error. Para él la dignidad de la persona era más grande que cualquiera de sus culpas. No preguntaba por la ideología ni el partido de su defendido. Simplemente constataba el agravio aberrante, la tortura despiadada o la desaparición forzosa. Y las emprendía contra los molinos de viento del autoritarismo de derecha, como ayer había combatido a los de izquierda. Fue así como pasó a ser ahora el maestro de un ejército de la noche, de desaparecidos, de asesinados, de torturados o de familiares tan dolidos como altivos. Por eso, al morir, Volodia Teilteiboim lo llamó «hombre puro» y el Presidente Ricardo Lagos «uno de los grandes de Chile».



Jaime Castillo Velasco se inscribe así en una larga tradición de formadores de príncipes y gobernantes. Jenofonte cuenta en su «Memorabilia» que un crítico de Sócrates le reprochó no dedicarse a la política. El maestro simplemente contestó: «¿Participaría más en política haciéndolo yo mismo, o teniendo cuidado de que los más posibles sean capaces de hacerlo?». Sócrates se dedicaba a educar aquel anhelo de virtud «a través de la cual los seres humanos llegan a ser capaces de gobernar», es decir, «de la más grande virtud y el más grande arte», que es el llamado «arte real». El fue maestro de líderes que cambiaron la Tierra.



Jaime Castillo Velasco murió preocupado por el devenir de la política chilena. La sabía noble y digna, más la anti-política lo angustiaba. Así, en uno de sus últimos escritos, reclamó lo siguiente: «Hacer política es equivalente a sentir amor por el prójimo. En un caso y otro, se trata de hacer el bien a los demás. La insuperable expresión de Aristóteles, la búsqueda del bien común, indica con sobriedad y profundidad el sentido del vocablo. Hay allí una visión de la sociedad toda. La acción va dirigida al pueblo entero, a partir de una realidad determinada. Por lo mismo, se trata de una tarea que no termina jamás. Habrá que estar en ella sin llegar a ninguna perfección, porque el ser humano no es perfecto. Pero, el desafío es avanzar siempre (…) (…) Por cierto, hay también una anti política, una mala política, así como hay una anti belleza, una anti felicidad. Forma parte de lo que somos. Pero esto que somos es siempre rectificable».



La política del espectáculo y del escándalo dejó y deja poco espacio para hombres luminosos como Jaime Castillo Velasco. Y ello acabará en la miseria moral de nuestra sociedad. Ese es el final del actual camino que transitamos. Debemos esforzarnos siempre por ser mejores ciudadanos. Y para ello nuestros jóvenes deben ser formados por maestros. Del mismo modo que nuestros viejos requerirán siempre del consejo prudente y confidente del sabio. ¿Qué hubiese sido del pensamiento católico y conservador sin su apasionado mentor Jaime Eyzaguirre, profesor de la Universidad Católica? ¿Y qué decir de los socialistas sin su maestro Eugenio González, rector de la Universidad de Chile? Poco, muy poco. Seguramente sólo paja, ruido y futilidad. Por el contrario, la política requiere del espíritu y la acción del pensamiento. Jaime Castillo Velasco nos lo enseñó con su vida, que es la obra de arte final de un maestro de verdad. ¿Cuál será su legado? No lo sabemos. Sólo podemos decir que eso ya no depende de él. Ahora está descansando en merecida y justa paz.



* Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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