Publicidad

El Imperio y el caos

El documento de septiembre 2002 «The National Security Strategy of the United States» expone la doctrina cuyo objetivo es impedir la emergencia de todo competidor estratégico global y establece el principio de la «Guerra preventiva» que no sólo impone una legalidad de facto, sino que funda el derecho de hacerlo.


Ya no hay semana en que un helicóptero de las fuerzas de ocupación estadounidense no sea derribado en territorio iraquí. Las encuestas permiten pensar que mientras más jóvenes soldados mueran en este tipo de ataques, más bajará la popularidad de George W Bush; el 57% de los estadounidenses desaprueban la labor de la administración republicana en Irak, contra un 47% que piensa que está haciendo un buen trabajo. El impacto desmoralizador que tiene en el imaginario colectivo de la opinión pública estadounidense un helicóptero derribado por una fuerza enemiga es evidente. Más fuerte aún es la carga simbólica si los artefactos de combate Black Hawk y Chinook son atacados con misiles lanzados por oscuras fuerzas islamistas y baasistas, a las cuales se las pretendió derrotadas pero que ahora parecen moverse como peces entre las aguas del Tigris y del Eufrates.



Aunque para el Teniente General Ricardo S. Sánchez, Comandante en Jefe de las tropas de ocupación en Irak, estos ataques sean «estratégica y operacionalmente insignificantes», The New York Times habla desde hace una semana de una guerrilla «fuertemente armada y aparentemente con un alto grado de coordinación».



Ya Hollywood había espectacularizado en un film hiperkinético, La Caída del Halcón Negro, lo que sería el rudo golpe psicológico para las tropas -y para el espectador estadounidense- el inesperado derribamiento de un helicóptero y el fracaso de una misión de rescate donde nada se desarrolla como previsto. Es precisamente este factor de incertidumbre que los estrategas del Pentágono quisieron evitar con la irrupción violenta en territorio iraquí de un dispositivo militar donde nada tendría que escapar al control de los sistemas electrónicos de detección, al mortífero material militar y a las nuevas tácticas operativas.



El objetivo político principal de la segunda guerra de Irak, como bien se sabe, fue la destrucción del Estado baasista liderado por Sadam Hussein. El traumático ataque del 11 de septiembre de 2001 perpetrado por la red de un antiguo aliado de la CIA en la guerra fría, reciclado en terrorista islámico con financiamiento saudita, tuvo como reacción una ola de chovinismo exacerbado por la prensa y la televisión, que intoxicaron a una opinión pública psicológicamente fragilizada. Toda comentario crítico o simple preocupación por la objetividad fue considerada como contraria al deber patriótico. Pocas fueron las voces disidentes que lograron penetrar el dispositivo mediático, mero portavoz en ese momento de un paradigmático dilema imperialista y corolario de la ley del Talión propuesto por la Casa Blanca: con o contra nosotros.



Una doctrina explícita de dominación



El proyecto estratégico y unilateral con el cual la élite republicana respondió a la nueva coyuntura inaugurada con el trágico episodio de las Torres Gemelas el 11 de septiembre 2001 se encontraba preparado; remodelar el paisaje político del Medio Oriente sin el concurso de las Naciones Unidas. Es una visión unilateral y maniquea del mundo la que prevalece desde ese momento en Washington. El documento de septiembre 2002 «The National Security Strategy of the United States» expone la doctrina cuyo objetivo es impedir la emergencia de todo competidor estratégico global y establece el principio de la «Guerra preventiva» que confirma la tesis de que es la fuerza armada la que no sólo impone una legalidad de facto, sino que funda el Derecho.



Irak se prestaba bien para pasar de la teoría a la acción. El objetivo llamado de geoestrategia fue y es el control del petróleo. Todo esto envuelto en una metapolítica imperial diseñada por un clan de ideólogos neoconservadores amigos de George W. Bush que buscan proyectar el poderío y la potencia en un mundo que ellos se representan como amenazado por el desorden (Hobbes), donde la paz perpetua (Kant) es considerada un sueño de los Estados débiles de la Vieja Europa (1).



El núcleo del pensamiento del círculo de los halcones -como Rumsfeld, Wolfowitz, Cheney, Perle y su portavoz en el New York Times, William Safire, victoriosos hasta ahora en sus negociaciones de poder con el segundo círculo de poder constituido por Condoleeza Rice y Colin Powell- que cuenta con apoyos indefectibles en el Pentágono, es el supuesto ideológico que la verdadera seguridad así como la defensa y la promoción de un orden liberal y de su sistema de valores dependen siempre del dominio del poderío militar y de su utilización.



En una conferencia pronunciada el pasado 6 de noviembre en Washington ante la Fundación Nacional por la Democracia, esta doctrina de política imperial fue bautizada por el Presidente Bush con el pomposo apelativo de «Revolución Democrática Global». Según el New York Times este discurso -en el que se afirma que la democratización de Irak será hecha y servirá de ejemplo a todo el Medio Oriente- «refleja el esfuerzo de la Casa Blanca por modificar la percepción que tienen los norteamericanos, así como el resto del mundo, de la ocupación de Irak describiéndola como una estrategia a largo plazo».



Cabe destacar que no se trata de cualquier democracia, puesto que el Secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld, fue bien claro cuando dijo que «Washington no reconocería a un régimen islamista aunque esto fuera el deseo de la mayoría de la población y el resultado de las urnas». Declaraciones como ésta contribuyen no sólo a aumentar las tensiones sino a crear además un clima de incertidumbre y de beligerancia como el que hoy impera en Irak y en todo el Medio Oriente. Vale la pena por cierto preguntarse a quién beneficia la «onda de caos» que recorre la región.



El mundo en el caos



Para Alain Joxe, Director del Centro Interdisciplinario de Investigaciones sobre la Paz y de Estudios Estratégicos de París, la segunda guerra contra Irak marcó antes que nada un viraje en la historia militar y estratégica. Se produjo una ruptura. La RMA (Revolution in Military Affairs), resultado de los avances tecnológicos en los campos de la electrónica, la informática y las telecomunicaciones satelitales, permitiría la eliminación de las llamadas «fricciones clausewitzianas», es decir de los imponderables de las guerras anteriores. Sin embargo, si la primera fase de la segunda guerra contra Irak estuvo marcada por la superioridad absoluta de las fuerzas del Imperio, la victoria rápida y la «estrategia del caos total serán generadoras de una situación de hostilidades generalizadas donde nada de lo que ocurre es una sorpresa» predijo el analista francés, que en su libro más reciente se refiere a la forma de hegemonía ejercida por los EEUU como el «Imperio del caos», es decir, «un mundo unificado por el principio del desorden moderado por el simple juego de las correlaciones de fuerza, un mundo-caos».



Hoy la opinión pública mundial bien informada sabe que esta guerra aunque se vista con ropajes de civilizadora y antiterrorista, sólo guerra de corte imperialista es. Ahora se sabe que no existían lazos entre el régimen baasista y la red terrorista Al Qaeda, pero ahora Ben Laden tiene otra causa para reclutar jóvenes combatientes islamistas; se sabe que no había armas de destrucción masiva, pero ahora hay guerra de resistencia organizada que puede vietnamizar todo el Medio Oriente; ahora se sabe de acuerdo con la televisora estadunidense ABC, que antes de la guerra, Sadam Hussein le ofreció a los halcones de la Casa Blanca elecciones supervisadas por la ONU en Irak, jugosos contratos petroleros a los amigos de los republicanos, así como la entrega de uno de los responsables del primer atentado contra el Word Trade Center, en Nueva York, en 1993, Abdul Rahman Yasin, refugiado en Irak.



También se supo, después de que The Associated Press y Le Monde lo revelaran el pasado 7 de noviembre, que mientras el presidente Clinton trataba de negociar una difícil paz entre israelitas y palestinos, «el FBI transfería secretamente fondos al grupo palestino Hamas -designado como terrorista por el Departamento de Estado- con el propósito de verificar si este movimiento islámico lo utilizaría para financiar ataques terroristas».



La guerra contra el terrorismo se presenta como una batalla titánica, sobre todo cuando se alimenta y se dan motivos a grupos islámicos infiltrados para que actúen de manera terrorista. La figura comunicacional es el de la profecía autocumplida o autorrealizada (self-fulfilling prophecy), es decir, una predicción cuya realización es proporcional a su difusión mediática, al grado de credibilidad que los operadores ideológicos le otorgan y a su capacidad de persuasión de la opinión pública.



El mundo no está más tranquilo y mejor que antes, como lo sostiene Bush. Cada vez son más los estadounidenses que comienzan a dudarlo y a detectar las fallas en el dispositivo comunicacional de los expertos en manipulación de la administración Bush. El Secretario de Defensa Donald Rumsfeld sostuvo recientemente que la guerra contra el terrorismo se hace «ganando las mentes y los espíritus de los jóvenes musulmanes». Hoy no sólo se está perdiendo esta batalla sino que también la del frente interno. ¿ Hasta cuándo podrán las cámaras de televisión ignorar los cuerpos de los soldados muertos y el dolor de los deudos ? Para Von Clausewitz «el centro de gravedad de la guerra»; suele desplazarse al factor humano, a las tropas en el teatro de operaciones. Es una evidencia, en Irak hoy se registra una baja en la moral combatiente de las tropas de ocupación de imprevisibles consecuencias para los estrategas políticos del Imperio.



(1) Robert Kagan, Of Paradise and Power, America and Europe in the New World Order. Alfred A. Knopf, New York.



(*) Profesor, Departamento de Filosofía,
Collčge de Limoilou, Quebec, Canada.











  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias