Publicidad

Sobre perros y personas


Una vez tuve un pastor alemán, pero con el tiempo se puso malísimo y mordió a un niño que iba pasando frente a mi portón: hubo que regalarlo rápidamente. También tuve un cocker que me robé de la casa de un vecino; era un perro bonachón que amaba por sobre todo instalarse en los sillones del living, cosa que por supuesto mi mamá odiaba -ella, dicha sea la verdad, nunca ha odiado muchas cosas-.



Tuvimos otro perro que se llamaba Gringo y -aunque casi no me acuerdo- según la mitología familiar fue toda una figura. Murió robado. Recuerdo a un setter flaco que parecía muerto de hambre. Hay algo en los perros flacos que me conmueve. Jamás se rebajarían a correr detrás de un hueso, están más allá. Apuesto a que no lo pasan tan mal como parece.



He tenido algunos perros de los que ya no me acuerdo. Sobre todo de los que murieron pronto. «Vive rápido y muere joven», un refrán que no asegura nada en la ilustre especie canina. Aunque a nosotros nos puede dejar en un altar.



Otros viven una eternidad y cuando se mueren son más parecidos a una persona que a un perro. Hay dueños que dejan de ir a trabajar para enterrar a su perro. Creo que es un poco exagerado.



En mi casa actual viven tres perros. Nos llevamos relativamente bien, aunque ninguno es mi mascota favorita. El acuerdo se reduce a «yo no me meto en sus espacios y ustedes no se meten en el mío». Supongo que es un buen acuerdo, porque no hay mucho caso con las horas para ladrar u otras cosas de este tipo.



Hay personas que aman a sus perros por sobre todas las cosas. Da susto verlos hablarles como si un día les fueran a guiñar el ojo. Salen de paseo y les ponen chalecos, zapatos y otros artilugios con tal de que parezcan menos perros. Hay otros que les hablan militarmente como si todos tuvieran un ancestro común en el ejército nazi. Otros sólo les hablan en ingles, muestra de snobismo e ignorancia, porque por lo que sé todavía en Chile no hay perros bilingües.



Hay un mercado enorme de los perros. Un artista lleva años viviendo de los perros, recoge quiltros los diseca y los expone. Otros emprendedores los sacan a pasear, venden comida, los lavan o les cortan las uñas. También hay personas que se han muerto por culpa de los canes. De hecho, a los rottwailer todos les tenemos miedo, y nadie quiere ver un dóberman -la versión ochentena del mal- en la mitad de la noche.



Si tuviera que clasificar, diría que a fin de cuentas hay dos tipos de perros. Están los con buena suerte y los con mala suerte. Definitivamente en eso se parecen a las personas. Los perros que viven en las casas son los con buena suerte aunque tienen una vida menos «peligrosa». Los perros que viven en la calle son los que tienen mala suerte. Pero también lo pasan mejor. Si tuviera que elegir, yo creo que seria de este último grupo.



Ayer supe que quieren matar a todos los perros callejeros de Valparaíso. Éstos entrarían en la nueva categoría de los que tienen pésima suerte. Una señora dijo en la tele que si hacían esto después iban a matar a los mendigos y después a las personas con problemas. Me imagino que después van a querer matar a todos los que han tenido mala suerte. No es que sea un fanático de los animales pero creo que esa señora tiene razón.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias