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El deber de los medios de comunicación social


La Conferencia Episcopal de Chile acaba de llamar la atención acerca del papel que están cumpliendo los medios de comunicación social en nuestra democracia. Y ello es central pues vivimos en una sociedad mediática. Es real sólo lo que sale en los medios de comunicación social. Hacer política hoy por hoy es aparecer, aunque sea fugazmente, en los medios de comunicación social. Los medios dejan de mirar a la política para formar una opinión pública razonable. Más bien son los actores políticos los que observan a los medios para saber qué temas abordar y cómo ganar un lugar en el escenario. No sólo los medios seleccionan qué tiene valor de información sino que además determinan cómo se presenta.



Ellos dejan de ser simples transmisores de la información y pasan a ser actores del debate y del proceso político. Los medios de comunicación social, más que ser un cuarto poder que fiscaliza a los otros poderes, deviene en la arena donde se disputa el poder político. Ellos cumplen funciones políticas centrales como son la socialización política, la movilización de la opinión pública, la fiscalización del gobierno e incluso del reclutamiento político.



Uno de los efectos perversos de esta sociedad mediática es la creación de una democracia de audiencias, donde no existen ciudadanos activos y deliberantes, sino consumidores de espectáculos y de la entretención. Y así la política se teatraliza, es decir, pasan a ser componentes centrales de su aparición pública el intimismo, los pseudo incidentes, la entretención, preponderancia de la imagen o el drama. Antes la economía y la política estaban separados del deporte y del espectáculo. Pero hoy no nos sorprende que un comentarista de fútbol dirija un programa de variedades donde entrevista al Presidente de la República acerca del estado de salud de su mujer.



A la postre el aparecer en este tipo de teleaudiencias catapulta al fiscalizador, al político entretenido y liviano, destruye al acusado, que es condenado en el mismo acto de ser acusado, y degrada a todos. Al deterioro de las instituciones políticas respondemos con la salvación individual. Sabido es por la ciencia política que la sociedad puede tener una pésima opinión de los políticos, pero eso no impide que cada ciudadano sí respete a «su» político.



Por otro lado las políticas públicas y el desarrollo de los procesos políticos maduros requieren de años para su gestación, aplicación y producción de efectos. Por el contrario, en la sociedad mediática la noticia se produce y se distribuye en tiempo real. El hecho noticioso debe ser un producto que tiene principio, fin y explicación simultáneamente. Y como las noticias han de ser novedades pierden su valor de cambio apenas aparecen o son mostrados por los competidores. Ello obliga a los medios a salir a la caza de la nueva primicia o del nuevo golpe noticioso. Y el político que no se somete a estos dictados queda fuera de la nueva sociedad.



Incluso los gobiernos deben legislar de golpe noticioso en golpe noticioso. Una reforma a las licencias médicas produjo la inmediata respuesta comunicacional del Colegio Médico. El gobierno retrucó con una contrapropuesta. Luego vinieron más reacciones negativas por parte de algunos partidos políticos. En cosa de días, y antes que el ministerio de Salud se hubiese dado por enterado y el Congreso Nacional conocido del proyecto, éste ya había sido desechado.



Los temas que formarán parte de la agenda pública, el político en ascenso, los márgenes de acción de los partidos políticos y del gobierno son determinados en buena medida por el valor de información y el carisma mediático. Surge así una política del espectáculo en que la puesta en escena es tan importante como el hecho mismo, si no más. Y ello acentúa la crisis de la política.



Si le gente atribuye valor a las denuncias genéricas es porque ya tiene un juicio negativo acerca de la política. Sabemos que quienes no se identifican con ningún partido político, consideran que la situación económica es mala y que no se solucionan problemas importantes son quienes manifiestan mayor rechazo a ella. Y los medios de comunicación social y las propias actuaciones de los políticos no vienen sino a reforzar esta creencia.



Digamos que el control y crítica políticas por parte de los medios de comunicación es indispensable para la democracia. Es más, sólo hay prensa libre si el Estado lo permite, por lo que la libertad de expresión requiere de la democracia. Por ello es clave que los medios de comunicación social refuercen la legitimidad de ella, y no la destruyan. Es clave que expliquen lo que hacen, precisando que justamente la crítica es expresión y debiera ser causa de la fortaleza democrática. Y se debieran señalar los criterios de selección periodística que hacen que determinados aspectos negativos se resalten y otros se omitan. Los periodistas no sólo informan, también forman ciudadanos. Y, como lo consignan los obispos católicos, lo esencial es entender que el deber de estos medios es buscar la verdad.



No debemos aceptar la mercantilización del periodismo, esa que transforma a la información en una mercancía más a vender en el mercado. No, el deber del periodismo es ayudarnos a conocer la realidad y saber la verdad de la sociedad. Aunque ello sea muchas veces doloroso o incómodo.



(*) Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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