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El regreso de las ideas


¿El regreso de las ideas?



Gonzalo Martner y Alfredo Joignant acaban de lanzar un nuevo libro: «El socialismo y los tiempos de la historia». Se trata de una recopilación de diálogos exigentes, acompañada de una renovada bibliografía no sólo socialista, sino que también comunitaria y republicana. El libro tiene el valor de expresar el pensamiento del actual Presidente del Partido Socialista. Como lo señaló Jorge Arrate en la presentación, es raro que un presidente de partido escriba un libro en el inicio de su mandato. El propio Martner se pone la vara alta, pues nos señala qué entiende él por desafíos igualitaristas para hoy.



Quisiera señalar además que Martner y Joignant intentan recuperar una vieja tradición socialista. Tradición que es laica y republicana. Pues este libro habla de lo que nos es común, tan terriblemente común que parece no pertenecer en propiedad a nadie: la cosa pública, la res pública que es de todos, por todos y para todos. Tradición laica que se hizo republicana, democrática y socialista. Se respira en su libro mística republicana, más que política republicana ¿Cuál es la diferencia?, se preguntarán. Les respondo que lo que separa la tierra del cielo, y con Charles Peguy digo: «La mística republicana es aquella que consiste en estar dispuesto a morir por la república. En cambio la política republicana es aquella que vive de la república». Mística que pone el interés sobre todo interés particular, partidista e individual, por legítimos que sean estos últimos. Se trata de recuperar la política como vocación, esa que llama a vivir para la política, pero no de la política.



¿Tradición republicana e intelectual en un partido de los trabajadores?. Y a través de este libro, sus autores parecen contestarme que son hombres de las palabras. La palabra es su república. Viven de y para las ideas. Mal que mal ambos pertenecen al partido del senador y rector, don Eugenio González, que los hizo soñar con el abrazo del socialismo, la democracia y una economía pluralista. Son trabajadores intelectuales, pues. Sus palabras no son instrumentos legitimadores de la explotación del hombre por el hombre. Aspiran a poner su intelecto al servicio de un orden pacífico de la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Se declaran de izquierda. Esa que aspira a un socialismo en que no exista la explotación y opresión de unos seres humanos por otros, y su secuela de sufrimientos humanos evitables. Dicen que «aspira el socialismo a construir una sociedad justa, civilizada, y sin violencia que permita a cada cual autorealizarse y desarrollar fraternalmente sus proyectos de vida con autonomía, acceder a medios de vida dignos, a la cultura y al desarrollo del espíritu. Ser de izquierda y compartir sus valores se traduce en respetar la integridad física y moral de todos los seres humanos, así como en luchar democráticamente contra la concentración del poder económico y político que el capitalismo produce y reproduce. Ser de izquierda es luchar con los medios de la democracia contra la subordinación de los que no tienen otra capacidad económica que la de vivir de su trabajo, asalariado o basado en el autoempleo, o que simplemente no tienen oportunidades de inserción económica y las más de las veces no tienen como subsistir dignamente, mientras un segmento de privilegiados vive en la opulencia apropiándose de lo que otros producen o crean, de los recursos que la naturaleza ha puesto a disposición de todos o de lo que las generaciones anteriores han creado y acumulado».



Su proyecto igualitario y libertario se traduce programáticamente en la construcción de un Estado Social de Derecho como condición inicial necesaria para la transformación de la sociedad en los próximos años. Y no dudan en pedir que la participación del Estado en el PIB alcance un moderado treinta por ciento, al igual que en Estados Unidos y Japón. Por cierto dicho incremento debe ir aparejado de la modernización integral del Estado. Creen que con ello podremos avanzar en una igualdad de oportunidades y de resultados sociales mínimos que garanticen derechos sociales como a la salud, a la educación, al trabajo, capacitación y subsidio de cesantía, vivienda y previsión social. Y para ello hay que aplicar impuestos al uso de nuestros recursos naturales, modificar el régimen de impuestos a las utilidades de las empresas y eliminar injustas franquicias tributarias en el pago del impuesto a la renta. A lo menos se requiere de esto.



Ese Estado Democrático y Social de Derecho, que construyeron socialdemócratas, socialcristianos y liberales sociales en el Europa, debe ser la base programática de la Nueva Concertación que tanto anhelamos.



El punto central es como financiamos la solidaridad. El problema no es si los usuarios de Isapres usen o no camas públicas, cosa que no comparto, sino que cuánto más puede hacer un sistema público de salud que trabaja con un gasto que no supera el 2,7% del PIB en circunstancias que en el modelo continental de Estado de bienestar ese gasto es de 6,4%. El problema no es Pruebas Simce más o menos, PSU más o menos. El problema central es que el gasto público en Educación es de 3,6% contra el 7,9% en Europa del Norte o del 5,2% en la Europa Continental. No demos más peleas de retaguardia. Vamos al fondo del asunto. No se puede vivir en un país que aspira a ser republicano, democrático, integrado socialmente y desarrollado económicamente con un Estado tan pequeño como el que tenemos y donde apenas el 10% de los trabajadores negocia colectivamente. Mercado fuerte, Estado fuerte y Sociedad Civil fuerte para ser una nación fuerte como estamos llamados a ser. Ä„Ä„Vivir en país justo nunca ha sido gratisÄ„Ä„ Ä„Ä„Cuesta y cuesta mucho!!



Esperamos que este libro se inscriba en un diálogo tan necesario como urgente que Chile debe realizar. Este se debe plasmar en un nuevo programa de gobierno de quienes suscribimos las ideas libertarias, igualitarias y solidarias del 5 de octubre de 1988.





(*) Director ejecutivo de Centro de Estudios para el Desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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