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Aurora y otros bebés después de Navidad


Aurora fue encontrada entre desperdicios y basura por funcionarios que trabajaban en la descarga de desechos al interior del vertedero municipal de Lagunitas, en la ciudad de Puerto Montt. Era una bebé recién nacida, de unos 50 centímetros de porte. Los peritos especializados que se constituyeron en el lugar no pudieron estimar con precisión su data de nacimiento y de muerte, tampoco la causa del deceso.



El caso judicial fue cerrado y los funerales de Aurora se realizaron el viernes 24 de octubre de 2003, en una ceremonia pública realizada en elcementerio municipal de Chin Chin, de esta ciudad. Pero el caso humano y social sigue pendiente -peor aún: suma y sigue-. Sin embargo tanto en los círculos institucionales vinculados a estos hechos, como en la opinión pública, nadie siente la necesidad de investigar nada.



Ni por razones humanitarias, consideraciones morales o tan siquiera por mera curiosidad, la tarea de aclarar las circunstancias de este tipo de muertes no inquieta ni moviliza a ninguna institución o servicio público. Por qué y cómo han muerto dos bebés encontrados este año en el vertedero municipal de Puerto Montt y la bebé encontrada el 24 de diciembre de 2002 en el vertedero municipal de Puerto Varas.



La imagen que se repite en la argumentación de legos y especialistas es simple, extremadamente simple, casi una caricatura: es una mujer de nivel socioeconómico bajo la madre biológica del bebé, que, luego de llevarlo durante 9 meses en el vientre, lo da a luz en su casa, a solas, e inmediatamente después
del parto lo mata y, nuevamente a solas -sin dejar rastro alguno-lo arroja (¿caminando o en transporte público?) en un contenedor de basura ubicado en el sector centro de Puerto Montt.



Esta versión tiene dos variantes dependiendo del público que la sostiene. El ciudadano medio y la gente en la calle tiende a inclinarse a afirmar que se trata de una mujer mayor de 21 años, que incluso puede tener hijos, demasiados hijos. La opinión especializada afirma, por su parte, que se trata de una menor de edad.



Es en este contexto simbólico y discursivo donde entra a operar el mecanismo de una extraña bondad. No sólo no se necesita investigar nada, porque se sabe todo, sino que además es mejor no investigar más de la cuenta para no tener que condenar a la madre asesina porque es pobre o porque es menor de edad; en fin, porque no sabía lo que hacía o no quería hacerlo o porque la sociedad no le dejó otra opción. Entonces nadie investiga y se cierra toda posibilidad de descubrir una verdad distinta a lo que se da como verdadero y, Ä„abracadabra!, el prejuicio se reafirma una vez más, no con los hechos de la realidad sino negando la realidad. Porque no descubrió nada distinto a lo que el que debía investigar -y no lo hizo- creía, dio por corroborada su propia idea de verdad.



Pero esa presunción de verdad puede ser falsa, pueden haber involucrados terceros -terceros que además podrían haber actuado como victimarios de las madres biológicas de los recién nacidos encontrados muertos en los vertederos-. ¿Y si la madre es una mujer maltratada, agredida, abusada, a la cual -y para colmo- le matan a su propio bebé? ¿Y si esa mujer es una menor de edad? ¿No se estarían vulnerando en estos casos los derechos de una mujer y los de una menor de edad?



La falta de resultados en las investigaciones definitivamente no niega la posibilidad de las alternativas señaladas, de otras vinculadas a los temas de redes de tráfico de menores -que de tanto en tanto vuelven y son noticia- u otras inimaginables sorpresas con las que porfiadamente nos sorprende la realidad.



El procedimiento seguido en este doloroso drama entraña una vulneración de derechos más radicales: los derechos de los bebés. Pasar a llevar a un(a) bebé es demasiado fácil, porque la asimetría de la relación adulto-bebé es total. Ellos dependen de nosotros para vivir; nosotros los podemos botar a la basura. Y si están muertos la asimetría es absoluta. La muerte nada puede hacernos. Salvo arrastrarnos con ella.



Como la investigación no determina en qué momento ocurrió la muerte del recién nacido: si antes o después de haberse separado completamente del cuerpo de la madre y haber respirado, los especialistas presumen que murió antes y no después, lo que cambia la tipificación del delito. Si muere antes: aborto, si es después: infanticidio. Altera también la estadística de salud del país. Si muere antes: mortalidad perinatal, si después: mortalidad infantil en la subcategoría neonatal. La segunda es la que se utiliza para comparar la posición del país en los indicadores de desarrollo humano. Pero desde el punto de vista de los bebés recién nacidos encontrados muertos en la basura, lo más importante es que cambia su relación con la ley y cambia la responsabilidad del Estado con ellos.



Ante la Ley si la muerte ocurre antes de que se haya separado de su madre, el bebé no adquiere la condición de «persona natural» y, por tanto, el Estado no está obligado a garantizarle derecho alguno. No tendrá nombre, nacionalidad, certificado de defunción. ¿Por qué? Porque si no es «persona natural» no puede ser inscrito en el Servicio de Registro Civil e Identificación y, en consecuencia, no tiene existencia legal o jurídica; en fin, no es sujeto de derecho. Grave, gravísimo. Quedan fuera de a polis. Pero no de la comunidad, porque ésta la conformamos cada uno de nosotros y nosotros no los vamos a desconocer y los vamos a seguir acogiendo en la memoria y el corazón aunque de ellos sólo tengamos su muerte.



Algo hay que hacer. 1) Ante estos casos no hay que escatimar esfuerzo ni recursos para establecer con certeza el momento de la muerte de losbebés. 2) Hay que revisar la legislación para proteger y reconocer derechos a nuestros bebés aunque mueran antes y no después. 3) Prevenir, prevenir y prevenir. 4) Reafirmar entre comunidad y autoridades sin ambigüedad alguna algo tan básico y
elemental como es el decir que no hay que botar a los bebés a la basura, promoviendo la adopción como alternativa de vida en familia y en amor.



Jaime Barría Casanova y Bernarda Gallardo Olivieri son padres adoptivos y acogieron a Aurora como hija póstuma.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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