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La ropa sucia se lava en Capuchinos


Se armó la rosca dijo la mosca. La clase medial toma nota de un nuevo castigo, esta vez severo y en serio, de una enojada clase judicial. La clase medial se ha posesionado de la escena nacional, sin contrapesos, desde hace un lustro a la fecha. Lo opina todo, lo sentencia todo, lo desnuda todo. Para ello cuenta desde la Dra. Cahuín y la reposicionada Savka, hasta los directores y representantes de medios que, reemplazando al viejo cura dominical, dicen sus sermones por TVN, Chilevisión, el Cuerpo D, Lanacióndomingo y Reportajes.



Todo iba viento en popa hasta que surgió lo de Spiniak. Tanto es el poder instalado que mientras unos, desde el duopolio ocultan protegen y disuelven el caso Spiniak, otros se sintieron autorizados a meterle una filmadora a la intimidad de un magistrado.



«Hasta aquí no más llegamos» reaccionó corporativamente nuestra inveterada Suprema.



Allí está en invierno o en verano, en dictadura o en democracia, siempre lista para defender su independencia y autonomía. Y con ello terminó la luna de miel entre la clase judicial y la clase medial. (Mientras, la clase política la está gozando toda, nuestra clase adinerada se angustia por el pésimo ambiente que se vive en la casa del mejor del barrio.)



Quedaron atrás los buenos tiempos en que un juez de Rancagua era el superstar de los noticiarios prime time. El duopolio disfrutó hasta el orgasmo de esos fantásticos días y los medios emergentes y alternativos fueron un estupendo coro de fondo anunciando la nueva moral y las nuevas costumbres.



Ä„Que tiempos aquellos!: la plaza pública llena de humanidades de la clase política, debidamente consumidas en una culpabilidad probada judicial y periodísticamente. Un ‘combo dos’ irresistible y abrumador. Para la clase medial los dictámenes de la clase judicial eran la verdad, el camino y la vida. A la hoguera con todo lo demás. (Un detalle: por añadidura, la cosa vendía y daba ráting).



Conocidos los primeros antecedentes del caso Spiniak, todo indicaba que la Santa Alianza -medios-jueces- se consolidaría, pero resultó en pelea.



Qué ha ocurrido para que un matrimonio tan bien avenido a él lo meta preso ella?



Desde ya la clase medial se dividió ferozmente. Las antiguas complicidades de los directores del duopolio y los políticos de derecha involucrados rompieron la unidad de la clase medial. Una cosa era perseguir hasta la destrucción total al roto de Tombolini y otra muy distinta poner en duda las brillantes carreras políticas de connotados miembros del muy importante pilar del actual Estado republicano: el Senado. Ellos se iniciaron y entrenaron en las lides de la política en tiempos en que la res-pública se practicaba entre himnos, marchas militares y marineras declaraciones de día martes, debidamente alabadas y comentadas en las páginas editoriales.



Esto no fue comprendido por uno de los segmentos de la clase medial. Probablemente no habría pasado nada, sino fuere porque entre los disonantes había un canal de televisión y ahí la cosa cambia y porque la tele, como enseña la filosofía contemporánea, penetra.



Los chicos de Chilevisión, estaban lanzados. Ya no era suficiente pertenecer a la clase medial, había que crear una nueva aristocracia comunicacional y ello exigía riesgos y aventuras. Fue suficiente un solo error para que quedara la de alto: Se atacó a un Juez. La vieja ley de Moraga, en su versión postmoderna ‘Caiga quien caiga’, nunca dio para tanto. Los periodistas estaban autorizados a trajinar parlamentarios, ministros o subsecretarios, pero no a un juez. Sin dudas faltó captar la sutileza, la fineza del lenguaje que se usa entre los poderosos, sea que su poder venga del dinero, de la magistratura o de la edición periodística. Para colmo de males, el que tropezó fue uno de los buenos y terminó con sus huesos en la cárcel pública.



La reacción corporativa de la clase judicial, la defensa corporativa de la clase medial, la actitud de «ven lo que pasa si no hay consenso» de la clase política, la arriscada nariz de la clase adinerada, me lleva a una conclusión triste y desgraciada: Los niños ultrajados por Spiniak y su red, lentamente se pierden en el marasmo y «Â…tras la paletada nadie dijo nada, nadie dijo nada…»



<(*) Abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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