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Matrimonio: pasión y razón


La dificultad para legislar con relación a una ley civil que permita hacer más eficiente y eficaz la normativa vigente en esta materia, es el resultado de intereses, aprehensiones, prejuicios, convicciones, dogmas, temores y una larga lista de apreciaciones que representan el sentir, fundamentalmente, de sectores muy definidos en nuestra sociedad.



Resulta curioso que, a pesar de que la gran mayoría de chilenos cree que se debiera legislar para terminar con la mentira institucionalizada y con el drama que viven miles de familias en nuestro país, las fuerzas que están primando son las de grupos, instituciones y corporaciones que ven, en esta eventual ley, una amenaza para la estabilidad de la familia o quizás, una amenaza para sus principios fundadores, pilares de su doctrina e ideología, de su existencia.



Creo que debemos tener paciencia; no nos gusta que se impongan criterios sectarios y de inspiración gregaria, pero no podemos soslayar la realidad que no necesariamente es insoportable. La pasión por lo que defendemos es importante y vital, pero no puede ser superior a la virtud del filántropo inocente, a aquél que ama al hombre sin ser un antropocentrista inmutable. Las instituciones como la Iglesia y otras, han sido necesarias para la historia del hombre o quizás el hombre lo ha sido para ellas; pero descartar su impronta, sus influencias en el devenir del hombre, sería como negar el valor del agua y el fuego.



No pretendo hacer una justificación de las guerras con esta torpe metáfora, pero incluso El Evangelio señala, explícitamente, que «serán necesarias» para el desarrollo del hombre. Pero esto último más bien parece una profecía autocumplida que una condena o legitimación divina de la muerte violenta y masiva, en donde siempre mueren más inocentes que culpables. No nos podemos engañar; no necesariamente lo que quiere la mayoría puede ser bueno. La democracia también tiene sus complejos por bueno y razonable que sea escuchar al pueblo. Las instituciones no sólo son un grupo de gente que debe aplicar las reglas a sus discípulos, suscritos o seguidores, sino que debe ser orientador, guía, modelo y hasta líder de opinión. Las instituciones cobran personalidad, alma, espíritu y valor. Por eso es que la precariedad del debate debe ser depuesto a favor de la inteligencia y la cultura.



Cuando las sociedades nos enfrentamos a una disyuntiva a la que atribuimos importancia, aún cuando quizá no la tenga, debemos actuar con ponderación y altura. La pasión es buena, pero la razón nadie dijo que fuera nefasta. Tan cerca de Dios y tan lejos de las bestias como podamos. Lo ecléctico es el punto más cercano entre los extremos. Nadie exige milagros, nuestra debilidad nos delata por la mañana y nos acusa por la noche.
Conversemos con altura, atentamos la razón del otro en nosotros, no hay forma de crecer sino es con la virtud del diferente, incluso con la brutalidad del otro que, perfectamente, puede ser la nuestra. El hombre está más cerca de Dios cuando sueña, cuando razona lo está de la miseria.



Nadie quiere más divorcios y nadie quiere más hombres y mujeres subyugados por leyes oscuras y tenebrosas. En eso se puede advertir un consenso primario, desde allí se debe partir. Nos gusta exponer nuestras ideas primero negando las otras, ¿cómo podemos pretender ser escuchados con tanta soberbia y mesianismo ciego y perverso? No, no hay duda, la pasión tiene ventajas y beneficios cuando de sexo, arte, amor y otras fabulosas y preciadas características del hombre se trata. Sin pasión no podemos vivir, pero los hay apasionadamente racionales y los racionalmente apasionados. Ä„Necedades!, clasificarnos también puede ser retórica estéril. Somos tan insignificantes y tan estupendos al mismo tiempo, que cualquier clasificación no reconoce el dinamismo de la vida humana y menos su estupenda imperfección y, por tanto, eterna perfectibilidad. Claro que existen clasificaciones y muy buenas, pero no creo que sea buena idea darles mayor crédito que el que persiguen los académicos con loables fines didácticos.



Nos enredamos en una maraña de disposiciones jurídicas para dar en el gusto a moros y cristianos y terminamos perjudicando al hombre común, al del pueblo, al atribulado empleado de la urbe.



Gratuidad de intelecto, eso es lo que se exige en solitario. Se cansan los hombres simples ante la arrogancia de los complejos, aunque la complejidad sea necesaria en algunos casos.
La crisis del matrimonio, de los amantes, si de falacia se quiere hablar; en mi opinión, está radicada en asuntos relativos a un sistema político, económico y moral al que nosotros no hemos renunciado; pareciera que nos gustara el circo y la fiesta cómo hace siglos fundaron los romanos y pueblos aún más antiguos, quién sabe cuánto. La razón puede llevarnos a temas candentes o lejanos, incluso a los que se han ocultado como la definición de sexo, el rol actual de la mujer en la familia y en la sociedad, la «afeminación» del hombre posmoderno y los temas que usted quiera, pero está claro que hay suficiente caudal para contratar a todos los sociólogos, antropólogos, teólogos, filósofos y peritos posibles para ámbitos ilimitados.



Se puede cantar un tango ebrio arriba de una meza de tres patas, pero debe hacerse con clase, con estilo, con talento. Aunque te duermas en el piso de un golpe final, despierta lúcido, ágil, brillante. Quizás no se pueda hacer, pero vale la pena intentarlo, incluso con las disposiciones jurídicas más curiosas como la de «matrimonio civil» cuando lo que se busca es una de divorcio. No hagamos de esto un teatro del absurdo, la vida nos está jugando demasiadas bromas como para seguir inventado otras.



Aunque dictemos una ley horrorosa, hagámoslo con respeto por esa esperanza de ser mejores. Que nuestras pasiones no nos dejen en vergüenza ante una razón tan debilitada por los que no llevan la cuenta de lo que ha vivido el hombre en millones de años sobre este planeta al que, algunos brillantes ociosos, llamaron Tierra.



*Alicel Belmar Rojas es especialista en temas de familia.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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