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El dólar y los motivos de Bush


Si alguien pensó que el Estado de la Unión expuesto hace unos días por el Presidente George Bush al Congreso de los EEUU contendría un drástico cambio de rumbo que comenzase a reducir los niveles récord de déficit fiscal y de endeudamiento alcanzados por este país -asimilando su situación a la de cualquier nación subdesarrollada- se equivocó medio a medio.



A diez meses de presentarse a la reelección, Bush presentó una cuenta que sólo ofrece más de lo mismo: continuar elevando el gasto militar y antiterrorista y seguir recortando impuestos. Precisamente dos de las principales fuentes que a tres años de haber asumido dieron a su administración el triste récord de haber trasformado el superávit con que le entregó las cuentas el ex presidente Bill Clinton en el más grande forado fiscal en toda la historia de los EEUU. Tampoco el gobernante mencionó cómo planea financiar algunas nuevas fuentes de gasto que contendrá el próximo presupuesto de la nación.



La depreciación de la moneda estadounidense frente al euro -y en nuestro caso, ante el peso- podría mantenerse hasta noviembre próximo -fecha de las elecciones presidenciales en los EEUU- y refleja la desconfianza en las políticas de Bush y el temor de sus consecuencias sobre la economía global. Las percepciones sobre la situación fiscal; el enorme y creciente gasto en defensa, el déficit de cuenta corriente de los EEUU, el agravamiento de la situación en Irak, el escaso avance en el conflicto de Medio Oriente, las amenazas terroristas (fundadas o inducidas) y los disensos internos que enfrenta la Casa Blanca han alejado a los inversionistas de seguir comprando bonos de la deuda estadounidense, con los cuales Washington financió hasta ahora su déficit de cuenta corriente.



Como la política cambiaria estadounidense es un resorte exclusivo del gobierno, existe la fundada convicción de que el derrumbe del dólar conviene a la reelección de Bush. Su debilitamiento frente a otras moneda empuja las ventas y los trabajos manufactureros estadounidenses, favoreciendo con ello los intereses proteccionistas de su industria, vitales para generar más empleos. Las cifras al respecto son confusas y hasta contradictorias: según el gobierno, la economía estadounidense creó 57 mil empleos en noviembre (un tercio más de lo esperado), pero al mes siguiente, según el senador demócrata Tom Dashle, apenas lo hizo en mil nuevas ocupaciones. También la Reserva Federal (banco central) no ve con malos ojos que el declive de la divisa empuje las exportaciones de los EEUU e inyecte algo de dinamismo en una economía que a fines de 2003 registró su más bajo nivel en cuatro décadas. Salvo breves atisbos positivos, la economía estadounidense tiende a retornar a su estado depresivo y deflacionario.



¿Quién le cree a la Caperucita?



El ministro del Tesoro de los EEUU -John Snow- ha argüido que deben ser los mercados y no los gobiernos quienes fijen el tipo de cambio. A su turno, Bush ha dicho que su gobierno respalda «un dólar fuerte», pero la mayoría de los mercados cree en ello tanto como en la historia del lobo en la cama de la abuela de Caperucita. Porque ni los comentarios de Snow ni los de Bush han sido apoyados por una intervención concertada de los bancos centrales, ni mucho menos por un aumento en las tasas de interés de la Reserva Federal.



Muy por el contrario, para evitar la devaluación del yen, a fines de 2003 el Banco Central de Japón acumulaba reservas por US$ 187 mil millones, y en los primeros días de 2004 compró otra suma fluctuante entre US$ 3 mil y US$ 5 mil millones. Así, el mundo puede dar gracias al celo japonés -no a los esfuerzos de EEUU- por haber impedido una caída aún mayor del dólar en los pasados meses.



La crítica más dura a las políticas de Bush provino de su -hasta ahora- acérrimo aliado: el Fondo Monetario Internacional (FMI). Un informe suyo, de enero pasado, cuestionó sus recortes fiscales y gastos militares en Irak. También advirtió que su abultado y creciente déficit presupuestario y el desequilibrio comercial plantean riesgos considerables para su economía y la de todo el planeta. La deuda de Estados Unidos es la mayor del mundo, en pocos años podría representar el 40 por ciento de la economía total -«un nivel sin precedente para un país industrializado», expresa el FMI- y provocar el caos no sólo en el precio del dólar, sino que en las demás monedas duras.



La Casa Blanca desechó el informe como alarmista: divulgado a poco de conocerse que el proyecto de presupuesto federal estadounidense, éste prevé un déficit cercano a los US$ 500 mil millones, otro récord negativo. Recordó que Bush ha prometido reducir a la mitad el déficit fiscal durante los próximos cinco años…si es reelecto, claro. El déficit del sector público podría convertirse en uno de comercio si el capital externo deja de fluir para financiarlo. Cuando se hizo de la presidencia, hace tres años, la administración Bush heredó una situación de superávit, que pronto ingresó en el área de los números rojos. Por eso muchos economistas internacionales le dan la razón al FMI. «Si esos déficit gemelos -el del presupuesto federal y el de comercio- continúan creciendo, aumentará el riesgo de que las cosas se pongan bastante feas», advirtió el Instituto para la Economía Internacional en Washington.



La solución asiática



Oficialmente, la Unión Europea apoya un euro estable y fuerte. Pero sabe -como todo el mundo- que la apreciación de su moneda guarda ninguna relación con sus resultados económicos. Alemania y Francia acaban de enviar a la basura el compromiso comunitario de austeridad presupuestaria para respaldar al euro. El «pacto de estabilidad» que los doce países miembro firmaron para dar solidez a su moneda perdió credibilidad en diciembre pasado, luego de que Berlín y París fueron eximidos de sanciones, a pesar de que su gasto público sobrepasó el nivel de tres por ciento de déficit fiscal comprometido.



La fuerte apreciación de la moneda comunitaria descoloca a los europeos, y han comenzado a proliferar hábitos especulativos. Pero lo realmente grave es que la pérdida de competitividad de sus exportaciones redundará en niveles de recuperación económica más bajos a los estimados para 2004. Los mercados no descartan que el Banco Central Europeo impulse una reducción en las tasas de interés, para evitar que continúe la apreciación del euro. Sin embargo, «no es la solución», ha advertido el comisario europeo de Comercio, Pascal Lamy. Muchos analistas se preguntan si no hay algo de cinismo en ello: tras el fracaso del pacto de estabilidad, un euro fuerte permite a la UE cerrarse a las importaciones y con ello neutralizar el riesgo de inflación.



Como los EEUU, también la UE pretende que «parte de la solución» -que «no será inmediata, pero en la que hay que trabajar», según Lamy- venga de Asia, concretamente de sus monedas amarradas al dólar. Europeos y estadounidenses pretenden que China revalúe para ceder algo de la competitividad que han ganado a través de la depreciación del dólar. Pero ni ésta ni las demás economías de la región han hecho mayor caso de la presión.



Así, por lo pronto, la única señal para creerle a Bush de que efectivamente desea «un dólar fuerte» es que su gobierno diga «basta» y deje de usar el dólar débil como una barrera para el ingreso de importaciones. Lo peor es que nada en el futuro inmediato indica que las cosas vayan a cambiar. La debilidad del dólar ha encendido apenas una luz de alarma ante las erradas políticas de Bush. Ahora las opciones son o una caída continua del dólar o tasas de interés más altas, las cuales a su vez ahogarán toda recuperación. Una «corrida» contra el dólar puede ser un evento de baja probabilidad, pero de impacto mucho mayor que la anémica recuperación inducida por tasas más altas. La Reserva Federal podría no tener la opción para esperar hasta después de la elección en noviembre.



Chile: tentaciones cortoplacistas



En un año que según todos los indicadores comenzaba con viento en popa, la fuerte apreciación del peso respecto del dólar ha generado incertidumbre sobre los niveles de actividad e inversiones futuras y presiones empresariales para que el Banco Central (BC) reponga las intervenciones del mercado cambiario. Sólo que esta vez el BC debería maniobrar en sentido inverso a lo que estábamos acostumbrados: la idea es ahora que la divisa estadounidense se mantenga dentro de niveles que garanticen a las empresas exportadoras una prudente rentabilidad.



La caída del dólar beneficia a los consumidores, activando una mayor demanda de bienes importados, lo cual a su vez podría incidir en una alza del tipo de cambio nominal. Pero eso es algo paulatino, mientras que aquélla ya comenzó a afectar en particular la situación patrimonial de los pequeños y medianos exportadores, cuya permanencia dependería de márgenes estrechos asociados a un precio del dólar más bien alto. También introduce un fuerte sello de inestabilidad futura: al mermar la rentabilidad de las empresas, éstas congelarán sus inversiones y reducirán sus costos, y la vía más corta para ello sería recortar su plantilla de personal. La amenaza de un mayor desempleo -argumento predilecto en anteriores coyunturas críticas- fue una vez más desempolvada y lanzada como un guante a la cara del gobierno. Pero esta vez, al menos, la advertencia tiene un fundamento: la crisis provocada por el bajo precio del dólar es una cuestión que atañe casi puramente a la pequeña y mediana empresa: nueve de cada diez unidades exportadas son producidas por ésta, la que más incentiva en empleo y también la más diversificada.



A diferencia del caso europeo, la apreciación del peso chileno tendría según los «agentes del mercado» criollo una justificación económica: el elevado precio del cobre y las decenas de millones de dólares de ingreso extra que ello reporta al fisco. Pero quienes así piensan olvidan que los ingresos de Codelco quedan empozados en un Fondo de Estabilización, mientras que los generados por las demás empresas cupríferas pertenecen a empresas extranjeras, que como tales no los ingresan al país.



En consecuencia, el fenómeno es en esencia resultado de operaciones especulativas. Las fuentes de ella son múltiples: las propias firmas exportadoras, las empresas endeudadas en dólares, aquéllas que han congelado inversiones o pedidos de importación. Pero destaca particularmente el caso de las AFP: el economista de CEPAL Ricardo Ffrench-Davis responsabiliza principalmente al comportamiento pro-cíclico de éstas de la especulación existente. Los fondos previsionales se mueven con y no contra la corriente: fluyen al exterior cuando las expectativas de ganancias son mejores que en Chile, y retornan en rebaño al primer asomo de mejores retornos internos, como ahora. Por eso considera errado haberles aumentado el margen de inversión en el extranjero.



En respuesta a estas «presiones corporativas», como las calificaron, el BC y el Ministerio de Hacienda han sostenido que el precio del dólar sigue siendo compatible con la rentabilidad de las exportaciones. El presidente del primero dijo que frenar estos manejos especulativos sería la única razón por la cual intervendría el mercado, aunque no precisó cómo lo hará. Luego, interpelado por la Cámara de Diputados y el Senado, flexibilizó algo su postura y admitió que también podría hacerlo si la divisa cae a un nivel no rentable para los exportadores.



Todo este cuadro ha generado un cuestionamiento frontal a la política cambiaria, a su eficacia dentro de una estrategia de desarrollo que privilegia al sector exportador (y no a cualquiera, sino a uno que diversifique y agregue mayor valor), a su equilibrio para estimular las inversiones, el empleo y la equidad, y no la especulación por agentes cortoplacistas. La posibilidad de que ciclos similares se repitan a futuro llevó a algunos parlamentarios a demandar del BC «una estrategia cambiaria de largo plazo» y políticas públicas que «potencien mayores grados de eficiencia, competitividad y libertad económica especialmente en aquellos rubros más vulnerables y sensibles frente a cambios internacionales». Empero, quienes ahora demandan intervención cambiaria son los mismos que antes pujaron por la apertura de la cuenta de capitales. La contradicción es evidente.



La vulnerabilidad de la economía chilena a los movimientos especulativos de capital -como ha quedado demostrado en esta coyuntura- afecta la estabilidad del tipo de cambio y demuestra la excesiva preminencia de presiones cortoplacistas -ganancia rápida y cero compromiso con inersión productiva- en los «agentes del mercado». Escribió Ffrench-Davis hace unos días: «No basta con pensar que el BC está atento y actuará en determinada situación más grave: se necesita que se adelante a los problemas, no que trate de solucionarlos después. Es preciso redefinir la política cambiaria para que responda a la economía real y no a los cambiantes estados de humor de los mercados de corto plazo. Tanto en 1976-81 como en 1996-1997 las señales de corto plazo y de los mercados financieros internacionales empujaron al mercado local en una dirección errada: al déficit externo excesivo y el abaratamiento excesivo del dólar. En un cuarto de siglo hemos tenido varios ciclos en donde los agentes han asignado recursos productivos en función del corto plazo, y ahora se está embarcando a Chile en un proceso similar. Eso tiene efectos en las tendencias del desarrollo productivo: nos deja una economía con menos diversificación de exportaciones y menos conectadas con el resto de la economía nacional, porque no tienen mayor valor agregado».



La elevada probabilidad de que los altibajos cambiarios sean un factor cada vez más recurrente alguna vez justificó la vigencia de la tasa de encaje a los flujos de capital especulativo. Pero hoy esta facultad ha sido limitada a su mínima expresión. Mientras tanto, cuesta creer que la apreciación del peso se detendrá «espontáneamente» cuando el precio del cobre llegue a los 110 ó 120 centavos (de hecho, en vísperas de la crisis de 1997, éste llegó a los 135 centavos). El cuadro actual no deja de ser peligroso: se requieren más (no menos) exportaciones con valor agregado, pero está visto que son precisamente estos sectores los más sensibles a las variaciones persistentes del tipo de cambio. Y si no se logra diversificar y agregar mayor elaboración a nuestras exportaciones, de poco servirán los Acuerdos con los EEUU y la UE.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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