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Menos puños cerrados y más manos abiertas


Mas que un vino añejo que con los años toma mejor cuerpo, color y aroma, la izquierda chilena parece una cerveza destapada, que con el paso del tiempo pierde la espuma, el color y el aroma, poniéndose poco atractiva hasta para el bebedor más profesional.

Los partidos de la izquierda chilena, aunque nos duela decirlo, ya no calientan a nadie. Si la sociedad fuera su pareja, estarían en grave problema conyugal, por problemas de motivación ligadas al sexo.

Un viejo militante me decía que los partidos viven de sus emblemas y de la llamada «historia». Me daba la impresión de estar escuchando que me hablaban de lo bueno que era Magallanes en el campeonato del 31, pero de la cero motivación para afrontar el torneo del 2004. Los partidos tienen que tener historia, y aquello es condición necesaria, pero no suficiente. Los partidos tienen que tener una renovada apuesta de futuro si quieren ser exitosos.



Hoy los partidos de izquierda más que dar la impresión de encarnar un proyecto visionario de un mundo distinto, aparecen como unas estructuras añejas, anquilosadas en el pasado, llenas de angustias y problemas. Sé que es fuerte y doloroso decirlo, más aún para nosotros que somos militantes de uno de sus partidos mas emblemáticos, pero nuestra preocupación no puede ser menor, puesto que los valores fundantes de la izquierda, aquellos que nos hablan de justicia, igualdad, libertad y solidaridad, hoy más que nunca son demanda permanente de los pueblos.



El mundo progresista debe entender la necesidad de cambiar este «status quo». Debe comprender que emblemas, himnos y hasta los propios partidos políticos son meras herramientas, y no fines en sí mismos. No sacamos nada con tener varios partidos de ideales socialistas democráticos, pero con cero poder real para hacer frente a las injusticias del neoliberalismo «pechoño». ¿Por qué en vez de estos pequeños partidos dispersos, no tener un gran partido progresista que pueda encabezar los cambios que la sociedad demanda? Un partido que se haga cargo de las demandas históricas, como la distribución del ingreso y la justicia social, pero también que haga suyas las nuevas banderas de lucha, como el acceso a internet, el desarrollo sustentable y la alfabetización digital. Un partido menos preocupado de reformas a los estatutos y reuniones internas, y más preocupados de abrirse propositivamente de cara a la sociedad.



Necesitamos un progresismo con menos olor a Marx y Mao, y con más aires a juventud y rostros femeninos.



Para abrir las grandes alamedas por donde pasen los hombres libres y sin miedos, necesitamos dejar de lado el conservadurismo y ser lo suficientemente osados para plantear algo distinto. El cambio y la vanguardia deben ser las consignas del progresismo.
Hoy la demanda es grande y el desafío gigante; transformar a esta izquierda añeja y vacía, en una izquierda nueva, cargada de nuevos aires y grandes sueños, sedienta por cambiar este mundo. Una izquierda con menos ceños fruncidos y más ojos abiertos; con menos puños cerrados y más manos abiertas, con menos rojo de sangre y mas verde de vida.



* Daniel Manouchehri es estudiante de Derecho y vicepresidente electo de la Juventud Socialista (daniel_manouchehri@yahoo.es).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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