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La Pasión de Cristo según Mel Gibson


Ir a ver la Pasión de Cristo, en la versión de Mel Gibson, no es fácil. Duelen en extremo las escenas de violencia y sadismo sobre un hombre universalmente considerado como bueno, justo y pacífico. Se la ha criticado de excesiva por ello. Por otro lado, se ha señalado que esta película reaviva lo peor del antisemitismo. Los judíos serían nuevamente presentados por un católico -Mel Gibson- como un pueblo deidicida. Por cierto, que se consuman millones de dólares en hacer esta superproducción, no es cosa moralmente neutra. Ni tampoco en qué se destinará la generosa recaudación. Estas cuestiones son claves si quisiésemos juzgar las reales intenciones del productor. Pero esa no es nuestra tarea.



Partamos por la violencia tan crudamente exhibida. Jacques Dusquene ha dicho que «la flagelación era un suplicio terrible, realizado con los flagra, cadenillas de hierro con bolas de plomo en los extremos. No sólo desgarraban la piel, sino la carne; solía suceder que los azotados murieran en el curso de la flagelación». La muerte en cruz, quizás inventada por los persas, era la más terrible y cruel forma de castigo. Ella se reservaba a los rebeldes que fracasaban. Espartaco y seis mil de sus seguidores fueron así ejecutados, entre Capua y Roma. El crucificado no muere por las hemorragias que le provocan los clavos, sino que por ahogo y agotamiento. Tratando de respirar se apoyaban en los pies y en una suerte de silla inclinada, la sedula, que junto con servir de apoyo, cortaba las nalgas. Si el crucificado resistía mucho, se le quebraban las tibias. De ese modo ya no podría apoyarse en los pies para respirar.



Muerte atroz, por lo que Mel Gibson no exagera. O, si lo hace, no lo hace al extremo. Se trata de una muerte tan infamante que a los primeros cristianos jamás se les habría ocurrido adornar sus templos y pechos con la cruz. Sería como entrar a una iglesia y encontrarse en el centro del altar con un hombre ahorcado, con la lengua y los ojos afuera.



Respecto de lo segundo, la película no presenta especialmente al pueblo judío como el culpable de la muerte de Jesús. De hecho, el sadismo corre de parte de los legionarios romanos. Si bien los evangelios presentan a Pilatos como un hombre vacilante, parece que no lo era. De hecho Pilatos viene de pilum, es decir, lanza. Existe una carta dirigida, nada menos que a Calígula, en la que se acusa a Pilatos por torturar, ejecutar sin juicio y de cometer crueldades constantes e intolerables. Los romanos al destruir el Templo de Jerusalén realizarán atrocidades monstruosas. Por ejemplo, matar a unos miles de judíos abriéndoles las entrañas, en búsqueda de joyas y oro.



Por otro lado, si recordamos la comparecencia de Jesús ante el Sanedrín, veremos cómo dos saduceos intentan salvar a Jesús. Seguramente son José de Arimatea y Nicodemo. Más aún, la fidelidad silenciosa de las judías María y María de Magdala constituye quizás lo más hermoso de la película. Mientras que por un lado camina un andrógino demonio, entre los judíos que observan a Jesús recorrer las calles rumbo al Gólgota, por el otro lado de la calle lo hace María. Ella acompaña a su hijo en medio de sus hermanos de raza y religión. No veo pues antisemitismo.



¿Por qué entonces la reacción judía en contra de este film? Quizás se esconde un legítimo temor que proviene del pasado. En efecto, entre los siglos XIV y XV, uno de los grandes medios de catequesis antijudaica lo constituyó el teatro religioso. Jean Delumeau lo señala así: «Una tras otra, quedan puestas de relieve la ceguera, la maldad y la cobardía de los israelitas: se pierden en los meandros de la casuística talmúdica, abruman a Jesús de golpes y de injurias. Por supuesto, se los aflige con toda suerte de taras físicas y morales y se los infama de la peor manera. Son «más crueles que lobos», «más venenosos que el escorpión, «más orgullosos que un viejo león», «más rabiosos que hienas». Son «malos y felones», «lascivos», «puta y perversa progenie», y para resumirlo todo, «diablos del infierno»: así se expresa el Misterio de la Pasión de Arnoul Gréban (antes de 1452).

Después de haber visto escenas semejantes y haber oído tales acusaciones, los asistentes sentían la tentación, evidentemente, al salir del espectáculo, de jugar alguna mala pasada a los judíos de su ciudad, si es que éstos no habían sido ya expulsados». Las reacciones eran tan extendidas que en ciertas ciudades de la Edad Media se prohibieron o se protegían los barrios judíos, durante la representación de un misterio.



Al salir de ver el film, un hondo pesar se veía reflejada en la cara de los asistentes. Todo se hace más intolerable cuando nuestras vidas vuelven a su ordinario discurrir. La angustia crece cuando sabemos de los horrores de hambre y muerte que aún afligen a la inmensa mayoría de la humanidad. Las pregunta siguen esperando respuesta. ¿Por qué Jesús murió y sigue muriendo de ese modo? ¿Por qué tanta dureza de corazón entre nosotros? Ver la Pasión de Cristo no deja indiferente ante la maldad del mundo, la nuestra y la de los otros. Por eso creo que vale la pena ir a verla.



* Sergio Micco es director ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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