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Es la verdad, estúpido


Es muy probable que «es la economía, estúpido», la famosa frase usada en las elecciones de 1992, en contra del Presidente George Bush, por Bill Clinton -entonces candidato demócrata a la presidencia-, para caracterizar el mal estado de la economía, sea usada hoy en contra de su hijo y actual presidente, George W. Bush. La frase podría ser «es la mentira, estúpido» y esta vez puede ser usada por John Kerry, candidato demócrata a la presidencia.



A un año de invadir Irak, junto a su aliado Gran Bretaña, Estados Unidos sigue empantanado con la verdad, en tanto que el dulce elíxir del triunfo militar se evapora día a día. El Presidente Bush debe salir casi a diario a desmentir que haya declarado la guerra a Irak, sobre la base de mentiras: la falsa premisa de las armas de destrucción masiva y del riesgo inminente.



La falta de credibilidad es el principal problema que enfrenta Bush en su campaña por la re-elección presidencial, en noviembre próximo. Con cada vez más frecuencia, la administración se ve forzada a sacar a sus más avezados asesores a apagar incendios.



A un año de la campaña, Bush es acusado de mentir, no sólo por sus opositores en el Partido Demócrata, sino que incluso por su ex-asesor en terrorismo y contra-inteligencia, Richard Clarke. Clarke ha dicho que Bush, tras los atentados terroristas a Nueva York y Washington, del 11 de septiembre del 2001, sólo quería pruebas que evidenciaran la mano del dictador iraquí Saddam Hussein. Clarke, quien se desempeñó durante cuatro administraciones como experto en terrorismo, en el Consejo de Seguridad Nacional, entregó inteligencia que señalaba que los ataques tenían la marca del grupo terrorista Al Qaeda.



Lo que ha dañado la reputación de Bush han sido las declaraciones de Clarke, ante la Comisión del Congreso, que investiga los acontecimientos del 11 de septiembre. Declarando bajo juramento, Clarke dijo a los congresistas que antes de los ataques terroristas, Bush no le daba mayor importancia a la lucha contra el terrorismo o a los temas de seguridad nacional, a pesar de que, al partir Clinton, le entregó antecedentes de que Al Qaeda era el principal riesgo para la seguridad nacional de los Estados Unidos.



Según Clarke, en los primeros ocho meses de la administración Bush, se le dio tan poca prioridad al terrorismo, que los informes de inteligencia que advertían sobre una inminente amenaza terrorista, simplemente no fueron escuchados.



Las declaraciones coinciden con el lanzamiento de un libro de autoría de Clarke, en donde relata que Bush no sólo no prestó atención a los informes de inteligencia, sino que al día siguiente de los ataques exigió pistas que involucraran a Saddam Hussein.



Clarke agregó ante los congresistas que, con la invasión a Irak, Bush menoscabó seriamente la guerra contra el terrorismo. Esto es particularmente grave si se considera que el enemigo es una organización difusa, fuera de todo control estatal, cosa que la administración Bush aún no parece comprender.



En efecto, Al Qaeda, la principal organización terrorista del planeta, es una entidad que se manifiesta de múltiples formas, actúa en forma independiente y carece del orden y estructura orgánica que caracterizan a los estados.



Por eso que el paso inicial contra Al Qaeda fue en Afganistán, primordialmente contra el gobierno extremista Talibán que le daba refugio. Pero tan pronto se erradicó al Talibán, la administración Bush buscó un nuevo blanco. Lo encontró en el régimen iraquí de Saddam Hussein.



Por eso Clarke insiste en que la guerra contra el terrorismo no sólo se ha descarrilado, sino que no ha hecho más que desatar la furia de múltiples núcleos operativos de grupos integristas islámicos, que se identifican con las ideas de Al Qaeda.



Pero la administración Bush inventó la mentira de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, a pesar de que la inteligencia y los inspectores de armas de Naciones Unidas decían lo contrario.



Previo al primer aniversario de la invasión a Irak, el Secretario de Defensa Ronald Rumsfeld, en entrevista con el programa dominical «Face the Nation», de la cadena CBS, fue interrogado sobre la falta de pruebas respecto de armas de destrucción masiva. Rumsfeld argumentó que ningún vocero de gobierno había dicho jamás que existieran armas de destrucción masiva o que el riesgo de ataque iraquí fuera inminente.



Thomas Friedman, columnista del New York Times, respondió leyendo una cita del propio Rumsfeld, en que decía precisamente eso: «amenaza inminente de Irak» y «hay que destruir a Hussein antes de que destruya a Estados Unidos». Enfrentado a sus propias palabras previas a la invasión de marzo del 2003, Rumsfeld se quedó sin respuesta.



La mentira de la guerra rebotó en Madrid el 11 de marzo con un acto terrorista que golpeó en la cara al gobierno de Bush y terminó haciéndole perder a uno de sus mejores aliados. La abrumadora derrota inflingida en las urnas, al Partido Popular, por el Partido Socialista Obrero Español, desató el miedo en Washington y Londres.



A los pocos días, otro fuerte aliado -el presidente socialista de Polonia, Alexander Kwasniewski- se disculpó por haber apoyado la guerra de Irak, creyendo en falsas premisas.



En respuesta al llamado a la jihad contra occidente, y particularmente contra Estados Unidos y sus aliados, diversas y dispares células islámicas extremistas han empezado a actuar con fiereza en diversos lugares del planeta, echando por tierra la tesis de que Irak era el peligro global.



La realidad le da la razón a Clarke y ha forzado a importantes asesores de Bush a salir a atacar, no su análisis, sino su persona. La Asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice, el Vicepresidente Dick Cheney y el propio Rumsfeld han tratado de pintar a Clarke como un hombre con inconfesables motivos ulteriores y animado por una vendetta personal en contra de Bush. Incluso lo han catalogado de incompetente.



Pero no se atreven a desmentir la esencia de su argumento: que el principal riesgo para la seguridad mundial y Estados Unidos era y es Al Qaeda, no Irak. Ante ello responden que la lucha contra Al Qaeda se está dando en Irak, pero los porfiados hechos le dan la razón a Clarke. En efecto, tras los ataques en contra de las Torres Gemelas se produjo en diversos lugares del planeta una seguidilla de atentados claramente ligados a Al Qaeda.



En abril del 2002, una explosión destruyó una sinagoga en Túnez, dejando 21 muertos. Al mes siguiente, un coche bomba explotó frente a un hotel de Karachi, matando a 11 franceses. Luego, en junio, nuevamente en Karachi, explotó una bomba frente al consulado de Estados Unidos, matando a 12 personas. En octubre la violencia llega a un club nocturno de Bali, Indonesia, donde perdieron la vida 202 turistas, la mayoría australianos. En noviembre, un ataque suicida contra un hotel de Mombasa, Kenia mató a 16 personas.



El 2003 siguieron los atentados. En mayo murieron 34 personas en un ataque suicida a un complejo habitacional para extranjeros en Riyadh, Arabia Saudita. Ese mismo mes, en Casablanca, Marruecos, cuatro bombas mataron a 24 personas, en su mayoría judíos, españoles y belgas. En agosto, en Yakarta, un coche bomba destruyó un hotel, dejando 12 muertos. Noviembre fue un mes duro. Otro ataque suicida a un complejo habitacional para extranjeros, en Riyadh, dejó 17 víctimas fatales; en Estambul se produjeron ataques simultáneos a dos sinagogas, en que murieron 25 personas, y luego dos camiones bomba destruyeron un banco y el consulado británico de esa ciudad, matando a 26 personas más.



Reivindicando estos atentados aparecieron organizaciones hasta ahora desconocidas, como el Frente Islámico de Combatientes del Gran Oriente de Turquía y los grupos egipcios al-Gama’a al-Islamiyya y la Brigada Abu Hafs Al-Masri, que se adjudicó los atentados terroristas de Madrid, que dejaron 190 muertos y 1.500 heridos.



El atentado de Madrid es el último de una serie que viene marcando el orden global, desde el sangriento ataque que destruyó las embajadas de Estados Unidos, en Kenia y Tanzania, en agosto de 1998, o que podría incluso remontarse a febrero de 1993, al primer ataque adjudicado a la naciente Al Qaeda, cuando un grupo egipcio hizo detonar un coche bomba en el subterráneo de las Torres Gemelas y mató a 6 personas.



Toda esta serie de atentados comprueba la tesis de Clarke y destapa las mentiras y errores de la administración Bush, al sostener que sólo los estados podían ser responsables de terrorismo. Al centrar su política antiterrorista en Irak y Afganistán, Bush olvidó que Al Qaeda es un ente amplio que aglutina a una multitud de grupos dispares, unidos tras objetivos comunes, entre ellos destruir a los cruzados y judíos.



Los dichos de Clarke echan por tierra la campaña electoral de Bush, quien se presentaba como «Presidente en guerra» y paladín de la seguridad nacional. El senador John Kerry, candidato Demócrata, ha acusado a Bush de equivocar el camino al invadir a Irak y con ello olvidar la verdadera guerra contra el terrorismo.



Kerry agrega que Estados Unidos se embarcó en una guerra construida a base de mentiras e invenciones, que dividió a la comunidad internacional y aisló a Estados Unidos, transformándolo, prácticamente, en un estado paria para el concierto de naciones.



La campaña presidencial de Estados Unidos podría también aislar aún más al Primer Ministro británico, el Laborista Tony Blair, quien se embarcó en la campaña militarista, sobre la base de las mismas mentiras.



En Europa, la caída del gobierno de José María Aznar, salida de España de la coalición y posible retiro de tropas españolas de Irak, dejan completamente aislados a Bush y su socio Blair.



Kerry y el Partido Demócrata centrarán parte de la campaña electoral en las mentiras que Bush utilizó para invadir Irak, sin razón valedera, mostrándolo como un presidente poco confiable y sin credibilidad. Kerry seguirá apuntando a que Bush le mintió a Estados Unidos y al mundo entero, poniendo en grave riesgo la seguridad interna del país.



De allí la probabilidad de que la frase empleada en contra de Bush padre se vuelva ahora en contra de Bush hijo. Lo único que falta es que el ingenuo electorado norteamericano se dé cuenta.







* Jorge Garretón es periodista chileno residente en Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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