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Transgénicos y responsabilidad social


La empresa multinacional Unilever, en su página web, describe la importancia que otorga a su responsabilidad social y proclama entre sus principios guía el «tomar en cuenta los problemas sociales básicos de las comunidades donde opera y realizar acciones concretas que contribuyan al fomento de la solidaridad, la educación y, sobre todo, a mejorar la calidad de vida de las personas». Agrega que invierten «fuertemente en acciones de filantropía y donaciones para escuelas, comedores infantiles, fundaciones y proyectos comunitarios vinculados a la educación».



En dicha página web se informa que la empresa distribuye en América Latina la leche Ades, cuyas características se describen largamente, pero sin mencionar que está hecha de soya transgénica. Al parecer no entra en la responsabilidad social de esta empresa la información completa a sus clientes.



Efectivamente, la empresa argentina Ades elabora 75 millones de litros de leche de soya al año y la exporta a Paraguay, Uruguay, Chile, Colombia, Ecuador, Venezuela y Perú. Argentina es el segundo productor de soya en el mundo, después de Estados Unidos, y el mayor exportador. El 94 por ciento de sus cultivos, al 2003, eran de soya transgénica.



La planta de Ades, ubicada en La Cocha, Tucumán, produce la mitad del total del alimento de soya transgénica que se fabrica en Argentina. Rafael de Gamboa, gerente de productos de Ades y Santiago Gowland, gerente de relaciones corporativas de Unilever de Argentina SA, compañía que adquirió Alimentos de Soya Ades, informan que ésta, que también tiene plantas en Brasil y en México, está empeñada en impulsar el consumo de soya. «No es que nos interese colocar nuestro producto, sino enseñarle a la gente que puede alimentarse muy bien con la soya, agregó Gowland al comentar la Campaña Ades ProSoja, que la empresa está realizando en Buenos Aires y que consiste en enseñar a cocinar con soja a encargados de comedores comunitarios. Además, donan una bolsa de porotos de soya a cada institución.



Esta campaña de Unilever entra en contradicción con lo ocurrido en abril de 1999, en Gran Bretaña. En esa fecha, Unilever, la fábrica de alimentos más grande de Gran Bretaña, anunció que removería los ingredientes transgénicos de los alimentos que vendía en Europa. Nestlé hizo su anuncio al día siguiente, al mismo tiempo que las principales cadenas de supermercados, como Tesco, Sainsbury, Safeway, Asda y Somerfield. Mc Donalds y Burger King también se comprometieron a eliminar la soya y el maíz transgénicos de los alimentos que ofrecían sus comercios en Europa. Estas empresas tuvieron que gastar millones en nuevos insumos de maíz no transgénico, soya y sus derivados, y en la reformulación de sus recetas en las que eliminaron totalmente los productos de maíz y soya.



La Unión Europea, posteriormente, aprobó una ley que exige que los alimentos que contengan ingredientes, con más de un 1 por ciento de transgénicos, lo expongan en la etiqueta. La mayoría de los productores europeos han eliminado los ingredientes transgénicos para evitar el etiquetado. En julio del 2003, el Parlamento Europeo votó subir esta exigencia y los alimentos que contengan más de un 0,9 por ciento de ingredientes transgénicos debe etiquetarlo.



Los latinoamericanos, los que consumimos Ades-Unilever, no tenemos explicación acerca de los razones que hacen que esta empresa elimine ciertos ingredientes en Gran Bretaña y haga campañas para su consumo en América Latina, incluso haciendo donaciones a escolares, más aún cuando se define comprometida con el mejoramiento de la calidad de vida de las personas.



Gracias a este espíritu de la multinacional, el consumo de leche y maíz transgénico aumenta día a día. En publicaciones de Greenpeace se informa que la maizena de prácticamente todos los alimentos infantiles es transgénica y ello no se describe en el etiquetado. La soya transgénica está presente en más del 60 por ciento de los productos elaborados con soya, como grasas vegetales, aceites, harinas, lecitinas. En el caso del maíz transgénico se encuentra en más del 50 por ciento de los productos elaborados con maíz en forma de harinas, aceites, almidón.



Pese a las intenciones de Ades-Unilever, la calidad de vida de los productores agrícolas argentinos tampoco ha mejorado. En la Argentina, sólo en soya transgénica, se sembraron, entre el 2001 y 2002, cerca de 13 millones de hectáreas. Para el 2003 pasaron a ser 14 millones, las mismas que representan el 52 por ciento de la cosecha total de granos: 38 millones de toneladas, de un total de 70 millones. En consecuencia, miles de hectáreas que se dedicaban antes a la variada producción de alimentos tradicionales, y a la producción lechera y de carne, han sido desplazadas y desaparecidas, y con ellas 200.000 productores, entre 1990 y 2001, han sido expulsados a las ciudades, principalmente Buenos Aires.



Como nunca antes, Argentina es hoy un país insumo-dependiente de Glifosato, herbicida vendido por Monsanto, la misma multinacional que produce la semilla transgénica. En el año 2003 se usó unos 150 millones de litros de este agroquímico. Además, el monocultivo de soya transgénica, con la repetición irracional del sistema de siembra directa, sin rotación ni laboreo, con un uso obligado, continuo y creciente de plaguicidas, provoca una desertificación biológica del suelo, como se evidencia ya en grandes áreas de la pampa argentina y en otras menos fértiles.



Según comentarios del Inta, es previsible un escenario con el suelo pampeano, agotado por completo en unos 30 años aproximadamente, como consecuencia del monocultivo soyero. Para el genetista vegetal argentino Walter Pengue, el perjuicio que sufre su país por el empobrecimiento del suelo originado en el cultivo de soya es comparable a unos 2.000 millones de dólares anuales. Por otro lado, las fumigaciones de los plaguicidas sobre estos cultivos se hacen sin discriminación, sobre las viviendas y sobre la población, con lo que se ha producido cáncer, lupus, alergias, púrpura y otras enfermedades vinculadas a la afectación del sistema inmunológico, en varias zonas.



En Chile se cultivan actualmente unas 10.000 hectáreas con especies transgénicas, destinadas exclusivamente a la producción de semillas para la exportación. Pero como las regulaciones sólo abarcan la producción de semillas, hoy se debate la reglamentación que regule la producción de organismos transgénicos, para su comercialización en el país.



Es de esperar que estas decisiones se tomen con toda la información existente y que los cánones que valen para los consumidores europeos, sean válidos también para los consumidores chilenos.







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1.- La Gaceta, Internet.
2.- Organización agrícola argentina.
3.- Ver www.biodiversidadla.org.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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