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Política, Pantaleón, Política…


La excursión del alcalde Lavín a Haití ha hecho centro en la banalidad como forma de la política exterior. No solo por el tinte pintoresco con el que desprestigia y tergiversa una importante decisión del gobierno chileno -como fue enviar un contingente armado a una misión de imposición de paz a un país de la región- sino porque demuestra su incapacidad para captar que efectivamente a esa decisión gubernamental le faltó una imagen de civilidad. Que además de soldados, por lo menos debiera haber tenido un equipo de apoyo civil de mediadores y especialistas, que diera un mensaje claro acerca de nuestro compromiso con la paz, la democracia y el uso restrictivo de la fuerza en el medio internacional.



Pero, aparentemente, pedirle que entienda eso, sería exigirle demasiada finura política. Su excursión busca la publicidad a través de una acción simple. Igual que en la guerra de Corea, donde Bob Hope llevaba a Marilyn Monroe a darle ánimo a los soldados que estaban en el frente, se embarca en una indefinida misión con la escultural Marlene Olivarí, 700 kilos de remedios y tres médicos, en humanitaria búsqueda de los haitianos y de nuestros «aburridos» soldados enviados a Haití. Éxito rotundo de taquilla informativa.



Lamentablemente para el alcalde, y para la imagen internacional de Chile, Haití no es una guerra, y la acción de Lavín tiene más del morbo del libro «Pantaleón y las Visitadoras» de Vargas Llosa, que de un acto cívico de consuelo a los que pueden morir mañana. Y de verdad lo siento por la Olivarí, que lo único parecido que tiene con la colombiana de la novela es su físico.



Lo que debiera estar en discusión es lo que son y serán los compromisos militares o de defensa de nuestro país en una sociedad globalizada, a la luz de sus valores y sus intereses nacionales. Porque ello es parte de una definición de Estado.



Uno de esos aspectos es que la imposición de la paz puede implicar acercar al contingente armado a un contacto o roce cotidiano y estrecho con la población del lugar, generando tensiones a las cuales una fuerza militar combatiente no está acostumbrada. Sobre todo si existen mediaciones culturales o estados de violencia que no están siendo procesados por adecuadas instancias políticas. Por ello se ha hablado de componentes no militares para las fuerzas de paz. Al fin y al cabo, la paz es un resultado político no militar.



Ciertamente Haití no es Irak, o Kosovo. Pero no es menos cierto que es un escenario de enorme complejidad cultural y política. Y para la misión chilena, es un momento tremendamente importante de su aprendizaje técnico, operativo y político de lo que implica una misión militar de este tipo. Ello, independientemente si las razones, el procedimiento o la oportunidad avalan como correcta la decisión de enviar tropas allí.



Por lo mismo, los civiles que aspiran a conducir el país, o los que ya lo hacen, deben recordar que la política de defensa, tal como se definió en el Primer Libro de la Defensa en el gobierno anterior, es una política de Estado, formulada sobre una base consensual de carácter nacional que trasciende la temporalidad de un Gobierno.



La viveza criolla del alcalde Lavín, cual moderno Pantaleón Pantoja, le permite acertar con sus prestaciones en el objetivo de alcanzar publicidad. Pero lo deja repitiendo si se trata de verlo como político serio y estadista. Sospecha que, a fin de cuentas, ronda insistentemente en la sociedad chilena respecto de todos sus actos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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