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Una lección europea para América Latina


«Las alianzas entre los pueblos no son cuestión de sentimientos, deben forjarse sobre la base de intereses y objetivos políticos y económicos comunes. Esta es la condición primera para que sean durables. Si a esta comunidad de intereses se agrega además una comunidad de sentimientos y pensamientos, así como mutua comprensión, un segundo lazo envolverá a los pueblos uniéndolos firmemente».



Es Konrad Adenauer el que habla así en 1916. Es un joven alcalde de Colonia que busca tender lazos con sus vecinos. Teme lo peor para su patria y no se equivocará. Pocos lo escuchan. Peor aún, lo acusan de antipatriota y separatista pues busca sentar firmes relaciones económicas y financieras con Francia y Bélgica. Se desencadena la Primera Guerra Mundial que llevará a la derrota a Alemania y al borde de la revolución espartaquista y bolchevique.



En 1916, entre febrero y julio, se enfrentaron en Verdún alemanes y franceses, quedando un millón de muertos. La batalla del Somme le costó a Gran Bretaña 420 000 bajas. Alemania perdió a 1,6 millones de sus jóvenes en edad militar. La desintegración social, económica y política que dejó esta guerra fue de tal magnitud que surgieron 100 millones de expatriados. Este fue el caldo de cultivo de los totalitarismo que arrastraron a Europa a otra tragedia: la Segunda Guerra Mundial. En estas dos guerras se calcula que murieron 58 millones de personas, en una buena parte europeas.



Desde 1933 Adenahuer será expulsado de la alcaldía de Colonia. Es un enemigo de los nazis y no lo oculta. Cuando en 1945 reasume la alcaldía de Colonia, una ciudad de medio millón de habitantes ha quedado reducida a cenizas. No llegan a los cincuenta mil sus ciudadanos. Alemania y Europa entera son un enorme desierto de destrucción.



Adenauer, en agosto de 1948, afirma con dolor que «si nos retrotraemos 45 años atrás y nos figuramos lo que era Europa en ese momento -Alemania la mayor potencia terrestre de Europa; grandes potencias también en Francia e Italia; Inglaterra, la mayor potencia naval, cuya flota era más grande que las dos flotas que le seguían en orden de importancia juntas. Estados Unidos, aún un país deudor; el Imperio austro-húngaro, el nexo con los Balcanes, uniendo a los Estados balcánicos con Europa Occidental; la propia Rusia aún no dominada exclusivamente por la parte asiática, con cierta influencia occidental- y luego volvemos la mirada sobre la Europa actual, comprenderá ustedes cuán estremecedora es toda su decadencia». Con estas palabras el líder alemán revela su visión: nunca más una guerra europea. Su estrategia unir a los europeos ante el desafío norteamericano y soviético. Y a los sesenta y ocho años se lanza a una nueva aventura.



Contra toda las incomprensiones del caso se une a los líderes de Francia e Italia. Robert Schuman, Jean Monnet y Alcide De Gasperi, otros estadistas, lo acompañarán en una obra de ilusos: unir pueblos separados por las más violentas guerras que ha conocido la humanidad. Y sientan las bases que logran cimentar la hazaña. El primero de mayo de este mayo ingresarán a la «Europa de los quince» nada menos que diez nuevos países. Surgirá así un acuerdo que abarcará casi cuatro millones de kilómetros cuadrados. En ellos habitarán 454,9 millones de habitantes con un PIB per cápita de 21 625 euros.



Vuelvo pues a América Latina. Urge realizar la integración latinoamericana. Bolivia acaba de anunciar que sacará el gas por Perú. Tal decisión es manifiestamente más cara e insegura que hacerlo por Chile. El pesado legado de la Guerra del Pacífico nos sigue separando. El gaseoducto, que ayer fue saludado como la columna vertebral de la unión entre argentinos y chilenos, hoy es motivo de incordio regional. Se trata de problemas muy menores, si los comparamos con los que debieron enfrentar los líderes europeos de la posguerra. Mal que mal América Latina ha sido capaz de evitar guerras como las que han sacudido América del Norte, China, Japón o Europa. Si hemos podido en lo más, ¿fracasaremos en lo menos?



La integración latinoamericana no se basa sólo en sentimientos ni pensamientos. Ella se cimenta en sólidas razones políticas y económicas. Por razones de economías de escala y cercanía nuestros mercados serían capaces de comerciar entre ellos productos más baratos y con mayor valor agregado. Unidos ganamos mayor capacidad estratégica en las negociaciones con el FMI, OMC o con los gigantes de la economía globalizada. Integrados y apoyando los procesos democráticos se consolida la libertad. Generando iniciativas militares conjuntas e incluso industria militar latinoamericana ganamos en seguridad. Y así reforzamos la indudable unidad geográfica y cultural que nos une. Adenauer nos preguntaría qué estamos esperando.





*Sergio Micco es director ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo (sergiomicco@hotmail.com).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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