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Los hijos, la familia y la ley


Las consecuencias, producto de interpretaciones y conclusiones sesgadas y parciales que resultan de los estudios sociológicos, son insospechadas y por ello éstas pueden ser peligrosas.
Hace sólo algunas semanas, se publicó un estudio realizado por expertos del Simmons School of Social Work, de Boston, Estados Unidos, que llevaron a cabo una de las investigaciones más extensas que se haya realizado en ese país, obteniendo sorprendentes resultados acerca de los adolescentes y la salud mental de éstos. A los prejuiciosos, a quienes muchas veces comprendo, debo decir que debemos confiar en la calidad de las investigaciones que hacen las universidades o institutos en los Estados Unidos. Esperanza; los «americanos» no sólo producen guerras y dinero. Bien, tras 25 años de investigación, los científicos comprobaron la notoria influencia de la familia en los hijos, identificando las situaciones familiares que más afectan la salud mental de los jóvenes, poniéndolos en más riesgo de consumir drogas, pensamientos suicidas, bajo rendimiento académico, poca autoestima y problemas emocionales.



Es cierto, Alain Lille decía que: «omnis mundi creatura quasi liber et pictura nobis est in speculum»; reverencias. Pero no tenemos que «engullir» todo lo que dicen las palabras como si fuéramos alimañas desesperadas y hambrientas de conocimientos. Vean ustedes lo que expone magno estudio: El divorcio no causa el impacto que se presume. El divorcio demostró traer consecuencias, pero a corto plazo. Helen Reinherz dice que «el impacto disminuía en niños de nueve años cuyos padres se habían separado cuando tenían cinco. A los 15 años de edad también notamos efectos de corto plazo, pero encontramos que las niñas necesitaban más apoyo para superarlo». Dice mucho más, nada tan sorprendente, pero despierta, saca del letargo, de la abulia e indiferencia frente a tan crucial tema. Mucho se dice sobre los efectos y dificultades entre los cónyuges que rompen con su unión de complicidad, pero demasiado poco de los que lloran solos en sus camas.



Me molesta la cualidad de científicos que se arrogan, para estos casos, quienes estudian el comportamiento humano y más aún el de los niños. Éstos, los niños, son los mejores filósofos, porque pueden sorprenderse con lo que nosotros damos por sentado y responden prematuramente y conforme a las circunstancias del estimado Ortega y Gasset. Todo fluye dirían los amigos y enemigos de Sócrates y Platón. La inexactitud del comportamiento es la belleza que asusta y conmueve al mismo hombre y también a las bestias. El gran poeta oriundo de Lebu diría «son sólo aproximaciones». Es lo que intentamos cuando del hombre se trata y cuando somos humildes en cuanto al conocimiento de nosotros mismos.



Hay algo que no concluye el estudio, hay algo que no asocia. Claro, si extrapolamos y nos situamos en Chile, es efectivo que la carencia de espacios al interior de la familia, la falta de comunicación, la muerte de uno de los padres, la ausencia de uno de ellos, crianza autoritaria, violencia, falta de interés y otras, son situaciones que pueden provocar trastornos del comportamiento que, en algunos casos, suelen ser bastante severos. No vamos a referirnos a Freud y sus conclusiones y menos a la estupenda Lola Hoffman. Sin embargo, no se colige en este estudio, y no entiendo por qué no se hace, cuando las separaciones matrimoniales, sean éstas de derecho o de facto, son normalmente hostiles (disculpen el eufemismo, pero es de los mejores), que los niños son cómplices mudos y accidentales en esta crisis y, por tanto, son susceptibles de ser alcanzados por los efectos, cualquiera sean éstos.



Sin considerar las diversas y complejas causas que provocan el alejamiento de los padres, debemos concordar en que éstas suelen ser violentas, carentes de comunicación, provocadoras de ausencia e inexplicablemente anormales y sospechosas para los menores. Entonces, sólo se han establecido aquellas circunstancias que son más perturbadoras para los menores, pero no se ha reparado en que, precisamente, el divorcio – o como quiera usted llamar a dos sujetos que se alejan el uno del otro – es fuente de las mismas características que han sido definidas como las más traumáticas para los adolescentes.



Las rupturas son violentas. Los amantes de ayer se insultan hoy. No hay panorama más desolador que un niño buscando a uno de sus padres en la noche. Los mismos que se besaban con pasión hace sólo algún tiempo, hoy se miran con desprecio y con rencor muchas veces infundado. Algunos sólo pueden ver a sus hijos en el parque cerca de la casa y, tarde o temprano, lo hacen para llorar y para desencadenar irreparables confidencias e infidencias que, supuestamente, debieran favorecen a alguno de los miembros de la familia. Es, sin duda, una lucha torpe por la primacía moral que termina por confundir a los menores. Los niños escuchan y se convierten en testigos mudos e impotentes. Las madres no tienen el apoyo del padre y los padres caminan silentes por calles oscuras.



Si esto no afecta la consciencia de los hijos, entonces es el subconsciente el que llevará el peso de la brutalidad irrefrenable. Quizá no sea erróneo que se opte por la separación e incluso por el divorcio vincular, pero lo que no nos podemos perdonar, es hacer cómplices inocentes a los niños que ven como nos insultamos, sólo porque no logramos discutir con racionalidad lo que importa para ambos y también para los pequeños terceros. No cabe duda, la separación trae consigo el estigma del insulto, la calumnia y la infamia. Es casi una constante inmutable a través de los siglos; las excepciones son, lamentablemente, extrañas. Respecto de los golpes no me voy a pronunciar, con lo precedente creo que tenemos bastante.



No voy a permitirme la prepotencia de calificar como verdades irrefutables lo descrito, sólo son simples aproximaciones y quizás sean sólo especulaciones. El error puede ser parte de la verdad, lo importante es intentar alejarnos de la aberración Los niños que fuimos, los que hoy son y los que serán, merecen una oportunidad.





*Alicel Belmar es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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