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La costa nostra


Los participantes a la procesión de la fiesta de Cuasimodo esté domingo 18 de abril, en la localidad de Matao, pueblito cercano a Achao, en Chiloé, se vieron sorprendidos al ver que su parroquia, monumento nacional, se encontraba rodeada por grandes flotadores plásticos, de brillante coloración, provenientes del centro de cultivos de choritos cercano a la iglesia. Ante esta clara demostración de modernidad, la procesión de músicos, cabildantes y de «cantoras de gozo», con su arco, estandartes y la imagen de Jesús Nazareno, debió -por primera vez en siglos- estrecharse, avanzar y sortear las boyas, flotadores y fondeos de concreto provenientes de la concesión acuícola.



Esta historia real que sin duda incrementará el rico folklore chilote, grafica los actuales procesos de «des-ordenamiento y ocupación excluyente del borde costero»en Chiloé, Aisén y Magallanes.



Repartiéndose el Paraíso



Chile sudamericano posee 4.200 km. de costa expuesta y alrededor de 30.000 km. de variada costa protegida, ubicada principalmente en los archipiélago y fiordos de Chiloé, Aisén y Magallanes. Es aquí donde especuladores y poderosos intereses políticos y empresariales luchan, como en un verdadero far west austral, pero sin sheriff, por ocupar este «espacio vital», que respalde la última fase de expansión extractivista de recursos naturales marinos en nuestro país.



El borde costero es un bien nacional de uso público. Escaso y frágil debido a sus delicados equilibrios ecológicos, la gran diversidad de impactos humanos que lo degradan, las funciones ambientales, sociales y productivas que se le pide prestar y la gran cantidad de intereses dispuestos a competir por él, lo muestran como un sector donde en los últimos años se generan grandes conflictos sociales, políticos y económicos.



Hoy es evidente en la mayoría del litoral nacional que las áreas costeras presentan problemas de degradación de sus ecosistemas, sobreexplotación de sus recursos y la existencia de crecientes conflictos multisectoriales, debido a la falta de transparencia, ordenamiento y de gestión adecuada.



La intensidad de los desordenados procesos de expansión industrial iniciados en la década de los ’80 ha significado que en la costa de la región de Los Lagos ya no queden espacios de calidad para otorgar nuevas concesiones para la acuicultura. Hoy, el 87 % de la producción de salmones y truchas de Chile – sobre 500 mil toneladas brutas- provienen de las balsas -jaulas ubicadas en la Décima Región, mientras un 12 % se genera en la contigua región de Aisén.



Un ejemplo extremo lo constituye Calbuco, en Puerto Montt, donde en su franja costera se concentran 19 centros industriales de cultivos de salmón, 24 de moluscos, una fábrica de harina y aceite de pescado y una de planta de fabricación de alimentos para peces, con todos los impactos ambientales y sociales que ello significa.



En la actualidad las áreas costeras de Aisén y Magallanes son intensamente disputadas por centros de engorda de salmónidos, diferentes pisciculturas industriales, plantas procesadoras de productos del mar, de tratamiento de residuos industriales, actividades pesqueras artesanales, pesca deportiva, diversos operadores de turismo, actividades deportivas y recreativas, comunidades costeras, proyectos de inversión minera, plantas productoras de harina y aceite de pescado, construcción de embalses para generar energía hidroeléctrica, actividad agrícola y forestal, construcción de infraestructura portuaria y las necesidades de protección de la biodiversidad acuática y terrestre.



A ello se suma las crecientes disputas por los cuerpos lacustres, los desagües de lagos y las concesiones de agua dulce por parte de la acuicultura intensiva.



El ministro de Economía José Rodríguez señaló con relación al conflicto derivado del proyecto minero Alumysa que en «Aisén no vivía nadie». Semejante visión pareciera respaldar las cuentas alegres de un sector de la salmonicultura industrial que ha señalado que existirían «a lo menos unos mil sitios costeros disponibles para ocupar» en la XI Región. Sin embargo, este optimismo pareciera tener una buena base ya que se ha destinado una superficie de casi un millón de hectáreas de la zona costera de Aisén como disponibles para ser «Areas Aptas para la Acuicultura». Pero las solicitudes de concesiones para acuicultura en esta Región sólo llegan a un total de 8 mil hectáreas, equivalente al 0.8 % de la superficie que se piensa entregar gratuitamente a las compañías.



Esto nos hace preguntar si este una situación de apropiación especulativa del patrimonio natural de la Nación, ocurre al amparo del desconocimiento público, la lejanía de Aisén, las complicidades locales y quizás la poca probidad de algunos funcionarios públicos. De ser así, estaríamos frente a un típico caso donde se encuentra operando la «Costa nostra» en las aguas del sur del mundo.



Es tiempo que la sociedad civil y los consumidores exijan a la industria salmonera en Chile, especialmente a las compañías multinacionales, los más altos estándares ambientales, sanitarios, sociales y laborales, concordante con el hecho que nuestro país ya es el primer productor mundial de salmón de cultivo.



Si ello no ocurre será tiempo de pensar en llamar la atención de las autoridades y consumidores sobre la necesidad de una moratoria al actual proceso de expansión de los centros de cultivo intensivo en la zona austral de Chile.







*Juan Carlos Cárdenas es director del Centro Ecocéanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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