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Matrimonio entre homosexuales


Que a alguien le parezca chocante el matrimonio entre homosexuales no es razón suficiente para no permitirlo. Que a muchos les parezca indecoroso, e incluso repugnante, por cierto que es un buen fundamento para oponerse de manera privada a dicho tipo de contratos, pero de ahí a que eso sirva como un fundamento general que sostenga una ley es, a mi juicio, algo bastante cuestionable. ¿Por qué dos homosexuales no han de tener el derecho a casarse? Si la respuesta a esta pregunta esgrime la idea de que se trata de algo intrínsecamente inmoral -y esa creo que es la respuesta más visitada-, sería interesante examinar en qué consiste tal inmoralidad.



Legalizar el matrimonio entre homosexuales, para quienes se le oponen, supone volver legítimo algo que en su base estaría viciado. Imaginemos qué nos diría un detractor de él: lo que ocurre es que la mera condición de ser homosexual es de suyo inmoral. Podríamos preguntarle de vuelta: ¿y qué pasa si esta persona que es homosexual no practica con nadie esta clase de sexo que a usted le parece tan aberrante? Bueno -respondería-, en ese caso no sería inmoral. Si esta línea argumental es cierta, entonces la piedra angular de la discusión es el tipo de sexo que mantienen los homosexuales entre sí.



Es perfectamente entendible que sea inmoral obligar a alguien a que tenga sexo, o que mediante engaño consigamos algo de esa persona que en el fondo no desea. Esto vale, naturalmente, para heterosexuales y homosexuales. Lo inmoral no es el tipo de sexo que uno practica, sino la falta de respeto para con el otro cuando no da su consentimiento para tener sexo. Algo que podría ser un acto de entrega o de mutuo placer, sin el consentimiento del otro se torna una violación. Lo mismo si hay daño a terceros (si hay consentimiento no puede haber daño). Vistas así las cosas, el sadomasoquismo o prácticas sexuales aún más radicales, no serían ni más ni menos morales que una tierna noche de sexo de dos personas que están celebrando treinta años felices de matrimonio. No es que sea moral el sadomasoquismo con mutuo consentimiento y que no incurra en daño a terceros: lo que ocurre sencillamente es que no forma parte del ámbito moral. Esto también vale para las prácticas homosexuales, o para toda forma de sexo sin amor, incluida la masturbación. De este modo, podemos decir que el tipo de sexo por el que optamos es de la misma índole que la manera en que comemos en la mesa o andamos en bicicleta.



La postura que aquí defiendo podría prestarse para malentendidos y por consiguiente podría herir susceptibilidades. El caso del sexo sin amor aclarará el punto. A muchos puede parecernos que es una forma de sexualidad que no vuelve mejores a los hombres, y que en algunos casos hasta puede envilecerlos, pero de ahí a que sea considerado algo inmoral hay un buen trecho. Es preciso reconocer esta diferencia. ¿Por qué alguien no habría de tener derecho a practicar el sexo sin amor? Nosotros podríamos aconsejar a esa persona para que construya otra clase de vínculos interpersonales, pero no estaríamos en condiciones de prohibirle vivir su sexualidad de esa manera, por más triste que nos parezca.



Es comprensible que este punto de vista genere anticuerpos en alguien que suscriba valores tradicionales. El reparo que tal persona posiblemente me pondrá es que no le parecerá sensato quitarle toda dimensión moral al sexo. Usted -me dirá- considera el sexo como una acción muy parecida a caminar o cantar; ¿en qué colegio fue educado? A tal persona yo le respondería lo siguiente: otorgarle importancia a la vida sexual no significa necesariamente tener que elevarla a una categoría moral. Por más que dormir o comer bien nos sean actividades apremiantes para vivir con normalidad, no por eso diremos que pertenecen al mundo moral. Así, que nos parezca que el sadomasoquismo es una práctica poco edificante no tiene por qué llevarnos a inferir que sea algo intrínsecamente inmoral (de la misma manera que nadie diría que silbar o leer en la mesa sean acciones inmorales, y no meros desatinos sociales). Aquello que no queremos para nuestros hijos no es razonable que uno lo extienda a todos los demás, pese a que nos animen las mejores intenciones. ¿Y qué pasaría si alguien nos dijese, a usted y a mí, que el sadomasoquismo le parece edificante? ¿Le diríamos que está equivocado? ¿Acaso esto no le parece a usted algo arbitrario? Distinto sería que alguien afirmase que le gusta forzar a personas a que tengan sexo con él: ahí le responderíamos que eso es inmoral.



Otro motivo por el que algunos se oponen a esta clase de matrimonios consiste en concluir que si son legalizados posteriormente también será permitido que parejas homosexuales adopten niños. En este planteamiento hay un salto lógico evidente: de una cosa no se desprende necesariamente la otra. No hay razón para pensar que la «amenaza» de la adopción pone en jaque el matrimonio homosexual. Los argumentos que deben darse para permitir la adopción de niños por parte de homosexuales son de otro orden y probablemente exceden lo que podríamos llamar una moral del consentimiento (hay un tercero -el niño adoptado- que podría verse dañado, y en tal caso sí estaríamos en el ámbito moral). El problema es complejo y requiere un análisis detenido; baste por ahora desvincular el matrimonio entre homosexuales de la adopción de niños, esto es, cortar el vínculo entre la supuesta inmoralidad de lo primero respecto de la probable inmoralidad de lo segundo.



Si el enfoque que aquí he ofrecido tiene sentido, decir entonces que el matrimonio entre homosexuales no debe estar permitido por motivos morales es un argumento inconsistente. De manera que si no es algo inmoral, ¿por qué los homosexuales no han de poder casarse entre ellos?





*Cristóbal Joannon es profesor de ética periodística. Su mail es cjoannon@puc.cl

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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