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Oración por Karen


Qué otro título podría tener una columna que trate del fallo de la Corte Suprema en el caso de tuición. Lloramos y oramos por nuestros muertos después de la batalla, como también lo hacemos cuando nuestros derechos son avasallados. ¿Nos sentaremos a esperar otro caso semejante para unirnos en su defensa?



Hubo de forjarse una mujer con las convicciones de Karen Atala para que la lucha por los derechos civiles de las minorías alcanzara la relevancia institucional que hoy tiene. Quizás pasen muchos años antes que alguien posea el temple necesario para llevar su caso hasta estas instancias. En primer término, ella podría haber ocultado su homosexualidad, táctica común en situaciones de esta índole, o en algún punto del litigio haber buscado una avenencia con su insidioso marido, o por último haberse retirado de la carrera y pedido a su pareja, Ema de Ramón, que buscara un lugar donde vivir para no correr el riesgo de perder a sus hijas. Ninguna de estas alternativas eligió Karen: como jueza y como ciudadana consideró que era su deber luchar por sus derechos y los de sus hijas a través del sistema judicial sin esconder el rostro. En Chile esta postura constituye un comportamiento excepcional.



Karen Atala no ha sido sólo valiente sino también heroica. Estuvo dispuesta a perder lo que más quería en el mundo, sus hijas, con el fin de luchar por su dignidad, y de paso por la dignidad de los que aún viven discriminados en Chile. Ella dio batalla a pecho descubierto en pos de un logro que hubiera beneficiado a tantos y que al caer derrotada paga los costos por sí sola.



Quisiera pedirle a Karen, y también a Ema, que no abandonen el campo ahora. Comprendo el dolor y la frustración que deben sentir en estos momentos. Pero aún quedan importantes pasos que dar, donde su participación es esencial, y de cuyo resultado no sólo depende la recuperación de sus hijas, sino la posibilidad de que miles de padres y madres homosexuales tengan el derecho inalienable de mantener una convivencia abierta y sana con sus hijos. Desde ya les aconsejo apelar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y buscar la asesoría de organizaciones mundiales que se han mostrado interesadas en este caso, como Human Rights Watch.



Ustedes son primordiales para que no volvamos a oír nunca en boca de nuestros magistrados y nuestras autoridades, frases como las contenidas en el fallo de la mayoría: «…por no haber apreciado (los jueces de la corte de Temuco) estrictamente en conciencia los antecedentes probatorios del proceso» -se menciona el testimonio de una empleada y el hecho que las niñas reciben menos visitas- «y haber preterido el derecho preferente de las menores a vivir y desarrollarse en el seno de una familia estructurada normalmente y apreciada en el medio social, según el modelo tradicional que le es propio, han incurrido en falta o abuso grave».



Amén de falaz (el padre no les ofrecerá una familia estructurada «normalmente», padre, madre, hermanos), el fallo es, a todas luces, discriminatorio. Lo delata el uso de las expresiones «estructurada normalmente», «apreciada en el medio social» y «modelo tradicional que le es propio». Pero, sobre todo, el fallo peca de ignorancia al dar la espalda a una realidad donde las familias estructuradas «normalmente» son las menos (basta mencionar que más del cincuenta por ciento de los nacimientos ocurren fuera del matrimonio), donde la «apreciación social» corre o debiera correr por otros cauces (¿o será que aún nos medimos por nuestro origen y no por nuestros méritos?) y donde «el modelo tradicional que le es propio» no es más que una visión retrógrada del concepto de familia en una sociedad que ha cambiado para el bien y la libertad de sus individuos.



Tal vez el fallo de la minoría sea un buen estímulo para seguir adelante: «…restarle a la madre, sólo por su opción sexual, la tuición de sus hijas menores de edad -como lo ha requerido el padre sobre la base de apreciaciones netamente subjetivas-, involucra imponer tanto a aquellas como a la madre una sanción innominada y al margen de la ley, amén de discriminatoria».



No todo está perdido.





*Pablo Simonetti es escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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