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Minería y royalty: Nuestra tragedia


El reciente envío de un proyecto del Ejecutivo, para aplicar un royalty de 3% sobre las ventas de las grandes empresas mineras, constituye el antepenúltimo paso de una «tragedia» a cuya presentación en el anfiteatro de la historia ya hemos asistido varias veces y, por consiguiente, su final es conocido por todos. No obstante, un 80% de los espectadores -hipnotizados por la fuerza del drama- estamos volviendo a avivar a sus actores para que la lleven hasta su fatal desenlace.



En efecto, la minería ha sido durante casi toda nuestra historia una fuente de creación de riqueza y, gracias a ella («el sueldo de Chile»), el país ha desarrollado obras públicas, subsidiado educación, salud, vivienda, otorgándonos a todos, casi sin darnos cuenta, un mejor estándar de vida.



Las veces en que su importancia ha decaído a sido porque ni al Estado ni a sus concesionarios, ni a sus dueños privados, según sea el caso, les ha convenido su explotación. Para muestra baste rememorar el siglo XVIII y el «quinto real»; la crisis del salitre de los años 30 o la del carbón de Lota en los 90.



Se dirá que en el caso del cobre la afirmación no opera. Sin embargo, habrá que recordar que la «chilenización» se produjo por la colisión entre el interés privado de las mineras norteamericanas, que limitaban la producción por razones de precio internacional, y la «revolución en libertad», que exigía mayores recursos fiscales para cumplir sus promesas, mediante una mayor producción. El legítimo despertar de las expectativas continuó en aumento y la decisión de nacionalizar «la viga maestra» fue, en esa pendiente, el siguiente paso natural. Chile lo aplaudió al unísono.



Pero a poco andar, el Estado -dueño total y absoluto de las minas- no tuvo los recursos para invertir en exploración y, por consiguiente, las escondidas riquezas mineras debieron esperar años, hasta que la contrareforma del gobierno militar volvió a entregar a manos extranjeras las infinitas, pero inexplotadas riquezas mineras, dado que en el subsuelo ellas no eran ni viga ni sueldo para nadie.



Así, la inevitabilidad de la tragedia siguió, porque legislación «de emergencia» dictada en los 70-80 (DL 600, depreciación, descuentos tributarios a los créditos, etc) fue la única manera de recibir nuevamente los favores de la inversión externa. Por cierto, también parte de la tragedia, el uso y abuso que de ella hizo ese capital, fue un descaro. Baste apuntar el caso de Disputada de Las Condes. En los años 60 era la baja producción; en los 2000 la elusión impositiva. Pero así son las tragedias. Primero, la pobreza propia, luego el desatino extranjero, más adelante, la indignación popular…

Ä„Qué tiene de malo un miserable 3%!, dirá el Coro. Ä„Nuestras necesidades son infinitas y son nuestras riquezas, irrecuperables! El antagonista responderá: Ä„Vosotros os llevaís casi la mitad de mi renta y soy yo quien las ha explorado y explotado, sacando riquezas inútiles desde las entrañas de la tierra, arriesgando por decenios mis recursos!



Coro: Ä„Es que os habéis aprovechado y ni siquiera habéis pagado impuestos.



Antagonista: Ä„Pero he gastado millones en caminos, puertos, plantas de agua, electricidad, educación, salud, capacitación, recurso humano con los que os quedáis y que no tendríais sin mi aporte. Además, en pocos años más, estaré pagando impuestos por US$ 900 millones, lo que hace aún más absurdo remecer mi confianza por apenas US$ 100 millones más!



Para qué continuar. Todos conocemos la tragedia. La minería es el «sueldo de Chile» y, por consiguiente, queremos que la parte que nos corresponde, por haber nacido aquí, sea mayor. Ä„Tenemos tantas necesidades! Ä„Por eso el royalty!



Sin embargo, como sabemos lo que sigue, al cambiar las reglas del juego habrá pérdida de confianza. No importa si nosotros lo creemos o no. Los inversionistas canadienses, norteamericanos, japoneses y otros, saben por experiencia, que tras el primer paso viene el segundo, porque las necesidades de los Estados son infinitas. Comenzarán pues a buscar nuevos destinos.



Entonces más de alguien gritará al Coro, nuevamente: Ä„Nosotros podemos solitos. Para qué seguir permitiendo que extranjeros exploten nuestras minas, cuando, por lo demás, a través de Codelco, lo hacemos tan bien! La tragedia dice que más temprano que tarde, todas nuestras minas estarán de vuelta -a pesar que Codelco copa su capacidad de endeudamiento el 2008 y que el Estado no tiene ni para pagar las deudas municipales- Además, se dirá, tendremos millonarias reservas identificadas y por identificar.



Pero como el ahorro interno es exiguo, las exploraciones decaerán; la explotación de las actuales minas se hará cada vez más cara y, de pronto, nuestras minas ya no serán rentables y las «nuevas» serán un riesgo enorme, porque nadie exploró por nosotros. Empero, insistiremos, desviaremos los escasos recursos a seguir explotando yacimientos inviables -a pesar de los 500 mil chilenos en la extrema pobreza y el sistema de salud colapsado-; los precios del cobre seguirán subiendo y bajando, según los insensibles extranjeros hayan explorado y explotado minas en países donde recuperan sus capitales en plazos razonables para sus accionistas y estaremos de nuevo en un zapato chino.



Pero ya habremos matado la gallina de los huevos de oro y tendremos que llamar al desalmado capital foráneo -esta vez sin royalty, porque varios países que lo instauraron ya lo están eliminando- y así poder reanudar nuestra tragedia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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