Publicidad

Los 100 años de Bashevis Singer


Nació, al igual que nuestro poeta, hace 100 años atrás. Isaac Bashevis Singer, como Pablo Neruda, abrió los ojos un día de 1904 y, como aquél, también obtuvo el premio Nóbel de literatura algunos años después, en 1978. Esas son, tal vez, las dos únicas coincidencias, excepto la contundente huella que ambos han dejado en la cultura contemporánea, cuestión que parecen ignorar los suplementos y revistas especializadas locales enteramente dedicadas al centenario de Neruda.



Hijo menor de una familia judía polaca, cuyo jefe de hogar era rabino, Singer estaba destinado a seguir los pasos del padre. Pero, tal como sus personajes que le tuercen la nariz a sus destinos, ejerciendo el libre albedrío, Isaac Bashevis decidió reescribir el propio y, al igual que su hermano mayor, hizo una opción secular y abrazó la literatura.



Como otros judíos en los años 30 europeos, emigró de su natal Polonia intentando revertir el destino de tantos que terminarían en los hornos crematorios y campos de concentración. No tan joven llegó a Estados Unidos y, con el yiddish en la mano, retomó el camino de la literatura, colaborando en un periódico local de la comunidad judía neoyorkina, mientras aprendía el idioma e intentaba convertirse en ciudadano norteamericano. De esa experiencia propia, del exilio, desarraigo y lucha por una nueva identidad sin renunciar a su biografía, tratan varias de sus novelas, especialmente la última y póstuma, Sombras sobre el Hudson, que recoge sus contribuciones por entrega en el mencionado diario durante los años 50.



En polaco, yiddish o inglés, traducido a casi todas las lenguas, Isaac Bashevis Singer, prolífico escritor en su edad madura y hasta su muerte en 1991, es una voz universal que, recogiendo sus vivencias de niño en una comunidad de la Polonia campesina, de joven en la Europa entre dos guerras y en su madurez y vejez en Estados Unidos post nazismo y con guerra fría, nos entrega el cuadro completo del siglo XX en sus claros y en sus sombras. Héroes y villanos no tienen lugar en sus cuentos y novelas. En cada personaje Singeriano, hombre o mujer, viejo o niño, pobre o rico, judío o gentil, religioso o ateo, capitalista o comunista, hay elementos de maldad y bondad, grandeza y miseria, inteligencia y estupidez que hace de todos y cada uno de ellos, simple y complejamente, seres humanos con minúscula y mayúscula a la vez.



Por eso, sus personajes habitan en la tierra prometida que puede ser, indistintamente, Jerusalem o Chicago, así como en el infierno de Treblinka o Harlem. Personajes atormentados que transitan ida y vuelta del infierno a la tierra prometida, pagando un taxi o el pasaje de un bus, viajando en barco o, simplemente, caminando. Ataviados a la usanza tradicional o siguiendo las modas del mercado, sus personajes no tienen vergüenza de sus cuerpos desnudos, así sean grotescos o bellos, y viven el sexo con la misma naturalidad que los rezos y con la misma voracidad que ingieren sus alimentos y licores, prácticas centrales en sus rutinas. Presos de sus pasiones, entre sus miedos y audacias, desde sus tradiciones y encandilados con las innovaciones, son protagonistas de amores y desamores, encuentros y desencuentros, sin aprender las lecciones, haciendo promesas para luego romperlas. Como usted y como yo. Como la humanidad entera.



Contraviniendo la narrativa convencional de historias con comienzo, clímax y final, las suyas son, como la vida misma, un ir y venir de comienzos y finales que se suceden episódicamente. Y en algún momento, Singer decide ponerle punto final a sus tramas. Puede hacerlo en la página cinco, en la 17 o en la 328. Da igual. Es una decisión arbitraria, tan arbitraria como lo es la vida y la muerte, como el aliento que se extingue por cansancio y vejez, por enfermedad terminal, en un accidente o por suicidio.



Bashevis Singer es, a pesar de su singularidad, la voz de todos nosotros y, desde su historia particular, nos cuenta todas nuestras historias. En un yiddish que puede ser esperanto, su lenguaje es comprensible desde Manhattan a Tel Aviv, desde Roma a Québec, desde Cape Town a Sao Paulo, con parada en Santiago de Chile.



Y, siendo ensayista, cuentista y novelista, Bashevis Singer es -que me perdonen Pablo Neruda y sus seguidores- el mejor poeta que he leído.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias