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Augusto José Ramón y la historia


En las tardes tranquilas y lluviosas de Arauco leía todas las revistas que compraba don Hernán Pelén; un hombre culto, honesto, cercano al altruismo. Un buen padre, un buen amigo, un político probo hasta la inocencia.



En aquél tiempo estaba en la universidad y no tenía dinero para comprar tan notables publicaciones. Ellas, en su mayoría, eran revistas que hacían una valiente y hasta temeraria acusación al gobierno del General.



La revista «Hoy», «Cauce» «Análisis», «Mensaje» y otras, hacían un periodismo que les costó el dolor, el trauma de la tortura, la censura y hasta la muerte de sus profesionales y colaboradores. No ha pasado mucho tiempo y aunque esta afirmación pueda ser relativa y hasta subjetiva, lo cierto es que ya hemos olvidado bastante. «Los pueblos que no tienen memoria están condenados a cometer los mismos errores del pasado»; a la luz de los hechos, más a unos que a otros, pareciera no importarles tan lapidaria afirmación. Al contrario, ahí están, perdonando a los autores y cómplices del asesinato, justificando la tortura, la vejación, la humillación, el exilio, la relegación, el robo, el enriquecimiento ilícito y quizás cuántas barbaridades más que, sin duda, serán «soslayadas» si no nos llega otro informe del exterior que nos saque de este «insomnio autómata y autocomplaciente». Ahí están, justificando, olvidando y hasta perdonando. Perdonar, quizás, nos pone cerca de la divinidad y eso sería providencial, pero olvidar parece más de bestias que de hombres.



Algunos de los títulos de aquella época eran: «Dictadura utiliza terrorismo de Estado», «Jóvenes quemados», «El negocio de Armas», «La CNI tortura», «Confirmado: Pinochet busca quedarse después del 89`», «Quemados: Y eran militares…», «El general Arellano y el viaje de la muerte», «El mayor proceso contra un medio de comunicación en la historia del periodismo chileno»; y también había otros como: «Casa de Pinochet en el Melocotón» (cuando Lavandero denunció el hecho, le pegaron hasta que se cansaron), «¿De qué boom se habla?» (Sergio Onofre Jarpa, después de la derrota en el plebiscito, declaró en la televisión que una de las causas más importantes en la derrota fue la crítica situación económica en la que se encontraba el país), «Catastrófico informe sobre Chile del Banco Mundial», «Documento confidencial: Plan de los grupos económicos para ganar con Pinochet», y tantos más que hoy cobra vigencia y que suena tan revelador y sintomático frente a una realidad irrefutable, que ya no tiene muchos defensores ni detractores, pero lo que indigna es que aún los hay.



Detrás de cada artículo, había y hay una acuciosa investigación y coherencia, fundamentos más que poderosos. Al parecer, no ha pasado tanto tiempo o éste se ha detenido o corre sin que tengamos ningún control sobre él; los cierto es que no se puede comprender tanta soberbia y oscurantismo político e inmoralidad cuando se niega y justifica lo innegable e injustificable.



En aquél tiempo y para algunos, unos en la vida pública y otros en las sombras, éstas denuncias eran el resultado de especulaciones interesadas, de fanatismos, extremismos de un periodismo «politizado» y enfermo, de los que querían el caos para el país; para otros, una verdad espantosa que nos ponía en una situación nunca vista en la historia de Chile y que convertía al gobierno de Pinochet en una de las dictaduras más brutales que haya conocido la historia de la humanidad.



No se trata de buscar venganzas, ni equilibrios antojadizos y oportunistas. Se trata de buscar la verdad a luz de los hechos y la razón; ya que por los mismos motivos y principios por los que una persona puede condenar, con razón y derecho, tan aberrante dictadura, se deben condenar las desvergonzadas manipulaciones y abusos en una democracia, tales como la corrupción y el nepotismo tan de moda en estos días. La misma vara para todos nos es una mala medida para buscar la justicia y la equidad de la que tanto hablamos y por la que tan poco hacemos. Medir lo de ayer por los hechos de hoy es un anacronismo moral; medir lo de hoy por lo de ayer es una comparación absurda e irracional. Todos, especialmente los más poderosos, tienen responsabilidades y obligaciones que cumplir en un lugar y en un momento determinado, para que una sociedad sea más justa y equitativa.



Es cierto, la gran mayoría de los chilenos optó por una salida pactada; una salida que era riesgosa, pero era la que nos podía conducir a una democracia más estable y que, lamentablemente, aún no llega con igualdad y equidad para todos, pero que algunos, aunque con cierto escepticismo, esperamos con ilusión. Los costos de ésta, sin embargo, no podían eludirse. La justicia, incluso en sus formas más misteriosas o curiosas, tarda pero llega. La transición o los partidarios más dogmáticos de ella cometieron un error: no se puede ni debe dejar pasar la historia por la vereda del frente, porque ella, tarde o temprano, nos muestra su cara y nos reprocha nuestros errores con inusitada fuerza y contundencia. Los juicios divinos los hace Dios, los del hombre deben hacerlo los hombres. Todos, de una u otra forma, debemos rendir cuentas ante la historia, ante nuestros hijos, ante nuestras mujeres, ante nuestros niños, ante nuestras madres y padres y ante los tribunales si es procedente desde el punto de vista legal y, más conmovedor y peligroso, ante nuestra propia consciencia cuando la tenemos.



Pinochet se comparó con O`Higgins y con Diego Portales; le faltó hacerlo con el Papa Juan Pablo II. Ä„Por favor!, la probidad fue la piedra angular de la doctrina «Portaliana».



Una tía de derecha, a raíz de una campaña del gobierno de Pinochet, regaló su anillo de bodas para la «reconstrucción del país»; ahora tendrá que ir a buscarlo a Estados Unidos o a quién sabe dónde, porque está deprimida y arrepentida por tan notable equívoco; ha estado pensando que debería haberla guardado en una de las cajas fuertes del Banco Bice, que fue robado hace pocos días porque, según dice, al menos ya la habrían indemnizado.



Otro titular de la revista Cauce decía: «Pinochet debe más de 119 explicaciones». Ä„No ha dado ninguna! El problema es que ahora debe dar, por el momento, entre 4 y 8 millones de explicaciones y quizás cuántas más. Vamos a ver. Lo evidente es que las cuentas han caído por su propio peso, sin que nadie en Chile haya movido una hoja. Curioso y hasta sospechoso.



Puede haber algo de ironía en los dos párrafos precedentes; pero es verdad, la ironía es lo único que puede contener la molestia frente a tan deprimente y frágil memoria. Decía Goethe: «El hombre que no lleva la contabilidad de los últimos 3.000 años está condenado a la oscuridad de la ignorancia y sólo vive el día»; me parece un alarde filosófico y antropológico del magnífico poeta y filósofo alemán que se debe apreciar y respetar. Sin embargo, a nosotros, a los hombres y mujeres comunes y corrientes, creo que nos bastaría con llevar la cuenta de los años que llevamos a cuestas.



Amigos, «las cuentas claras conservan la amistad».





*Alicel Belmar Rojas es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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