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La insólita medición de la pobreza

Considerando que el promedio anual de las tasas de crecimiento de la economía en los últimos 14 años se empina sobre 5,5% y que el ingreso per cápita ha aumentado notablemente, debemos alcanzar un consenso nacional para elevar ostensiblemente la línea de la pobreza, que corresponde a $43.712.




La línea de la pobreza se ha convertido en un parámetro que, a estas alturas, sólo sirve para realizar comparaciones estadísticas históricas y determinar si alguien se encuentra por sobre o bajo tal límite; sin embargo, no representa en absoluto los requerimientos mínimos que cualquier ser humano necesita para vivir, minimizando el número de personas que se encuentran en situación de pobreza en Chile.



Una vez más, el Gobierno entregó los resultados de la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), aplicada entre noviembre y diciembre del año pasado a 272 mil personas. Las conclusiones generales indican que la pobreza disminuyó desde un 20,6 a un 18,8% con respecto al año 2000 y que la indigencia también anotó un descenso desde un 5,7 a un 4,7%. En números, estos porcentajes equivalen a una población de 2 millones 907 mil personas en situación de pobreza, de las cuales 728 mil se encuentran en la indigencia. Hasta aquí con el conteo de los pobres.



A pesar de los avances y esfuerzos por erradicar la pobreza, es indispensable reconocer tres puntos centrales que permiten interpretar de una manera más real estas estadísticas, comprometiendo la orientación de cualquier política pública vinculada a la marginalidad y a las precarias condiciones de vida que debe soportar un sector importante de los chilenos.



1) Considerando que el promedio anual de las tasas de crecimiento de la economía en los últimos 14 años se empina sobre 5,5% y que el ingreso per cápita ha aumentado notablemente, debemos alcanzar un consenso nacional para elevar ostensiblemente la línea de la pobreza, que corresponde a $43.712. Aquí hay que ser muy claros. Cuando el Gobierno dice que un poco menos de 1 de cada 5 chilenos son pobres, comete un error técnico y violenta la dignidad de las personas. En estricto rigor, no tenemos un 18,8% de la población en situación de pobreza, sino que bajo una línea de pobreza estadística, relacionada con las pautas de consumo de 1986 y que se arroga el título de satisfacer las necesidades mínimas de las personas ¿Usted cree que alguien que recibe $45.000 mensuales ha dejado de ser pobre?.



Cualquier persona, sólo para movilizarse mensualmente, requiere al menos de $20.000. Entonces, no se entiende cómo podría, con el magro ingreso restante, alimentarse dignamente, vestirse, lavarse los dientes, pagar un arriendo y cancelar las cuentas de los servicios básicos. La posibilidad de recrearse con su familia es, por tanto, nula. Tampoco se contabilizan los gastos en educación y en salud, los cuales se suponen que son cubiertos por el Estado, a pesar de los reparos en cuanto a la calidad de estos servicios.



En estricto rigor, si vamos a contar a los pobres, contémoslos bien, para que por lo menos se tenga una idea cercana a la realidad y a la cantidad de chilenos que la está pasando pésimo. Se entiende que sería un mal negocio para el Gobierno reconocer como pobres a un 60% de la población que, según la encuesta CASEN, cuenta con menos de $100.000 para sobrevivir. Pero lamentablemente es una cruda realidad y tenemos que hacernos responsables de ella.



2) Se debe hacer especial hincapié en la distribución del ingreso de nuestro país, que nos tiene entre las 10 naciones más desiguales en el planeta. Según los resultados de la encuesta, la desigualdad se habría reducido levemente y la diferencia entre los ingresos del 20% más rico y el 20% más pobre descendió de 15,3 veces a 14,3 veces con respecto al año 2000, situación que se acorta aún más, si consideramos el aporte de los subsidios monetarios y no monetarios.



Al respecto, tres consideraciones: i) Si observamos la evolución de la desigualdad desde 1990 hasta la fecha, podemos concluir que el problema sigue sin solución. De hecho, en 1992 la diferencia entre los ingresos recibidos por el quintil más rico y el más pobre era de 13,2 veces, bastante menor a las 14,3 veces de la actual medición. ii) Hay que recordar que ésta es una enfermedad que tiene raíces culturales arraigadas en nuestra historia y en nuestras instituciones. En el último tiempo se ha acentuado a causa de un cóctel de políticas económicas a ultranza, que han propiciado la concentración de las riquezas, llenando los bolsillos de unos pocos. Por tanto, de no mediar cambios de carácter estructural y un nuevo consenso político, el leve mejoramiento de los indicadores en materia de distribución del ingreso detectado se convertiría en un mero impacto coyuntural en los ingresos de los sectores más acaudalados, siempre más expuestos a los vaivenes de la economía internacional de la que participan de manera monopólica. iii) La vergonzosa desigualdad debería ser un insumo adicional para medir la pobreza. Específicamente, es necesario destacar que, si bien la línea de la pobreza da cuenta -aunque de una manera irreal- de la pobreza absoluta, la pésima distribución del ingreso revela la pobreza relativa, que es evidente en sociedades fragmentadas como la chilena, en donde abunda la exclusión y la inequidad. Gracias a ella los pobres se sienten aún más pobres.



3) Por último, es obligatorio dejar claro que la pobreza es un fenómeno multidimensional, que va más allá de la carencia de ingresos y que corresponde a una superposición de desigualdades que generan un círculo vicioso, en donde se juntan la exclusión laboral, económica, institucional, cultural y territorial.
Considerando el nivel de precarización alcanzado en el mercado del trabajo, en cuanto a salarios, jornadas laborales y protección social, la segregación socioespacial observada en Santiago, la dependencia de los subsidios estatales a que muchos deben someterse y la pésima calidad de vida que la mayoría debe acatar para ser funcional al sistema, surge la siguiente pregunta: ¿Cuántos pobres hay en Chile?





Marcos Kremerman es economista de la Fundación Terram

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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