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Editorial: Género y Democracia en Chile


Resulta algo inédito en la historia de América Latina que dos mujeres, ambas militantes de una misma coalición política y ministras en ejercicio, aparezcan también, de manera simultánea, entre las primeras preferencias ciudadanas frente a un escenario electoral presidencial. Más aún cuando, pese a los desarrollos democráticos, el estilo de la política no deja mucho espacio a una participación efectiva de las mujeres en la vida pública, quienes para alcanzar reconocimiento político deben desarrollar un doble esfuerzo que el de los hombres.



Por ello, el caso de las ministras Soledad Alvear y Michelle Bachelet en Chile, que se desempeñan en dos de las carteras más importantes del gabinete, Relaciones Exteriores y Defensa, resulta novedoso. Sobre todo, porque a los obstáculos tradicionales se ha agregado la rudeza y extrema judicialización de la política nacional, lo cual parece no haber deteriorado la imagen electoral de ellas.



Por su parte, connotados personeros de sus propias colectividades, no parecen muy contentos con su éxito, y algunos de ellos, fuera de micrófono, afirman que una vez iniciado el proceso real de selección del o los candidatos concertacionistas, esta especie de democracia de las encuestas que se vive actualmente quedará sujeta al rigor de la competición abierta y las propuestas que encarne cada candidato. Y ahí, dicen, las mujeres perderán terreno.



Más allá de las especulaciones y apuestas que hoy se hacen, y de la circunstancia innegable de que ambas ministras han sido más bien escuetas a la hora de referirse a sus programas como eventuales candidatas, la afirmación de dos figuras femeninas, con posibilidades reales de triunfo, en el amplio arco de las candidaturas presidenciales, es un hecho que, sin duda, merece atención.



En especial, porque no existen datos ciertos que sean indicativos de que la tradicional exclusión social de la mujer vaya acompañada de un fenómeno de mayor acción política.



De las cifras entregadas por organismos internacionales es indudable que la discriminación social y política de la mujer en América Latina no ha mejorado de manera trascendental en la región. Según CEPAL, "el 46% de las mujeres latinoamericanas mayores de 15 años no tiene ingresos propios, mientras que en los hombres ese porcentaje sólo es de 21%". El empleo femenino no supera el 52% (en el caso de Chile es 44%) frente al 80% de los hombres.



En materia de salario, por un mismo trabajo la mujer gana menos que el hombre (84% en Colombia, 80% en Perú, 77% en Chile. Ciertos fenómenos como la pobreza o delitos de microtráfico de drogas se han feminizado, ha aumentado la participación de las mujeres en el sector informal, y ha disminuido la valoración del trabajo doméstico.



En Chile, esa situación ha ido acompañada de un mayor peso cualitativo del voto femenino. Porcentualmente, es mayor el número de mujeres inscritas en los padrones electorales, se abstienen menos, y votan menos nulo y blanco en relación a los hombres. Esta tendencia empezó a evidenciarse de manera muy nítida en las elecciones municipales de 1996, junto a la emergencia de un voto nulo de carácter urbano, masculino y de comunas populares o de clase media.



Una explicación posible es que la visibilidad gubernamental de las ministras, tal como ellas manejan su agenda, ha logrado captar el rechazo ciudadano hacia una matriz política dominada por el lenguaje agresivo y la estridencia, y está sintonizando una frecuencia más cotidiana y familiar, muy cercana a la manera cómo se viven y se enfrentan los problemas en el día a día del país al interior de los hogares.



Una explicación más de fondo, que no descarta la primera, es que se está produciendo un cambio en los conceptos tradicionales de la política nacional con variaciones cualitativas amplias en el electorado, entre las cuales los temas de género podrían ser cruciales. Por primera vez, podría ser una incógnita real a la hora de contar los votos, rompiendo la visión de que las mujeres tienen una postura más conservadora como electorado, y volcarse hacia la identificación con una mujer como la más creíble de las candidaturas.



Los resultados del Comparative Survey of Electoral Systems de la Consultora Mori para construir una Radiografía del Electorado Chileno para el 2004, indican una clara tendencia al voto de decisión individual, sin intermediarios ni afiliaciones claras a conjuntos ideológicamente estructurados, y con una gran volatilidad en el centro.



Revelan también que, a la hora de analizar las adhesiones de hombres hacia candidatas mujeres dentro de los partidos, la mayor adhesión en hombres la obtiene la ministra Alvear en la alianza PS/PPD, mientras que la ministra Bachelet, socialista, la logra en la DC. Sólo las mujeres de esos partidos expresan una férrea adhesión a sus candidatas, lo que es un elemento nuevo en el juego de la democracia interna.

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