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Fundamentalistas religiosos y neoconservadores dominan el partido de Bush

«Los EE.UU. viven en estos momentos una situación equivalente a una guerra civil. Estamos en estado de urgencia. Si Bush es reelegido, nada será posible y este país estará con cerrojo y bajo llaves durante 30 años», afirma Todd Gitlin, sociólogo estadounidense.






Nueva York se convirtió durante una semana en la capital de la disidencia organizada en movimientos sociales de los EE.UU. Diversas agrupaciones (gays, feministas, pacifistas, artistas, militantes antiglobalización, sindicalistas, anarquistas, veteranos de guerras, organizaciones de izquierda, ecologistas, demócratas, etc.) fueron activamente convocadas y representadas en la coalición «Unidos por la Paz y la Justicia» para manifestar contra la Convención Republicana que ratificó a George W. Bush como candidato a la reelección presidencial.



La gran feria política del Partido Republicano se desarrolló en el evocador Madison Square Garden. Una puesta en escena en función de la transmisión de la imagen para consumo televisivo. Los rituales estereotipados, las fanfarras carnavalescas, el bombardeo de imágenes de guerra en pantalla grande, sirvieron de decorado chovinista al mediático desfile de las estrellas del partido, Laura Bush, Rudolph Giuliani, el senador McCain, Arnold Schwarzenegger, etc.



Se trató de convencer a los electores indecisos con los propósitos de estos «moderados». Por supuesto, todos repitieron la misma cantinela: «En tiempos de guerra contra el terrorismo, peligro e inseguridad, necesitamos el liderazgo de Bush». Alguien que no dude, que no matice, que simplifique y ordene. Fue lo que Bush hizo.



El New York Times y el Washington Post calificaron su discurso de anodino, «sin sustancia». Es la estrategia de Karl Rove, el mago de la comunicación del equipo Bush. Presentar un comandante en Jefe y una fachada pluralista y pluriétnica para cazar votos de incautos. Un religioso musulmán abrió el inicio de las sesiones, la televisora árabe Al Jazeera estuvo presente en la arena y Michael Moore («el asesino de imagen» de Bush) ocupó un lugar en la tribuna de prensa como columnista del cotidiano USA Today.
Pero nadie duda que quien constituye la columna vertebral del elefante republicano es la derecha religiosa fundamentalista.



Afuera, las manifestaciones callejeras fueron impresionantes. Se habló de 250 mil participantes. Hubo momentos en que el Madison Square Garden parecía un búnker asediado. Realzando así la importancia del cercano 2 de noviembre.



Una reciente encuesta del New York Times y de la red televisiva CBS muestra que el 71% de los neoyorkinos desaprueba el trabajo de Bush como presidente. En el ámbito nacional, las intenciones de voto colocan a Bush y a Kerry en situación de igualdad. Por lo que el clima que prevaleció en la ciudad agredida el 11 de septiembre de 2001, la metrópolis cosmopolita y demócrata por tradición, es de polarización y de enfrentamiento entre dos concepciones de los EE.UU.



Algunos analistas cómo James Gimpel, profesor de la Universidad de Maryland, hablan de una «fractura» que divide el país. «Esta nunca había sido tan grande desde la elección de 1960, en la que se enfrentaban Kennedy y Nixon», asegura.



Todd Gitlin, sociólogo y profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia (NY), se explaya, en un artículo publicado por el semanario canadiense L’actualité, donde expresa sin ambages y en tono alarmista los temores de un importante sector de intelectuales de la izquierda liberal y militante: «Los EE.UU. viven en estos momentos una situación equivalente a una guerra civil. Estamos en estado de urgencia. Si Bush es reelegido, nada será posible y este país estará con cerrojo y bajo llaves durante 30 años. Cuatro jueces de la Corte Suprema tienen más de 80 años y serán -es lo más probable- reemplazados en el transcurso del próximo mandato. Si Bush es elegido Presidente, es obvio que nombrará a cuatro jueces ultraconservadores y, si es inteligente, los escogerá jóvenes. Gittlin explica; «la tutela actual que la derecha norteamericana ejerce sobre la política es el fruto del trabajo de toda una generación de derecha y de los errores de toda una generación de izquierda».



Gitlin concluye que la única solución es cerrar filas detrás de J.F. Kerry, pese a que no le gusta el «establishment» que dirige el Partido Demócrata. Una encuesta de la Universidad Harvard (The Vanishing Voters Project) revela que el 42% de los electores siguen la actual campaña electoral en comparación con un 12% en abril de 2002. Lo cual es para Gitlin un signo de esperanza.



Recordemos que George W. Bush no llegó a la presidencia por el sufragio popular, sino por el veredicto estrecho y controvertido pronunciado por una Corte Suprema adicta a los republicanos. Hecho que ha contribuido a deslegitimar aún más el carácter democrático del proceso de recambio de las elites imperiales en el poder.



Ahora bien, el candidato demócrata Al Gore pudo haber desconocido la intromisión de los jueces en la lid electoral y, consciente de su victoria en términos de sufragios emitidos, haber reclamado nuevas elecciones limpias y transparentes, con la presencia esta vez de observadores internacionales. Osemos pensar que las elites demócratas y republicanas negociaron entre gallos y medianoche para salvar las apariencias de la democracia imperial. Lo más fácil ha sido echarle la culpa a los votos obtenidos por la candidatura de Ralph Nader.



«En la época de Reagan, las redes de la derecha religiosa estaban organizadas y bastante presentes en los niveles intermedios. Hoy, están en el corazón mismo del poder republicano. Ronald Reagan no formaba parte, pero George Bush es su expresión directa y el jefe de orquesta. El Partido Republicano está infiltrado por los grupos religiosos-fundamentalistas». Quien se expresa así es Alfred Ross, Director del Centro de Estudios por la Democracia de Nueva York, en una entrevista publicada por el cotidiano francés Le Monde, el 28 de agosto pasado.



Lo que sigue es un motivo de preocupación en los sectores democráticos de los EE.UU. «Que quede claro, no estoy diciendo que esta derecha religiosa fundamentalista controle todo el partido republicano sino que se trata de un proceso que puede tomar treinta años. Cuando Pat Robertson organiza la Christian Coalition, y funda la Regent University al comienzo de los 90 (para formar los cuadros políticos y los ideólogos del movimiento religioso conservador) hace una inversión a largo plazo. Estamos hablando en términos de generaciones. Ahora bien, esta derecha fundamentalista amenaza la democracia y la ciencia. Ella podría algún día controlar el poder militar de los Estados Unidos. Su influencia es grande en la guerra contra el terrorismo. Pero para ella, el enemigo también se encuentra dentro del país.»



Alfred Ross explica así las condiciones que permitieron la progresión hegemónica de los fundamentalistas y de los neoconservadores. «La guerra fría intimidó a la izquierda política e intelectual. Desde aquella época las estrategias de la derecha se sofisticaron y atrajeron a las grandes fortunas. Lo que se está desmoronando en los EE.UU. son una serie de contra-poderes. Los estadounidenses ya no cuestionan o critican el sistema de información que se encuentra en manos de algunos monopolios. Los demócratas apoyaron la guerra de Irak. Las iglesias protestantes que no son fundamentalistas pierden sus fieles. Las universidades no se movilizaron por Irak cómo lo hicieron en la época por Vietnam. Asistimos a una deterioración de la salud psicológica del país. Esto es patente tanto en el éxito que tienen las tesis «creacionistas» como en la ausencia de crítica al sistema mediático o universitario.



El investigador concluye afirmando que el objetivo de la derecha fundamentalista es crear una sociedad paralela a la sociedad laica. Ya tienen preparada una relectura ideológica de la historia cristiana para combatir el patrimonio de la Ilustración o de la modernidad humanista occidental. Los demócratas consideran que los republicanos, buscan destruir los cimientos constitucionales de la democracia norteamericana y romper con la modernidad política europea y el bagaje jurídico del siglo XVIII.



Le Monde, preocupado, abunda en el mismo sentido en su editorial del primero de septiembre pasado.



Este tipo de análisis no deja de ser interesante, pero evacúa algunos factores esenciales para entender la situación política en Washington y la estrategia imperial.



Los latinoamericanos lo hemos vivido en carne propia. Las prácticas imperiales de los EE.UU. y de sus agencias tienen un historial antidemocrático conocido desde mediados del siglo XIX. El desmoronamiento de la U.R.S.S. y el fin de la guerra fría -que en América Latina coincidió con el regreso de las democracias liberales elitistas y representativas y la consolidación de la ideología del mercado- dejó sin freno las tendencias hacia el unilateralismo hegemónico de los EE.UU en el plano internacional.



El atentado terrorista del 11/S sirvió de pretexto e impulso para acentuar este curso hacia la barbarie que estaba latente en la administración demócrata de Bill Clinton. Quedó cancha libre a la propagación de las tesis neoconservadoras en el dispositivo mediático. Fox News y CNN se dedicaron a exacerbar el nacionalismo bélico de los estadounidenses.



En el plano de la política internacional, la civilización se materializa en el derecho internacional y sus instituciones. La barbarie actúa según la ley de la jungla y la razón del más fuerte y se apoya en una supremacía militar que se cultiva.



El primer impulso vino del gobierno de Jimmy Carter, pero fue en la administración Reagan que se produjo un rápido ascenso en el poderío militar norteamericano, en términos absolutos y relativos -los gastos militares pasan de 116 mil millones de dólares (4,6% del PIB) en 1979 a 273 mil millones de dólares en 1986 (6,2% del PIB) -.



Con Bill Clinton, la tendencia al «build-up» militar se mantuvo. Su administración demócrata sucumbió demasiado fácilmente a las presiones del aparato Militar Industrial (el Pentágono y las empresas de armamentos) y a los Think Tanks, que al igual que la Rand Corporation fabrican pensamiento estratégico. Tesis que son luego difundidas por el dispositivo mediático e intelectual adicto a los halcones neoconservadores.



En 1998 los demócratas de Bill Clinton y los laboristas ingleses (socialdemócratas conservadores) de Blair lanzan unilateralmente la operación «Zorro del desierto» en Irak, preparando el terreno a la invasión actual. Dick Cheney, Donald Rumsfeld y George Bush, aclamados hoy en la Convención Republicana, se apoyaron en el precedente de las decisiones del establishment, demócrata. Para estos halcones, el superpoder militar les permite remodelar el mundo a su antojo.



Un debate democrático de fondo entre Bush y Kerry es imposible en el contexto actual. J. F. Kerry replicó al discurso belicista de Bush hablando de economía y del millón seiscientos mil empleos perdidos en la actual administración. Los publicistas demócratas también citan los 45 millones de norteamericanos sin protección de salud médica. Pero la lógica del espectáculo mediático y la guerra retórica barren el debate de ideas de la escena política norteamericana. Las recientes movilizaciones sociales de Nueva York y la candidatura de Ralph Nader, se enmarcan en la lucha por la libertad, la igualdad, la paz y la reconquista de la democracia participativa, en el ámbito nacional y global.



*Leopoldo Lavín Mujica es Máster en Comunicación Pública y profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Quebec, Canadá


















  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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