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Ser y querer ser

Que Michelle Bachelet no quiera ser candidata presidencial, que no desee con toda su alma ser ungida como tal, que no piense, diga y haga cada día y cada hora queriendo colocar un nuevo peldaño en su escalera hacia lo alto, habla muy bien de ella, y refleja buenamente gran parte de sus virtudes como mujer política de nuevo cuño.


Las ultimas encuestas de opinión pública han venido a ratificar, con una contundencia que no deja lugar a dudas, a la ministra de defensa Michelle Bachelet como la más promisoria y probable carta presidencial de la Concertación para los comicios presidenciales del 2005. De este modo, y teniendo en cuenta que no se está frente a un fenómeno coyuntural, sino ante una tendencia que se incrementa de modo sostenido tras cada medición, hay que asumir que dicha opción representa la más clara posibilidad de que la Concertación consiga derrotar al sempiterno candidato de la derecha, y pueda perseverar en su obra democratizadora y modernizadora.



Adicionalmente, y por razones que se vinculan a la trayectoria política y a los atributos personales de Bachelet, habría que agregar que dicha opción también encarna la más nítida y esperanzadora posibilidad de que la coalición de gobierno logre encarar una profunda inflexión en su trayectoria, actualice su ideario político, reflexione colectivamente sobre el programa que ofrecerá al país y, además, medite críticamente sobre los estilos de liderazgo y las claras tendencias a la oligarquización de la actividad política que se han impuesto en el país.



Mas allá de los intrincados análisis que de tanto en tanto nos ofrecen los expertos cuando se trata de escudriñar el así llamado «fenómeno Bachelet», una de cuyas últimas y más originales creaciones nos quiere hacer creer que la popularidad de Bachelet es producto de una conspiración mediática de la derecha para cerrarle el paso a otras alternativas, hay que convenir en que en todo tiempo y lugar, particularmente en regímenes democráticos, lo lideres políticos son tales porque logran encarnar y dar sentido material y práctico a los sueños y expectativas mayoritarias de los ciudadanos.



De este modo, las opciones que hacen suyas las personas, sea que se reflejen en una encuesta o en un escrutinio electoral, aluden a una cierta visión, no pocas veces más instintiva que razonada, en cuanto a un cierto deber que se estima deseable para el país y respecto a la persona que se considera más idónea y capaz de hacerlo realidad.



Considerando que la promesa que representa Michelle Bachelet no es fruto de ninguna operación mediática, que la misma no surgió de ningún conciliábulo entre próceres, ni tampoco fue urdida por opacos intereses corporativos, sino que por el contrario, aquella parece emerger espontáneamente de entre los ciudadanos de a pie, habrá que concluir en que estamos ante un liderazgo que se explica por motivos y razones que, para variar, no se conectan de modo sencillo con las lógicas del poder puro, duro y desnudo.



Quizá por lo mismo es que la opción de Bachelet es resistida abierta o solapadamente por muchos barones de la política nacional, los que se sienten a sí mismos como portadores de mejores títulos y derechos para aspirar a la más alta magistratura. Tanto así, como para proclamar que las encuestas poco importan (lo que equivale a pretender que la opinión ciudadana no es relevante o est{a equivocada) y que el mecanismo de definición del abanderado podría ser cualquiera, no necesariamente un proceso de primarias, y sin excluir un hipotético acuerdo político cupular tras bambalinas entre «hombres buenos».



Por estas y varias otras razones, lo que viene ocurriendo con la creciente popularidad de Bachelet tiene a m{as de alguno sumido en la confusión, la incredulidad y el desamparo teórico. No se comprende fácilmente como alguien, casi sin quererlo, y evidentemente sin que se le observe tejiendo pacientemente su estrategia de poder, pueda sintonizar de modo tan espontáneo y natural con el alma y los deseos de tantas y diferentes personas, pasando por alto, como las propias encuestas lo enfatizan, de identidades políticas, partidarias, socioculturales y de género.



Prácticamente desde los albores de la república, hemos sabido de políticos que llegaron a alcanzar la más alta magistratura del país después de superar una larga y agotadora carrera de obstáculos, en cuyo recorrido buscaron de modo consistente y sistemático llegar a la presidencia. Incluso no pocos de nuestros ex mandatarios confesaron alguna vez haber atesorado el sueño presidencial desde la más tierna infancia.



Sin embargo, la paradoja de este caso reside precisamente en que Michelle Bachelet parece no querer desear para sí misma el alto sitial que los ciudadanos, a juzgar por las encuestas, le tenemos reservado en su futuro inmediato. Frente a dicha actitud renuente a aceptar su condición de presidenciable, hay quienes quieren ver un rasgo de inseguridad, debilidad y falta de consistencia.



Quienes así opinan, parecen estimar que la falta de ambición y aun de obsesión por el poder, así como la generosidad para encarar la política y sus oportunidades, fueran todos defectos muy criticables y descalificadores. Al revés, somos muchos los que consideramos que estas «carencias» representan virtudes muy encomiables y por cierto esperanzadoras para la acción política y la gestión gubernativa en su conjunto, las que bien valdría la pena que lograran influir a toda nuestros políticos y dirigentes de toda clase.



Que Michelle Bachelet no quiera ser candidata presidencial, que no desee con toda su alma ser ungida como tal, que no piense, diga y haga cada día y cada hora queriendo colocar un nuevo peldaño en su escalera hacia lo alto, habla muy bien de ella, y refleja buenamente gran parte de sus virtudes como mujer política de nuevo cuño.



Suponemos que otra cosa muy distinta será lo que Bachelet resuelva hacer cuando se vea enfrentada a lo inminente. Entonces, una mujer que ha tenido una vida difícil, como todas las vidas de verdad, pero que ha sabido salir airosamente adelante asumiendo las responsabilidades humanas, políticas y gubernamentales que se le han confiado como mujer y como política, difícilmente dejara de atender el guiño de la historia.





Carlos Parker Almonacid. Cientista político y especialista en relaciones internacionales


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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