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El Ejército, el silencio y otro once de septiembre


El funcionario público Sr. Cheyre parece estar empeñado en hacer declaraciones, borrando a punta y codo su publicitado esfuerzo por alejar a los militares de la contingencia política. Con las constantes intervenciones del general en jefe en asuntos de interés público, el ejército se diferencia de las otras ramas de las fuerzas armadas, que rehúyen el tipo de declaración planificada y pre-redactada que se ha convertido en el sello de Cheyre. ¿Cuándo fue la última vez que se ha oído hablar al comandante en jefe de la FACh, por ejemplo? El mismo viaje de Cheyre fuera del país para el 11 de septiembre es un gesto más, calculado para camuflar el hecho de que la institución todavía se ve como actor en el escenario político de Chile. En un país donde las instituciones funcionan bien, a nadie le importa dónde diablos anda metido el comandante en jefe del ejército, o si se manifiesta «dolido» o «preocupado» o constipado.



Cuando se cumplió el aniversario del nombramiento de Pinochet como comandante en jefe del Ejército en agosto, se celebró una misa en la que «se rezó por él» y se reconocieron sus logros. Pinochet, según la asombrosa lectura oficial de Cheyre, merecía homenajes porque dirigió un «ejército victorioso que logró la paz». Es el equivalente de felicitar a un tipo que se roba un auto a punta de pistola, atropella un montón de gente en el camino, pero llega a su casa sin haber chocado con otros vehículos. Es cierto que no hubo guerra con Perú y Argentina, y eso está muy bien, pero aquí va este boletín informativo para Cheyre: Pinochet está desaforado por sospechas fundadas de haber matado y torturado. Además está bajo investigación por enriquecimiento ilícito y evasión tributaria. Hay militares como Prats y Schneider que merecen mucho más reconocimiento personal e institucional que un millonario que finge estar demente y que al primer apretón le echa toda la culpa a sus subordinados, vivos o muertos. Si el ejército quiere rezar por él, que rece, pero no en horas de trabajo.



Luego, ante la inminencia de un interrogatorio, Cheyre pidió que a Pinochet se lo tratara con «dignidad», como si en algún momento el dictador hubiera sido tratado con otra cosa que no sea deferencia por parte de la justicia. Estamos hablando de un hombre que a pesar de estar acusado de los peores delitos en la historia de Chile, ni siquiera ha sido prontuariado debidamente.



El comandante en jefe siguió hace unos días con unas declaraciones que serían cómicas si no revelaran una falta absoluta de comprensión acerca de la responsabilidad de su institución en los crímenes cometidos por sus hombres en los tiempos en que Pinochet se preocupaba simultáneamente de liquidar opositores y de guardar billetes de banco en su chanchito milagroso. Lamentarse, en esta época del año, de los sufrimientos del ejército, es un descaro rayano en el cinismo, sobre todo si se agrega una queja acerca de la lentitud de la justicia. Esto fue lo que dijo el general en la ceremonia en que se recordó el atentado de la Cuesta de Achupallas; y lo dijo con sentimiento:



«Hay gente del Ejército que está muriendo todos los días, hay gente que ha muerto. Hay dos recursos de casación en la Corte Suprema en este momento, uno de ellos que llevaba siete meses y estuvo ocho meses en la Corte de Apelaciones de Valdivia. El general y coronel que estaban siendo procesados murieron. Uno, hace una semana, y el otro, hace unos meses, sin ver si tenían o no culpas».



Mencionando sólo de soslayo a las miles de víctimas de asesinatos, desapariciones, torturas y otros abusos cometido por miembros del ejército en comisión de servicios, Cheyre aclara que él no compara sufrimientos. Ahí está precisamente el problema. Debería comparar, con la gallardía que le ha faltado al ejército y con la inteligencia de la que tanto le gusta presumir, el sufrimiento de las víctimas de la violencia con ese «sufrimiento» (enfatizo las comillas) de los victimarios que se han visto obligados a desfilar por los tribunales. El desamparo, el dolor y la pérdida de los primeros son infinitamente más vastos que las inconveniencias de gente que disfrutó durante décadas de impunidad, de protección y hasta de una honorabilidad inmerecida.



Mejor que ausentarse del país y hacer gárgaras con la reconciliación, sería bueno que los militares chilenos, con su comandante en jefe como ejemplo, aprendieran a quedarse callados de verdad y abocarse a la tarea de usar de la mejor manera posible las fortunas que se les asigna en el presupuesto nacional. Al parecer, Cheyre encuentra que el silencio es señal de obediencia, y el ejército chileno todavía no se muestra dispuesto a mascar el freno de la subordinación debida al poder civil, aunque haya pasado otro once de septiembre.





*Roberto Castillo es escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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