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Los pobres y la política

Múltiples son los efectos regresivos de la pobreza en la economía, en la vida personal y familiar, y en el desarrollo democrático. Las desigualdades extremas reducen la formación de ahorro nacional, estrechan el mercado interno, conspiran contra la salud pública, impiden la formación en gran escala de capital humano calificado, deterioran la confianza en las instituciones básicas de las sociedades y en el liderazgo político.


Para salir de la pobreza requerimos invertir en el capital humano y social de los pobres. Por el primero entendemos la educación que transmite conocimientos y destrezas que les permitirán salir adelante. El segundo está constituido por las redes y organizaciones de confianza y reciprocidad que hacen posible la cooperación entre ellos y con los privilegiados de nuestra desigual sociedad. Sin embargo, los pobres también necesitarán de capital político, es decir, de su voto y de su capacidad de movilizarse para obtener del Estado mejores condiciones de vida y mayores oportunidades de desarrollo.



Los pobres requieren de poder político, como todos. El filósofo Martin Buber ha dicho que «el gran hombre, ya lo consideremos en la máxima actividad de su obra o en el equilibrio reposado de sus fuerzas, es poderoso, indeliberada y abandonadamente poderoso, pero no anhela el poder. Lo que anhela es la realización de lo que lleva en el pecho, la encarnación del espíritu. Claro que para esta realización tiene menester de su poder, porque el poder (…) no significa otra cosa sino la capacidad de realizar lo que pretende realizar; pero tampoco anhela esta capacidad, que no es sino un medio obvio, ineludible, sino que anhela, cada vez, aquello que pretende y es capaz de realizar».



Así, necesitamos de poder, es decir, de capacidad para realizar nuestros proyectos, la que ejercemos sobre la naturaleza y también sobre los hombres y las mujeres. No se trata de luchar por el poder para dominar a otros. Se trata de crear las condiciones sociales para auto afirmar la vida de todos, rompiendo toda resistencia que se oponga a ello. Tal capacidad requiere de éxito. Es un error de los doctrinarios irresponsables o de soñadores románticos el no darse cuenta de la importancia de alcanzar el éxito. El poder político supone eficacia. Lamentablemente muchas veces quienes se han propuesto realizar reformas sociales mediante la lucha política han olvidado este aserto de realismo. Y los perjudicados normalmente han sido los pobres.



Jorge Arrate y Eduardo Rojas en su libro «Memoria de la Izquierda» recuerdan a Francisco Bilbao y Santiago Arcos. Ellos se inspiraron en una revolución realmente existente que consideraron digna de imitar: la francesa. Y ese amor por Francia y su revolución lo lleva en abril de 1851 a levantar barricadas como había visto en el París de 1848. El historiador Leopoldo Castedo describe al revolucionario Bilbao así: «Ayudado por unos 15 igualitarios y abundantes curiosos, inició la primera con materiales extraídos de un almacén inmediato. La mala suerte se ensañó con el romántico iluminado. Se le ocurrió echar mano de numerosos sacos con nueces, y los cada vez más numerosos mirones, que ya pasaban de mil, se dedicaron con irrefrenable jolgorio a vaciarlos, acompañando la degustación de las frutas secas con el pan sustraído a algunos incautos repartidores. Fue, pues, necesario rehacer la barricada con elementos no comestibles».



Los pobres requieren de líderes, organizaciones y movimientos que generen instituciones que sirvan de canal para el gobierno popular. Los pobres requieren de voz y voto para hacer valer sus demandas políticas. Y ello es bueno para el desarrollo de economías poderosas y sociedades igualitarias.



Múltiples son los efectos regresivos de la pobreza en la economía, en la vida personal y familiar, y en el desarrollo democrático. Las desigualdades extremas reducen la formación de ahorro nacional, estrechan el mercado interno, conspiran contra la salud pública, impiden la formación en gran escala de capital humano calificado, deterioran la confianza en las instituciones básicas de las sociedades y en el liderazgo político.



Además, es difícil sostener en el inicio de este nuevo siglo que la política social sea una asignación de recursos de poca eficiencia. La tasa de retorno en educación es una de las más altas posibles para una sociedad. Actualmente, la competitividad de los países está fuertemente ligada al nivel de capacitación de su población. Extender la posibilidad de acceso al agua potable de toda la población sería una inversión muy eficiente, pues su retorno sería cuantioso en términos de salud pública, lo que repercutirá desde ya en la productividad de la economía.



Así los pobres necesitan de la democracia para poder gozar de derechos civiles, políticos y sociales. A su vez la democracia, que es el gobierno del pueblo, debe crear órganos y procedimientos a través de los cuales los pobres puedan expresarse con libertad y acumular capital político. Pues si no lo hace la democracia degenera en tiranía u oligarquía, regímenes tan corruptos como injustos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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