Publicidad

La política se conjuga en femenino


Un par de días antes de que las ministras Alvear y Bachelet dejaran el gabinete, se conoció una encuesta realizada por un centro dedicado a temas de género, La Morada, con la colaboración metodológica de la Universidad de Chile. Con una muestra nacional de mujeres mayores de 18 años inscritas en los registros electorales, dicha encuesta reitera lo que todas las encuestas realizadas previamente, con muestras de ambos sexos, han señalado, es decir, que Michelle y Soledad son las más serias competidoras de Lavín en la carrera presidencial.



En efecto, simulando el voto privado en urna, las encuestadas favorecieron, en una de las alternativas, a Bachelet (43.9%) por sobre Lavín (35.1%) y, en la otra alternativa, la simulación del voto produjo lo que se llama un empate técnico entre Lavín (37% y Alvear (35.3%). En ambos casos, la votación que obtiene otra de las candidatas posibles mencionadas, Gladys Marín (4.5% y 6% en una u otra alternativa), implica que la suma de las candidatas mujeres supera al candidato Lavín.



La divulgación pública de estos resultados es todo lo que se ha sabido de la encuesta, omitiéndose mucha otra valiosa información para entender qué está ocurriendo con el universo de las mujeres en el país y el efecto que ello puede tener en la política. Datos que, por lo demás, hacen comprensible el fenómeno que encarnan ambas ex ministras al irrumpir en el escenario político. Y a ello destinaremos esta columna.



En el ámbito de las opiniones y percepciones sobre la política, las mujeres revelan un comportamiento similar a la población en general. Es decir, no aparecen diferencias con las opiniones y percepciones que expresan los hombres en el terreno político, según se desprende de otras numerosas encuestas políticas que se han dado a conocer estos recientes años. Al igual que los varones, en las mujeres el partido, alianza o coalición política con que más se identifican es el «ninguno». Al igual que sus congéneres, una importante mayoría manifiesta desinterés por la política. Y, asimismo, de manera similar a cómo opinan los hombres, las mujeres evalúan negativamente a los partidos políticos y al parlamento.



Pero las similitudes llegan hasta allí, pues aparecen entonces las especificidades de género en estas materias: en la encuesta se aprecia que su lejanía es con la política tradicional, pues en casi todas las respuestas de la encuesta las mujeres tienen opinión e información sobre política, si bien sus intereses están en ámbitos que la política tradicional no aborda, entendida ésta como la que se ejerce desde los partidos y desde el parlamento, instituciones que, a su vez, las mismas encuestadas evalúan críticamente, pues se sienten poco representadas en ellas, siendo espacios en donde la desigualdad de género es más marcada que cualquier otro espacio.



Y esta segregación de género de la política es atribuida, en primer término, a los hombres (la política está hecha para los hombres y los hombres no dan espacios, según el 56.7% de las encuestadas) y, en segundo lugar, a que la familia es muy absorbente, de lo que se desprende que sigue primando la visión tradicional de que la familia es una materia de responsabilidad femenina.



En definitiva, el examen de la encuesta revela que, no obstante el manifiesto desinterés que las mujeres expresan por la política, ellas poseen información política y tienen, al respecto, opiniones, si bien no tradicionales. Por lo mismo, sus opciones electorales son también no tradicionales.



Pero de todos los aspectos políticos a ser destacados, los resultados del estudio derriban algunos de los mitos prevalecientes sobre la relación de la mujer con la política.



En primer término, que las mujeres no votan candidatas de su mismo sexo. Como se describe previamente, la mayor parte de las encuestadas manifiesta preferencias por candidatas mujeres y la suma de estas preferencias (Bachelet-Marín, por una parte, y Alvear-Marín, por otra) supera las que obtiene el candidato masculino, Lavín.



El segundo mito que aparece cuestionado es que las mujeres se identifican más con las opciones de derecha que de izquierda. En este estudio, de las 1.200 mujeres entrevistadas y descontando al grupo mayoritario que no tiene identificación política con alguna corriente de opinión, el 17.8% manifiesta sentirse identificada con la derecha y la centro derecha, mientras que el 26.1% lo hace con la izquierda y centro izquierda. Asimismo, el 5.7% sostiene sentirse más interpretada por la izquierda no concertacionista, el 15.9% por la Alianza por Chile y el 25.9% por la Concertación.



Finalmente, también aparece en cuestión un tercer mito, aquél que sostiene que las mujeres son predominantemente conservadoras. Un conjunto de preguntas relativas a temas valóricos tales como el uso de anticonceptivos, la píldora del día después, las relaciones homosexuales, las relaciones prematrimoniales y la maternidad fuera del matrimonio obtienen un respaldo que va desde el 67.9% al 89.8%, con el antecedente que entre las encuestadas más de la mitad declara, no sólo ser católica, sino que practicar su religión al menos una vez al mes.



Entre sus intereses y aspiraciones, el trabajo adquiere una centralidad notoria y pasa a ser una de las metas prioritarias de las mujeres, aún cuando sólo un tercio de las entrevistadas realiza trabajos remunerados fuera de su hogar. El trabajo es percibido como mecanismo de desarrollo personal y de autonomía y las mujeres reivindican el derecho a ejercerlo en igualdad de condiciones que los varones. Afirmación que las mujeres formulan con fuerza, pues aprecian que el acceso al trabajo es más difícil que para los varones y, por otra parte, que ganan menos que ellos en sus respectivos trabajos (el 70% de las entrevistadas que declaran trabajar reconocen ganar menos que sus parejas).



De modo que, al igual que la política que las segrega, el mundo laboral las discrimina. Y en la vida cotidiana, como también afirman, las mujeres están en desventaja respecto de los hombres. Esa es, en síntesis, la percepción que las mujeres tienen de su condición en la actualidad.



Todas estas desigualdades que las mujeres enfrentan y que ellas consideran una gran injusticia, en opinión mayoritaria de las entrevistadas no podrán resolverse sin el concurso activo de las mismas mujeres y de sus propios esfuerzos, afirmación que lleva a pensar, lejos de lo que tradicionalmente se supone, que no hay una demanda paternalista de solución a sus necesidades y proyectos. Cualquier liderazgo que quiera construirse sobre esas bases no contará con una importante adhesión de las mujeres.



Sin duda, todavía es necesario profundizar más acerca del comportamiento previsible de las mujeres en la esfera política y llegar a mayores detalles respecto de la heterogeneidad de respuestas posibles atendiendo a su pertenencia según grupos de edad, nivel socioeconómico y de escolaridad, así como según las actividades que desempeñan y su localización urbana o rural.



Sin embargo, lo que parece ser una tendencia reconocible es que, con los avances de estos años, las mujeres han cambiado y, junto con los cambios, crece una mayor conciencia como sujetos de derechos. Es en esa perspectiva que podemos entender, entonces, la creciente adhesión de las mujeres a liderazgos femeninos y cómo ello puede redefinir los roles tradicionales de la política contribuyendo, de esa manera, a mejorar sus prácticas y acercarla a la ciudadanía, otorgándole la legitimidad que progresivamente ha ido perdiendo estos años.



Clarisa Hardy. Directora Ejecutiva. Fundación Chile 21


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias