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Delincuencia e inseguridad: las implicancias de la educación


En un viaje realizado por Argentina, cuando con cierta frecuencia uno se encontraba con guanacos y ñandúes, lo característico era observar que al ver un ser humano desaparecían. En Las Torres del Paine, en cambio, se les veía en gran cantidad y ninguno huía; posteriormente en Alemania y otros países europeos se pudo constatar que los patos silvestres, entre otros, mostraban un comportamiento aún más amistoso. Incluso había personas que colocaban comida en su mano y algunas avecillas se detenían en ella a comer. A la vez, los adultos ayudaban a sus hijos a alimentar a patos que tenían sus polluelos en piletas y les enseñaban a no dañarlos.



En este simple relato se puede apreciar cómo los animales aprenden y cambian su conducta de acuerdo a la situación. También que los humanos con su comportamiento pueden cambiar radicalmente su entorno y aprender que, conforme a lo que hacen y a cómo lo hacen, logran resultados diferentes.



Por otra parte, entre los países también existen grandes diferencias: unos son pobres con agudos conflictos sociales y desigualdades y otros ricos con buenos niveles de vida y sin los conflictos de los primeros. ¿Qué hace la diferencia? Acaso, ¿hay razas superiores? Puede que algunos lleguen a creerlo, pero la evidencia es contundente en el sentido contrario.



El autor de este artículo ha conocido y observado ambas realidades y ha tratado de comprender lo que hace la diferencia. En los países del Primer Mundo su sistema educacional es muy diferente al nuestro. Aun cuando no lo conoció en plenitud, quedó con la sensación que más que memorizar fechas, nombres y circunstancias, pretende que el educando deduzca las implicancias de los acontecimientos y se forme su propio juicio, y, lo más importante, la calidad se ve pareja. La otra gran diferencia, la constituye el estatus del profesor, está clara la enorme implicancia que su excelencia tendrá en el devenir de sus alumnos y del país.



En las naciones desarrolladas se observa, entre otras cosas: gran limpieza, mucho respeto por las normas de tránsito. ¿Por qué en Chile no ocurre lo mismo?



En el relato inicial hay un hecho que ayudará a entenderlo. En Las Torres del Paine, tanto chilenos como extranjeros cuidan el ecosistema y, aunque no se mencionó, en Santiago, pese a que se destruyen obras de uso público, las instalaciones del metro lucen mejores que las que quien esto escribe conoció en Alemania y Francia. Lo cierto es que tanto en el sur como en Santiago se promueve y enseña a cuidar ambas cosas y todos sus usuarios han aprendido a hacerlo.



Otro hecho que se destaca es el orden y aseo de los países llamados ricos, en contraste con el desorden y desaseo de los del tercer mundo. El problema se hace más agudo en los sectores marginales de los países en desarrollo.



Lo que se ha relatado y comparado anteriormente, mueve a la reflexión. Está claro que no hay razas superiores, por consiguiente surge la interrogante sobre qué hace la diferencia, y el relato previo, a nuestro juicio, da la respuesta: La educación.



Pocas voces están sugiriendo la necesidad de mejorar la educación, y ahora, que mucho se discute sobre la delincuencia y todos proponen soluciones aparentemente espectaculares, casi nadie se detiene a analizar los hechos. ¿Se ha estudiado, por ejemplo, el grado de desarrollo social y educacional de los que delinquen? ¿De qué entorno provienen? ; y si después de cumplir las respectivas penas, quienes han logrado ser detenidos y procesados, ¿han mostrado un cambio de conducta?



Estas y otras interrogantes deberían ser contestadas y analizadas antes de proponer soluciones. Si así se hace, es probable que las respuestas indiquen soluciones muy diferentes a las que ahora se proponen a través de los medios.



En un artículo anterior denominado: «El combate a la delincuencia», planteábamos que la delincuencia sólo se podía enfrentar con una estrategia nacional. Las policías por si solas nunca lo lograrán. Hay demasiadas variables involucradas, que ellas no pueden por sí solas controlar.



La violencia, el vandalismo, la falta de respeto por los demás, la falta de conciencia ciudadana y el ánimo destructivo frente los bienes de uso públicos y privados son síntomas del problema social que nos aqueja.



El relato inicial pudo parecer tal vez sin sentido, pero es elocuente al momento de mostrar los efectos de una buena educación orientada a producir un cambio tan notable en el cuidado de la naturaleza y de bienes de uso público.



Es evidente que si el país se propone erradicar las causas que están originando la delincuencia tendrá que hacerlo por vía de la educación. Es la forma más efectiva de prevenir. Tener un policía por metro cuadrado es inviable. La represión por sí sola muy difícilmente va a producir un cambio de conducta radical. El uso de la fuerza en forma inteligente puede ser efectivo, pero llevado a límites extremos es contraproducente. El país ya ha tenido suficientes experiencias al respecto.



Con lo planteado queda claro que se está frente a un problema nacional y debe ser abordado por el país. Las soluciones unilaterales que se están emprendiendo ahora nunca lo van a solucionar. Por el contrario, el delito y las acciones destructivas han aumentado, con la consiguiente alarma social. Y las discusiones y acusaciones superficiales en nada contribuyen a erradicar el problema.



El autor de estas líneas trabajó en Carabineros desde 1959 a 1988 y nunca escuchó que el ministerio del que se dependía formulara una estrategia nacional en que se diera los lineamientos para su acción. Actualmente, al parecer, la situación no ha cambiado y eso no es bueno. Es el país, por intermedio de las autoridades que ha elegido, quien debe formular la gran estrategia que guiará la acción de sus organizaciones en forma coordinada, junto con un sistema evaluativo eficaz. De lo contrario, como en el caso de la delincuencia, las distintas organizaciones a quienes les compete el tema o creen que éste es de su esfera exclusiva de acción, realizarán acciones que, tal como la experiencia lo demuestra, son muy poco eficientes y de un alto costo.



El Ministerio de Educación tiene mucho que decir ante una estrategia nacional frente a la violencia, el desorden y el comportamiento indeseable que se ha mencionado. La educación es mucho más que la enseñanza de contenidos. También comprende el desarrollo de valores que son los que dan el sello distintivo a la conducta individual y social.



En varias oportunidades en que se han producido comportamientos indebidos en colegios públicos y la televisión ha mostrado parte de sus instalaciones se vio destrozos, desaseo y descuido.



Si en ese lugar, que es centro educacional, tal es el medio ambiente, no se puede esperar que los niños aprendan un comportamiento diferente. La enseñanza, en su mayor parte, es municipalizada. Por consiguiente, las autoridades comunales elegidas también tienen mucho que decir al respecto y la comunidad mucho que preguntarles.



En la introducción de este artículo se relataron ciertos hechos que demuestran que la educación con objetivos claros y acciones consistentes logra cambios de conducta sorprendentes.



Ya se ha señalado, asimismo, por otra parte, que la educación es mucho más que enseñar contenidos. Se supone que también debe desarrollar valores, lo que presupone que el país debe definirlos y para ello habrá que decidir el tipo de sociedad a que se aspira. Los dos modelos más conocidos por quien esto escribe son: el estadounidense y el europeo.



El primero se nota más individualista, más partidario del uso de la fuerza, pero también valora mucho la libertad. Con un gran respeto por las normas, no se perdona la deshonestidad, al tiempo que tiene una gran flexibilidad y habilidad para adaptarse a los cambios, entre otras características.



El segundo es más solidario y humanista. Es muy respetuoso de los derechos del demás y más consciente de que la pobreza del Tercer Mundo es una amenaza para su propia tranquilidad. A su vez, reniega de la violencia y de la guerra y tiene gran tolerancia frente a la diversidad. Después de desgarradoras guerras ha sido capaz de reconciliarse y construir una unión de países que equipara el poderío económico norteamericano. Su poderío militar es mucho menor, porque la sociedad no desea grandes gastos en esa área, y así como en su momento un francés escribió sobre el desafío americano a Europa, ya se escucha de un fenómeno a la inversa.



El país debería aprender de ellos y tomar lo mejor de estas sociedades y de otras cuyos modelos ayuden al propósito que se quiere. Además, todos deberían aportar ideas y no descalificaciones, teniendo claro que es el punto de partida para frenar la violencia que cada día produce mayor alarma. El respeto por los derechos de los demás se debe practicar y no sólo predicar, pues las acciones consistentes enseñan por sí mismas y se perpetúan.



Jorge González Barahona es Coronel (r) de Carabineros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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