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Variaciones críticas sobre un artículo de Ariel Dorfman en el New York Times

La ironía de la historia inmediata es que, en virtud del paquete de leyes inconstitucionales o Patriot Act aprobadas por el Congreso de los Estados Unidos, un comité investigador de cuentas bancarias sospechosas, vinculadas a Al Qaeda, se toparía con los dineros sucios de Augusto Pinochet Ugarte. Ariel Dorfman escribe al respecto: «Durante la investigación, los congresistas norteamericanos descubrieron que un terrorista extranjero llamado Augusto Pinochet, depositó 8 millones de dólares en una c


En un artículo publicado en el New York Times del 11 de septiembre pasado, el escritor chileno y profesor de Duke University, Ariel Dorfman, establece interesantes vínculos entre los dos fatídicos 11 de septiembre que han dejado una profunda huella en la memoria planetaria.



Pero el prestigioso escritor omite mencionar la responsabilidad de los gobiernos de los EE.UU. en las dos tragedias históricas. Considero que en estos tiempos de fundamentalismos y nihilismos (o de choque de fanatismos) existe un deber de memoria, una exigencia ética de reconstitución de la verdad histórica, a la cual hay que someterse con pasión y ardor intelectual.



En el primer párrafo de su texto, el dirigente del Pen Club Internacional desmenuza la extraña dialéctica de los acontecimientos. Se imagina lo satisfecho que debió sentirse el general Augusto Pinochet cuando 28 años después del cruento Golpe de Estado dado bajo su mando en Chile, los Estados Unidos fueron a su vez «visitados repentinamente por la muerte y la destrucción», al ser atacados de manera terrorista por el benladenismo salafista.



Dorfman señala con precisión los elementos que podrían acarrear agua para el molino pinochetista. Provocándole incluso al tirano «un sentimiento perverso de recibir la absolución». Después del atentado terrorista del 11 de septiembre, perpetrado por Al Qaeda en Nueva York, donde perecieron tantos norteamericanos como chilenos víctimas de desapariciones, la gente comprendería por fin que: 1) las violaciones a los Derechos Humanos son el precio módico a pagar por la seguridad de los ciudadanos, 2) que la democracia es un lujo en tiempos de guerra y 3) que es absolutamente necesario golpear preventivamente a sus enemigos.

Hagamos un paréntesis. En definitiva, éstos son los principios puestos hoy en práctica por Bush, Putín y Sharon.



Reflexionando un poco -el comentario es mío- se trata de los mismos postulados que operaron en la Doctrina de la Seguridad Nacional (Made in USA) y que fueron implementados por las dictaduras latinoamericanas del Cono Sur en las guerras «antisubversivas» contra un «enemigo interior». Además, sus corolarios fueron estudiados en las Escuelas Militares de los Estados Unidos, de Francia y de América Latina, durante la Guerra Fría. También guiaron el accionar de la estrategia imperial en los conflictos llamados de «baja intensidad» (Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras). Cierro el paréntesis.



La ironía de la historia inmediata es que, en virtud del paquete de leyes inconstitucionales o Patriot Act aprobadas por el Congreso de los Estados Unidos, un comité investigador de cuentas bancarias sospechosas vinculadas a Al Qaeda, se toparía con los dineros sucios de Augusto Pinochet Ugarte.

Ariel Dorfman escribe al respecto: «Durante la investigación, los congresistas norteamericanos descubrieron que un terrorista extranjero llamado Augusto Pinochet depositó 8 millones de dólares en una cuenta en el centro de operaciones del Riggs Bank de Washington. Tal revelación hecha en julio, abrió la puerta para que un juez chileno interrogara a Pinochet sobre sus finanzas».



Más adelante, el escritor informa y recuerda a los lectores del New York Times que: «Este escándalo no le pudo llegar en peor momento al general. En el curso de los últimos años, se han intentado varios procesos en su contra por su participación en la Operación Cóndor -un plan secreto urdido por los gobiernos militares de cinco países de América del Sur que produjo innumerables actos de terrorismo en América Latina, Europa y los EE.UU. (incluyendo el asesinato de Orlando Letelier, ex Ministro chileno de Relaciones Exteriores, en Washington, en 1976).»



Ahora hay esperanzas de que el dictador sea juzgado puesto que la Corte Suprema le quitó la inmunidad parlamentaria. El «modelo Pinochet» significa que todo se hace en una «atmósfera de secreto», una estrategia que busca ocultar a los ciudadanos crímenes contra la humanidad y negocios sucios, considera Ariel Dorfman. Por lo tanto, el mejor homenaje a las víctimas de ambos ataques es «reafirmar nuestra confianza en los valores de la democracia y de la justicia, en este triste y esperanzado planeta nuestro», concluye Ariel Dorfman.



Aventurémonos en el delicado camino de los comentarios críticos al artículo de un célebre compatriota; a un texto publicado en uno de los decanos de la prensa norteamericana y mundial. Uno de esos medios que «manufacturan consenso» (N. Chomsky) y «fabrican opinión pública» (P. Bourdieu).



En ninguna parte del texto en cuestión se menciona la responsabilidad del gobierno de los EE.UU. y de sus servicios de inteligencia (CIA y FBI), ni en el Golpe chileno, ni tampoco en la siniestra Operación Cóndor.



Sin embargo, hoy constituye una conquista histórica del movimiento por la verdad y la justicia el afirmar que es racionalmente imposible referirse a los crímenes de la dictadura chilena y olvidar la responsabilidad del gobierno de Nixon-Kissinger. Hay un deber de memoria que consiste en reconstituir contra viento y marea la verdad histórica para que ella coincida con la verdad jurídica. En esta lucha han participado han familiares de desaparecidos, abogados, periodistas y militantes.



Denunciar al dictador Pinochet y desear que sea juzgado al igual que todos los responsables de crímenes contra la humanidad y en el respeto de sus derechos cívicos; derecho a una defensa y a un juicio imparcial, con cargos formulados de acuerdo al procedimiento legal, es lo que deseamos para todos los criminales, incluso para los presuntos terroristas.



Por lo tanto, deben ser juzgados aquellos ciudadanos norteamericanos que en virtud del ejercicio del poder imperial han sido y son autores intelectuales, cómplices o ejecutores de crímenes contra la humanidad. Es el caso de al menos uno, contra el cual pesan contundentes pruebas, el ex Secretario de Estado, Henry Kissinger.



Ahora bien, los EE.UU. se han opuesto tajantemente a la existencia de un Tribunal Penal Internacional, precisamente para proteger a sus autoridades y a sus agentes.

Cito extractos del libro «Juicio a Kissinger» (2001, Editorial Anagrama), un extraordinario trabajo de investigación sobre «el historial de crímenes de Henry Kissinger», escrito por el periodista norteamericano Christopher Hitchens: «Una serie de reuniones en Washington, celebradas al cabo de once días de la victoria electoral de Allende, sellaron la suerte de la democracia chilena.[…] Documentos desclasificados revelan que Kissinger se tomó en serio la oportunidad de impresionar a su jefe (R. Nixon). Se formó un grupo en Langley, Virginia, con el propósito expreso de aplicar una política de ‘doble vía’ en Chile: una de diplomacia ostensible y otra -desconocida para el Departamento de Estado o el Embajador en Chile, Edward Korry- que era una estrategia de desestabilización, secuestros, y asesinatos tendientes a provocar un golpe militar.»

Más adelante, escribe Hitchens, p. 81, «[…] lo que aquí estamos analizando es una ŤagresiónÅ¥: un ejemplo de terrorismo estatal» (el de los EE.UU.). p. 95, «Un equipo de Cóndor, asimismo, hizo estallar en septiembre de 1976, en el centro de Washington D.C. una bomba lapa que mató al ex ministro de Relaciones Exteriores chileno, Orlando Letelier, y a su ayudante Ronnie Moffit. En todos los niveles de esta red se ha descubierto la complicidad del gobierno norteamericano. Se ha demostrado por ejemplo, que el FBI ayudó a capturar a Jorge Isaac Fuentes Alarcón, que fue detenido y torturado en Paraguay y luego entregado a la policía secreta chilena, y que ŤdesaparecióÅ¥. Asombrosamente, la inteligencia estadounidense prometió a elementos de la Operación Cóndor la vigilancia de disidentes norteamericanos latinos refugiados en los EE.UU.».



La prensa pierde la memoria. Es selectiva y chovinista. Por eso hay que explicarle al pueblo norteamericano donde sea, y sobre todo si se tiene acceso a los medios que construyen opinión, que la política exterior norteamericana engendra monstruos.



La globalización del antiimperialismo y antiamericanismo tiene causas profundas y reales. Los Ťerrores de juicio colosalesÅ¥ del Presidente aumentan la inseguridad, como repite J. F. Kerry criticando a Bush -Ťel misionero armadoÅ¥-, sin explicar que es un siglo de política exterior de una superpotencia arrogante y autista la que genera tanta oposición en muchos, y odio destructor en algunos.

La Operación Cóndor fue una ola de terror. Se llevó a muchos de los nuestros. Le arrebató la vida a una joven norteamericana, Ronnie Moffit, en Washington D.C. Años más tarde, los Ťfreedom fightersÅ¥ de R. Reagan, los ŤmuhajihidinsÅ¥ salafistas de Osama Ben Laden, los hijos putativos de la CIA y de Arabia Saudita en Afganistán, se darían vuelta la chaqueta y se transformarían, por «efecto boomerang», en el «enemigo terrorista» que sesgaría la vida de tres mil ciudadanos inocentes en Nueva York.



La verdadera tragedia de la historia, de la que se escribe, es el ocultamiento de las verdades y causas que permiten comprenderla. Barbara Tuchman escribió un día que la historia no se repite, sino que son los hombres los que repiten los errores.



El mejor tributo a la vida y a nuestros desaparecidos es romper con la «espiral del silencio» (callarse y someterse a la ideología de turno de los medias y a la opinión dominante). Es romper con la lógica de la impunidad y exigir que los aprendices de brujo y responsables de crímenes contra la humanidad sean juzgados por jueces imparciales o por un Tribunal Penal Internacional.



Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Quebec, Canadá (leopoldo.lavin@climoilou.qc.ca).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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