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Editorial: El incierto destino presidencial de la Alianza por Chile


Resulta evidente que el principal problema político de la Alianza, luego de los resultados electorales del domingo pasado, es dónde encontrar el diez por ciento de votos que le falta para poder ganar una elección presidencial. Un análisis frío de los resultados indica que no tiene muchas opciones, ya que parte importante del electorado que no vota por ninguna de las dos grandes coaliciones tiene un perfil más cercano a la Concertación. Y entonces, la eventual exigencia de una segunda vuelta torna estéril su porcentaje actual de preferencias.



Entre las opciones posibles está intentar una suerte de populismo extremo que desprenda a Lavín de su base orgánica en la derecha, y lo haga entrar todavía más profundamente en ciertos sectores populares. Pero ello resulta poco probable dada la racionalidad que muestra el electorado chileno, que refleja una baja volatilidad de sus preferencias, y porque además el candidato derechista ha adoptado la mayoría de los símbolos de este tipo que puede usar sin tornarse en un candidato asistémico.



Otra opción es que se apueste a un encantamiento de esos dos millones de jóvenes que no se habrán inscrito para el 2005, de mantenerse las tendencias actuales. Pero nada hace suponer que de ahí saldrán los votos para acortar la brecha electoral, y no hay motivo para imaginar que entre las nuevas inscripciones no se mantendrán las actuales tendencias que presenta hoy el padrón electoral, con apenas leves oscilaciones.



El voto femenino, contrariamente a lo que ha sostenido tradicionalmente la academia y los analistas electorales, muestra una gran regularidad y coherencia, y resulta imposible imaginarse una corrida, en uno u otro sentido, que provoque un brusco cambio electoral. Al menos, no en las actuales circunstancias de estabilidad y paz social del país.



Si no existen ni posibilidades de alianzas electorales, ni de ensayos sociales que permitan vuelcos políticos significativos, cobra fuerza la tesis que la derecha está obligada a un profundo proceso de introspección democrática, y a buscar, en un cambio cultural propio, las claves para desarmar la trampa que ella misma creó. A menos que sus fuerzas más retrógradas decidan jugar el juego de la desestabilización, lo que sería una verdadera locura dado el grado de aceptación generalizada que el modelo económico y político tiene en la elite dirigente.



Se especula mucho con el acercamiento electoral entre los grandes bloques de la política nacional, pero nunca se saca en cuenta que el electorado que queda fuera no es un electorado volátil de centro, que se inclina hacia uno u otro norte, según las circunstancias económicas y políticas, como ocurre en las democracias europeas. Se trata de un electorado que las más de las veces representa a esas minorías que un sistema político cerrado, sin proporcionalidad y muy injusto como es el de Chile, mantiene marginadas y las que sólo de tarde en tarde adquieren visibilidad o importancia, pero jamás representación. Nada tiene la derecha que ofrecer a ese electorado, que ideológicamente está más a la izquierda de la Concertación.



La estrategia audaz del gobierno de jugar su aceptación ciudadana en esta elección dio resultados, y deja a la derecha en un pantano. No tiene alianza electoral posible ni escenario social favorable para dar vueltas los resultados de diciembre del 2005. Tal vez, con la adrenalina todavía a cuestas, traten de jugar el juego rudo de la inseguridad ciudadana, la corrupción y la incompetencia. Sin embargo la distancia es demasiado amplia y la arquitectura no da para sostener edificios sin soporte estructural, como se ve hoy la candidatura de Lavín.



La otra opción, aquella de la reforma del sistema electoral hacia la proporcionalidad y la competencia dentro del sistema político, es de largo plazo. No sólo está muy atrasada para ser eficaz de aquí a las próximas elecciones presidenciales, sino que implica un cambio cultural y de liderazgos en la derecha que, a simple vista, no se ve nada de fácil.

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