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La tortura en primera persona

Suponemos que cuando el Informe sea conocido en todos sus detalles la capacidad de asombro e indignación moral de la sociedad chilena será sometida a una dura e inclemente prueba. Y que no faltarán tampoco quienes trataran de relativizarlo, restarle veracidad o insistir en la necesidad de contextualizar los hechos.



Hoy se dieron a conocer al presidente Lagos las conclusiones del Informe de la Comisión sobre Prisión Política y Tortura. De su contenido específico por el momento poco o nada sabemos, salvo los antecedentes que han trascendido en los medios por boca de sus autores y otras versiones de prensa, todo lo cual nos da pie para imaginarlo como un grueso compendio de horribles y escalofriantes relatos, salidos del más profundo escondrijo del alma y los recuerdos de sus propios y hasta ahora ignorados protagonistas. Treinta y cinco mil compatriotas, hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales, que nos vimos sometidos a la terrible e inolvidable experiencia de ser torturados.



Suponemos que cuando el Informe sea conocido en todos sus detalles la capacidad de asombro e indignación moral de la sociedad chilena será sometida a una dura e inclemente prueba. Y que no faltarán tampoco quienes trataran de relativizarlo, restarle veracidad o insistir en la necesidad de contextualizar los hechos. Todo como un vano intento para disminuir o difuminar las culpas de los responsables políticos, intelectuales y directos del arrebato de locura institucionalizada que hizo posible que esto ocurriera en nuestra patria. Justo frente a las narices y al amparo de personajes como el ex ministro y actual senador Sergio Fernández, que quiere aparecer no sólo como ignorante de estos hechos, sino además, esgrimiendo papeles, pretende erguirse como ángel protector de la integridad física y mental de los detenidos políticos de la dictadura, a la cual sirvió entusiasta y lealmente.



Yo mismo fui uno de esos miles de chilenos que concurrimos a brindar nuestro testimonio a la Comisión. Y confieso que lo hice sin mucha convicción y con poca o ninguna esperanza. Mi comparecencia fue, sin embargo, un acto muy meditado que necesitó de un valor muy especial, tanto como para poder hacerme pensar que me seria posible lidiar con mis propios fantasmas frente a un ser desconocido, y sin salir demasiado magullado de esta nueva, impensada y tardía vuelta de la tuerca.



Enfrentado a la funcionaria que me atendió, que respetuosamente escuchó lo que tenía que decir, y al final me acogió en mi tristeza y desolación, comprendí de súbito y como nunca antes, y a propósito de mi propio testimonio que escuché yo mismo como dictado por un extraño, que ni uno mismo llega nunca a tener cabal conciencia y comprensión de las hondas cicatrices que la tortura le dejó en el cuerpo y el alma. Especialmente cuando uno debe hacer girar la cinta hacia atrás, casi treinta años justos, para volver a ser por un momento el muchacho de tan solo 17 años que era entonces. Poco más de la edad que hoy tiene mi hijo mayor, al que con justa razón considero un niño indefenso e inocente que necesita ser protegido de ser masacrado, en primer lugar por su propia familia y luego por las instituciones del Estado



No fue sencillo arrastrar al presente esta experiencia feroz y sacar a la luz estos duros recuerdos desde el lado más oscuro y lúgubre de la memoria. Mucho menos a relatarla en sus escabrosos detalles. Cuando uno no ha hablado de estos dolores ni siquiera con sus propios padres y hermanos, ni ha querido tampoco convertir estas historias tristes y traumáticas en parte de la vida de pareja ni de la relación con los hijos, no es sencillo intentar la narración de circunstancias que marcaron tan profundamente y para siempre nuestra vida.



Creo que por más que uno se esfuerce, es imposible describir en todos sus detalles y matices la experiencia de haber sido torturado, al menos no de poder trasmitirla de modo que sea asimilada por alguien distinto de uno mismo. Salvo, claro está, que tu interlocutor sea alguien que pasó por similar experiencia y por lo mismo no haga falta profundizar en las descripciones.



El dolor inmisericorde, el miedo, la oscuridad inclemente de la capucha, tu propia desnudez, la sensación de estar solo, indefenso e impotente ante tus verdugos, de sentir sus voces tronantes, sus gritos destemplados y sus alientos fétidos sobre tu rostro, no es algo sobre lo que uno pueda explayarse sin esfuerzo. Pero la funcionaria de la Comisión, casi con su solo silencio, me ayudó a salir adelante y pude concluir con mi testimonio en paz y sin salir huyendo despavorido de su oficina.



Recuerdo que al final le dije «pero pude salir jugando», tratando de representar que a pesar de todo había podido terminar mi enseñanza secundaria, ir a la universidad, formar una familia y criar hijos. Además de haber continuado con mi vida política activa, la que como pequeña y personal revancha, retome con un miedo que apenas si pude controlar, casi al mismo tiempo en que recuperé mi libertad.



Mañana seguramente la prensa titulara en rojo y usara fuertes y rimbombantes adjetivos. Pocos se acordarán de otros titulares que otrora hablaban de «presuntas torturas». Lo siento en el alma por los integrantes de la Comisión, a los que nuestros testimonios podrían estar mandando al psicólogo. También por el presidente Lagos, que tuvo la hidalguía y el coraje de atreverse a enfrentar este capitulo postergado de la historia de la dictadura, la transición y la reconstrucción democrática. Pero como muchos, no me hago demasiadas ilusiones de lo que vaya a ocurrir.. En una columna anterior, escrita cuado recién despuntaba el trabajo de la Comisión, y a propósito de las crípticas expresiones «simbólicas y austeras», me referí al escenario que se abrirá a partir del conocimiento del Informe.



Pero más allá o acá de este aspecto de la cuestión, y a propósito de que el documento sólo consignará hechos, identificara victimas y recintos, pero no establecerá responsabilidades ni las hará exigibles ni punibles, mucho me temo que algún día volverá a pasar que me encuentre cara a cara con unos de mis torturadores en alguna oficina pública. O que otro, quizá el peor de todos, vuelva a saludarme con amable y segura voz de comandante desde la cabina de un avión de la línea aérea nacional, para informarme con todo detalle del estado de la ruta y de la hora de arribo a mi destino.



Carlos Parker Almonacid es cientista político. Permaneció detenido entre octubre de 1973 y marzo de 1975, entre otros lugares, en la isla Dawson.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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