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Sobre los aportes y daños sociales de las elites chilenas

Si las propuestas de las elites no mantienen un grado importante de vinculación con las necesidades de la sociedad, decae la legitimidad de las formas de conducción social y lentamente emergen nuevos grupos que presionan para que de algún modo sus puntos de vistan sean tomados en cuenta por el conjunto de la elite.


En toda sociedad existe un grupo minoritario de personas que cumple las máximas funciones de conducción social. Dicho grupo está compuesto por elites sectoriales que provienen de campos tales como el arte, la ciencia, la economía, los medios, la política y la religión. Cabe indicar que estas distintas elites suelen mantener relaciones tensas, puesto que cada una de ellas defiende sus posiciones y, por tanto, luchan por imponer sus propios intereses. Así, por ejemplo, frecuentemente se escucha de pugnas de poder entre altos miembros de la Iglesia y connotados políticos, como también entre grandes empresarios y los máximos representantes del Estado.



Pero las distintas elites no sólo tienen problemas entre ellas sino que también con la sociedad. Quienes asumen las tareas de máxima conducción mantienen algún tipo de vinculación con la ciudadanía, ya que esta última aspira a que sus intereses sean representados. De hecho, cuando dirigentes eclesiales, empresariales, políticos o sindicales hacen uso de la palabra, suelen plantear que sus propuestas son en beneficio de la sociedad. Por ello es que hay sacerdotes que se oponen al divorcio esgrimiendo la defensa de la familia o empresarios que alegan sobre el aumento de impuestos argumentando la necesidad de crear más puestos de trabajo.



En otras palabras, si las propuestas de las elites no mantienen un grado importante de vinculación con las necesidades de la sociedad, decae la legitimidad de las formas de conducción social y lentamente emergen nuevos grupos que presionan para que de algún modo sus puntos de vistan sean tomados en cuenta por el conjunto de la elite.



A luz de esta tensa dinámica entre las distintas elites y de éstas con la ciudadanía, es posible analizar cuáles son los aportes y los daños de las elites para la sociedad. En el caso chileno, el quiebre y la recuperación de la democracia es un caso interesante para estudiar.



Hoy en día es evidente que la creciente tensión social que Chile vivía hacia comienzos de los años setenta no fue bien conducida por las elites. Políticos, empresarios y dirigentes sociales de aquella época gastaron toda su energía y tiempo en hacer valer sus intereses, pero no tuvieron la serenidad ni la capacidad para deponer parte de sus ideas y obtener a cambio arreglos consensuados sobre el futuro del país.



Las elites de entonces defendieron hasta último minuto sus propios puntos de vista, siendo incapaces de conseguir formas de coordinación sostenibles y, por tanto, no tuvieron la capacidad de salvaguardar el sistema democrático.



Mientras el quiebre de la democracia en Chile es uno de lo grandes daños que las elites han hecho a nuestro país, quizás sea la recuperación de esta forma de gobierno uno de sus grandes aportes. No en vano, diversos autores señalan que las transiciones democráticas, tanto de América Latina como de Europa del Este, han sido exitosas allí donde las distintas elites han logrado una mayor congruencia e integración. Y el caso de Chile confirma esta regla: entre los años ochenta y noventa las distintas elites sectoriales de nuestro país fueron capaces de defender sus posiciones, pero simultáneamente lograron consensos importantes que permitieron recuperar la democracia. Por esto es que en Chile se hable de una transición pactada, puesto que diversos miembros de las elites acercaron sus posiciones y negociaron una forma gradual para finalizar un largo y brutal período de autoritarismo militar.



Cabe indicar que la particular forma en que las elites chilenas llevaron a cabo estos procesos de negociación tuvo dos grandes contrapartidas. Por un lado, las distintas elites sectoriales lograron ponerse de acuerdo sacrificando buena parte de su conexión con la ciudadanía. Los movimientos culturales y sociales que en los años ochenta presionaron por la recuperación de la democracia fueron así lentamente perdiendo su capacidad de intervención.



Por otro lado, la transición a la democracia chilena permitió que la gran mayoría de los miembros de las elites ya existentes mantuvieran sus cuotas de poder. Esto implica que la renovación de las elites fue bastante escasa, lo que más temprano que tarde se ha traducido en una falta de capacidad del conjunto de la elite para enfrentar los nuevos desafíos del país.



Los dos problemas arriba señalados -desapego de las elites respecto a la sociedad y ausencia de incorporación de nuevas generaciones- representan uno de los mayores desafíos para seguir conduciendo a Chile por la senda del desarrollo. Por esto que en la actualidad haya elites sectoriales que pugnan con fuerza por ganar más poder en la conducción de la sociedad. El caso paradigmático al respecto son los medios de comunicación de masas. Estos últimos mantuvieron durante los años noventa una alianza tácita con las demás elites sectoriales para salvaguardar la democracia. Pero en el día de hoy los medios han ganado en autonomía y, por tanto, han descubierto la ganancia de asociarse con los intereses de la ciudadanía para fiscalizar las funciones que cumplen altos miembros de la iglesia, el empresariado o la política.



Un segundo sector que ha venido ganando poder dentro de la elite es el mundo de la cultura, puesto que sus producciones ofrecen una mirada crítica de la sociedad y aportan una imagen más fidedigna de cómo realmente es el país en el día de hoy.



Como bien lo exteriorizan hitos como la realización de ‘Cuerpo Pintados’ o la aparición del diario ‘The Clinic’, las elites sectoriales de los medios de comunicación y la cultura han logrado aumentar su influencia en la sociedad. Y para lograr esto han tenido que hacer un doble movimiento: perder el miedo a enfrentarse con otras elites y poner atención a los pareceres de la ciudadanía.



Esto demuestra que Chile requiere que sus elites no sólo aumenten su disposición a defender sus puntos de vista, sino que también vigoricen su vinculación con la sociedad. Como lo han venido demostrando las transformaciones del último tiempo, después de más de catorce años la democracia en el país está más que madura para enfrentar este desafío. De lo contrario, continuará aumentando la desconfianza en las instituciones y los procesos de conducción seguirán haciéndose cada vez más complejos.





Cristóbal Rovira Kaltwasser. Sociólogo de la Universidad de Chile. Estudiante de Doctorado de la Universidad Humboldt de Berlín (cristobal.rovira.kaltwasser@student.hu-berlin.de).


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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