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Actualidad de Kant

La «Crítica de la Razón Pura» es una de las grandes hazañas del intelecto humano: «Todo interés de mi razón (tanto el especulativo como el práctico) se une en las tres preguntas siguientes: 1) ¿Qué puedo saber? 2)¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué me está permitido esperar?». Este pasaje resume la dimensión de los problemas interrogados por la filosofía crítica kantiana.


Casi siempre que se realiza algún comentario sobre las relaciones
-supuestamente antitéticas, o por lo menos problemáticas- entre biografía y filosofía invariablemente se desliza un nombre que parece ejemplificar dicha tensión: Immanuel Kant.



Este año se cumplió el bicentenario de su muerte -nació el 12 de febrero de 1804- y el mundo entero ha sido testigo de innumerables congresos y publicaciones en torno a su obra. No se trata sólo de uno de los filósofos más grandes de todos los tiempos (a la altura del mismísimo Platón, Aristóteles o Hume), sino de uno de los escasos espíritus modernos cuya contribución al pensamiento es igualmente significativa en campos tan diversos como la ética, la epistemología, la estética o la filosofía de la historia.



La «Crítica de la Razón Pura» es una de las grandes hazañas del intelecto humano: «Todo interés de mi razón (tanto el especulativo como el práctico) se une en las tres preguntas siguientes: 1) ¿Qué puedo saber? 2)¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué me está permitido esperar?». Este pasaje resume la dimensión de los problemas interrogados por la filosofía crítica kantiana.



Tempranos biógrafos han descrito la asombrosa regularidad de sus hábitos. Al hecho de levantarse todos los días -invariablemente- a las cinco de la mañana, o de acostarse a las siete de la tarde, sumaba un carácter poco amable y distante. No obstante, todos destacan que el primer objeto de su severidad era (en plena concordancia con su teoría moral) él mismo.



Uno de los pocos acontecimientos, cuentan los biógrafos, capaz de alterar la rigidez de sus hábitos era la llegada al correo de las últimas obras de Jean-Jacques Rousseau. De igual modo se ha resaltado la agudeza de sus formulaciones. Recordemos su definición del matrimonio en la «Metafísica de las costumbres»: «Un contrato por el cual se otorga la exclusividad en el uso de los respectivos órganos sexuales». O sus taxativos enunciados como aquel según el cual las mujeres más hermosas del mundo son las ucranianas.



Lo gracioso del asunto, si cabe la expresión, es que el filósofo jamás desplazó su humanidad del apacible Köningsberg, en la entonces Prusia Oriental (actual Kaliningrado), y que en su prolongada existencia (ochenta años; edad más que considerable para el siglo XVIII) fue un célibe empedernido. Sin duda que en todas estas consideraciones debe haber mucho de caricatura. Pero, como decía un antiguo profesor de filosofía, más allá de la completa verosimilitud de tales anécdotas, es significativo que se le atribuyan a Kant todos los rasgos antes mencionados.



Marx señaló, en un célebre pasaje, que los franceses realizaron en la historia la revolución que los alemanes hicieron en el pensamiento. En otros términos: Alemania llegó tardíamente a los principales hechos históricos de la modernidad europea
(revolución política, cambios sociales, etc.). El único ámbito en el cual no hubo atraso -más bien todo lo contrario- fue en la filosofía. Ello quiere decir, por ejemplo, que un acontecimiento histórico como la Revolución Francesa fue interpretado, desde la óptica filosofía clásica alemana, como parte de un proceso global de mayor alcance.



Si toda reflexión sobre la sociedad surge, implícitamente, en conflicto con una realidad determinada, un conjunto de pensadores y poetas alemanes posteriores a Kant desarrollarán una conciencia aguda de tal fractura. Sólo a partir de esto podemos comprender la reacción de Heinrich Von Kleist al terminar de leer la Crítica de la Razón Pura: «No existe la verdad que he buscado desde la infancia».



Por cierto que en una época como la nuestra -poco dada a las pasiones prolongadas- semejantes actitudes mueven a sonrisas. El pensamiento puede ser una de las expresiones más elevadas de pasión. Por cierto que tales aventuras del espíritu no son moneda corriente, pero su existencia es indudable.



El escritor español Jorge Semprún, en su libro «La escritura o la vida», ha señalado, a mi juicio, una conexión particularmente esclarecedora de vida y pensamiento: «¿Sabe usted cuál fue el último libro que leí antes de que me detuvieran en Joigny? Michel me lo había dado… La traducción de La religión dentro de los límites de la mera razón, de Kant…1793, ¿lo recuerda? La teoría del Mal radical, das radikal Böse… De ahí Schelling, mi interés por sus investigaciones, sin duda imbricadas en la histeria conceptual del idealismo romántico, pero en la que se elabora, a partir de Kant y de las críticas a las teodiceas, la muy poderosa concepción, que se impone, de un asiento originario donde arraiga la libertad humana, capaz de producir el Bien y el Mal… En Buchenwald, los S.S., los Kapos, los soplones, los torturadores sádicos, formaban parte de la especie humana al mismo título que los mejores, los más puros de nosotros, de entre las víctimas..».



Quizás, después de todo, tenemos derecho a esperar -aún en los tiempos más sombríos- algún tipo de luz de aquellos pensamientos engendrados en el rigor de la soledad y la incomprensión.



Alvaro Monge Arístegui. Profesor de Filosofía, Universidad Diego Portales y Universidad Arcis.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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