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Editorial: Cumbre de la APEC, globalización y otras yerbas


El éxito de la cumbre de la APEC que acaba de terminar en Santiago es un hecho incontrovertible. Ha llenado de satisfacción no sólo a las autoridades del país, sino también a parte importante de la ciudadanía, que ha visto desfilar en los noticieros locales a los líderes de algunas de las mayores potencias mundiales alternando con sus gobernantes.



Lo que no le resulta tan evidente al ciudadano común, es que él también tuvo una participación protagónica aunque anónima durante el evento. Esa reunión fue posible no sólo porque refleja los logros económicos que exhibe el país, sino además por la paz social que garantiza la voluntad de los chilenos, pese a los problemas que existen en su vida cotidiana.



Es necesario valorarlo. Porque este clima es el que permite que el canciller chileno Ignacio Walker se refiera a la protesta antiglobalización convocada por el Foro Social como "una marcha maravillosa", independientemente de la erupción de violencia punk que ella experimentó al final, y que en absoluto es atribuible a sus organizadores.



Chile es presentado en todas partes como un caso paradigmático de desarrollo en el mundo. Y la reunión de la APEC, que acaba de terminar en Santiago, parece confirmarlo. Pulcritud, exactitud, autovaloración, libertad política, son algunos de los aspectos dignos de destacar.



Conviene reflexionar acerca de esa visión pues pudiera entenderse que ello es el resultado automático de los éxitos económicos, y no la expresión, quizás todavía incipiente, de la emergencia de una base social democrática en el país, que vincula fuertemente las libertades políticas con el bienestar económico. Que es capaz de discernir entre situaciones, y desmiente la teoría acerca de la existencia de una masa indiferenciada de ciudadanos consumidores, sin mayor conciencia de la realidad.



Ello evidencia una racionalidad política mayor, que implica consenso con lo esencial del modelo de mercado aplicado en el país, pero también la aspiración de un creciente grado de justicia social y equidad como sostén del crecimiento económico. Múltiples expresiones demuestran -además- una ciudadanía que valora la paz social, la paz en el mundo, la sustentabilidad ambiental, el ejercicio de la autonomía política y que, eventualmente, podría cuestionar el modelo si viera amenazada su integridad de ciudadanos.



Chile es un país fuertemente globalizado, y parece no tener mucho sentido debatir cómo impedir algo que hace ya algunas décadas está instalado en el país, merced a un desarrollo económico abierto, que privilegia el bilateralismo y la diversificación de mercados, y hace una alta valoración de la inversión extranjera. De hecho, esta inserción en la economía global es la que explica un giro estratégico en sus relaciones exteriores y de defensa para hacer del nuestro un país con fuertes compromisos en el ámbito internacional.



Sin embargo, tiene sentido y urgencia plantearse una reflexión sin remilgos acerca de las consecuencias perversas de la globalización corporativa, la de los grandes negocios y las grandes transnacionales (expresada en la CEO Summit de los poderosos en Casapiedra), y la necesidad de mejorar los mecanismos y acciones para evitarla o morigerarla. Si ello no se resuelve, queda la impresión de que este tipo de citas sólo va en beneficio directo de las empresas de hombros más anchos y no, por ejemplo, de las PYMEs, que son las que crean mayor cantidad de fuentes de trabajo.



En el mundo actual una parte importante del éxito de un país se juega todos los días en un escenario global, que no es una suma y una resta de regiones o sectores ganadores y perdedores. Es una fina articulación de muchos elementos políticos, económicos y culturales, entre los cuales la convicción democrática de la población es un capital irremplazable, que debe tener su retribución en bienestar y desarrollo.




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