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Adenauer y la indemnización al Estado judío


Tengo ante mí la biografía de Konrad Adenauer de Hans-Peter Schwarz. En ella se relata una historia que tiene plena actualidad para mi Chile conmocionado por el Informe Valech. Veamos si el lector comparte mi opinión. Anuncio desde ya que al final de este artículo se contiene una dolorosa y abrupta conclusión. Es diciembre de 1951. El Canciller alemán se encuentra en visita oficial en Londres. Por la escalera de servicio del Hotel Claridge`s y en total secreto llega a la suite de Adenauer el presidente del Congreso Nacional Judío, Nahum Goldmann. La reunión tiene un solo objeto: el pago de las indemnizaciones por parte de Alemania Federal al pueblo judío. El debate es encendido. Muchos grupos judíos no están de acuerdo pues no quieren recibir un solo marco de los verdugos alemanes.



En marzo de 1951 los judíos habían acordado solicitar mil millones de dólares en concepto de reparaciones a Alemania Occidental y quinientos millones de dólares a Alemania Oriental. La Unión Soviética no se molesta siquiera en responder. Los norteamericanos dudan pues temen que se repita la historia del Tratado de Versalles. Las desmedidas reparaciones impuestas por dicho tratado al pueblo alemán serían el caldo de cultivo de la Segunda Guerra Mundial. El indemnizar al estado de Israel plantea el problema adicional que éste no existía siquiera en los tiempos del Holocausto. Además, los actuales gobernantes alemanes fueron perseguidos por los nazis, por lo que no parece razonable que ellos deban pagar las consecuencias de actos de sus perseguidores.



Más allá de cuestiones morales y jurídicas, está el hecho imponente de la debilidad económica de Alemania. Se trata de un país que recién está reconstruyéndose. Siete de cada diez ciudades y barrios fueron destruidos. En la guerra han muerto 3 millones doscientos cincuenta mil soldados y casi cuatro millones de civiles. Es tal la bancarrota que Estados Unidos, a través del Plan Marshall, aporta 2 700 millones de dólares entre abril de 1948 y junio de 1952. Para colmo de males, Francia, Gran Bretaña y los países aliados demandan a Alemania el pago de una deuda que asciende a 13 mil millones de marcos. En 1950, la balanza alemana de divisas muestra un déficit de 601 millones de marcos. En 1951 hay una lenta recuperación, que arroja un superávit de apenas 186 millones de marcos alemanes. ¿Cómo pagar entonces 1000 millones de dólares al Estado de Israel, que traducido en marcos alemanes alcanza la colosal suma de 7 mil quinientos millones?



El 6 de diciembre de 1951, en el Hotel Claridge`s, Adenauer adopta una solitaria decisión. Acepta las demandas de Goldman, ofrece pagar los mil millones de dólares y además agrega otros quinientos millones de dólares. El Ministro de Hacienda alemán y la bancada oficialista acusan a Adenauer de ser un derrochador empedernido y que crea hechos consumados que no dejan otra alternativa que aprobar nuevas cargas financieras al agobiado país. Tras su acuerdo en Londres y por escasa mayoría parlamentaria, el Canciller logra la aprobación de la sideral reparación que se financiará con un impuesto adicional al patrimonio. La historia le sonreirá a Adenauer. El milagro alemán de los años cincuenta hará nacer una potencia económica que no tendrá problemas para pagar dichas indemnizaciones, deudas y reconstruir el país destruido por Hitler.



¿Por qué actuó así Adenauer? Lo hizo por razones morales y políticas. Para él habían culpables morales y penales que debían responder personalmente por sus actos. Ellos habían roto el orden moral universal, y éste debía ser restablecido. La violación de derechos humanos y los daños identificables debían repararse. ¿Por quién? Por el Estado alemán pues si aquél quería ser continuador de la grandeza de Alemania, manchada por el interludio nazi, se debía responder por lo bueno y lo malo hecho en el pasado. En caso contrario, ¿cómo podría alegarse después la reunificación alemana y el puesto que a ésta le correspondía en Europa y en el mundo occidental?



Es cierto que el nuevo gobierno alemán no tenía culpa moral ni menos penal por lo acaecido entre 1933 y 1945, pero los salvajismos cometidos por el gobierno nazi y la pasividad de los alemanes habían deshonrado al país. Para Adenauer la reparación de las atrocidades cometidas era una cuestión de honor. Y tal política devolvería a Alemania al sitial político democrático y civilizado que nunca debió abandonar. Adenauer actuará movido por estas sólidas convicciones y la historia le dará la razón.



Cierro el libro. Vuelvo a Chile y a diciembre del 2004. Horrorizados los chilenos declaran su sorpresa frente a relatos espeluznantes de violaciones masivas a los derechos humanos. Se habla de reparar a las víctimas mediante setenta millones de dólares anuales, que garantizarían una modestísima pensión. ¿Cómo se financiará? Ä„Echando mano al ya escuálido presupuesto estatal, uno de los más bajos porcentualmente del mundo capitalista, y que no puede garantizar bien derechos sociales elementales! No me parece justo para los chilenos más pobres.



¿No podríamos los chilenos, como lo hicieron los alemanes en 1952, pagar un impuesto progresivo a la renta en que los que tengan más paguen más para salvar el deshonor? ¿No deberían hacerlo especialmente los que se beneficiaron a manos llenas entre 1973 y 1989, cuando 35 mil de chilenos eran torturados y el movimiento sindical pulverizado? ¿La riqueza actual de algunos de ellos no se debe en parte a que esas circunstancias posibilitaron la privatización de empresas estatales y el control absoluto de la economía? ¿No sería ello demostración palpable de un arrepentimiento real y doloroso que clama al cielo por justicia? Creo que Adenauer diría que sí.





Sergio Micco Aguayo, Centro de Estudios para el Desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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