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Análisis económico: El trauma del empleo rezagado


La resistencia de las tasas de desempleo a disminuir y a comportarse como el resto de la economía habría provocado que desde hace un tiempo el Ministro Solari no pueda aparecer en la foto de los éxitos gubernamentales. A decir verdad, existen dos errores de percepción en un juicio como el anterior. En primer lugar, un Ministro del Trabajo en Chile tiene responsabilidades muy marginales respecto de las tasas de empleo y, en segundo lugar, no hay razón para que -a todo evento- el empleo se reduzca cada vez que hay crecimiento económico.



La ocupación tiene un grado de autonomía que depende de varios factores. Así como la pobreza no se reduce simplemente por «chorreo» (como insistió la derecha por años) el empleo tampoco es un «chorreo» del crecimiento económico… al menos no de la manera tan simple como se lo presenta.



En efecto, si el crecimiento se concentra en ramas productivas de baja densidad de mano de obra como es la minería, la actividad forestal o la pesca industrial, el empleo quedará rezagado. Asimismo, si las empresas que ocupan más mano de obra son desplazadas por productos importados (textiles o calzado) y las que exportan son las de alta composición de capital – como las anteriores- entonces el desempleo no cederá. En efecto, actualmente, es necesario que la economía crezca en alrededor de 5% para que el empleo lo haga en 1%.



Pero, los problemas no terminan aquí. El propio desarrollo general de la sociedad y los cambios en los patrones culturales hacen que se reduzca la fecundidad, aumenten los años de educación de la población (las mujeres superan a los hombres) y haya mayor interés por trabajar en el estrato femenino. La tasa de ocupación femenina en Chile es muy inferior a la de países de desarrollo similar. En consecuencia, la presión por empleos crece más allá que la simple reposición de una fuerza laboral en edad de jubilar.



El problema mayor es que el empleo -o más bien los ingresos de una segunda persona en el hogar- es la principal manera de superar la línea de pobreza, ya que en la mayoría de estos casos, un solo ingreso no es suficiente (cerca del 70% de los hogares pobres tienen una persona que trabaja). Nótese que en el quintil más pobre de la población trabaja poco más de una persona por hogar, mientras que en el 20% de hogares más pudientes lo hacen dos o más personas por hogar.



Si a esto agregamos que hay personas que aparecen empleadas solo porque lo hicieron unas pocas horas a la semana y otros que sólo lo hacen temporalmente, debemos reconocer que las políticas de empleo terminan siendo «el pariente pobre» de las políticas sociales. Una visión exageradamente mercantilista, que no cuesta mucho calificarla de neoliberal por sus orígenes en los años ochenta, ha primado de tal modo que se supone que sólo el mercado es eficiente para asignar recursos y demandar empleos.



Nada es menos cierto, porque, por ejemplo, en EE.UU. hay con frecuencia trabas no arancelarias al ingreso de productos con alta composición de empleo (como los de la agricultura), o se reserva una parte de la licitación pública para pequeñas empresas que, como se sabe, generan más empleos que las empresas mayores.



Por su parte, en España y Francia se destinan recursos cuantiosos para reciclar mano de obra mediante capacitación -con salarios casi equivalentes al período previo a la cesantía- lo que amortigua la tasa real de desempleo. En Chile el programa Chile Califica que atendió decenas de miles de personas no dispone de recursos para pagar salarios o parte de ellos.



Así, es necesario que los gobiernos dispongan de políticas activas de empleo (como efectivamente ocurre en Chile, aunque imperfectamente), y que se supervise la equidad en los programas gubernamentales. Por ejemplo, el bono de subsidio por contratación a la mano de obra que se entregó en julio y agosto 2004 para cerca de 50.000 trabajadores, fue utilizado a un promedio de 39 personas por establecimiento en las grandes empresas que participaron, y solo de 4 trabajadores en las microempresas.



La reducción de la jornada laboral que debe entrar en vigencia este primero de enero próximo, es una de las pocas medidas que, correctamente aplicadas, podrían ayudar a reducir el desempleo estructural que tiene el país, próximo a los dos dígitos. El empleo es algo demasiado importante e influye muy notoriamente sobre la pobreza y la equidad, para que se deje al solo albedrío del mercado.



Rafael Urriola U. es economista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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