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En medio del combate


Amado Nervo escribe entre enero de 1914 y diciembre de 1916 un puñado de poemas que lo inmortalizan. El poeta busca elevar el espíritu del lector. Dichoso se declara si logra en nosotros templar el espíritu, fortalecer el ánimo, alargar la mirada, bendecir el dolor, combatir la injusticia y mirar de frente la muerte. ¿De qué se trata? De ser arquitecto de nuestro propio destino. De poder decir al final del invierno de nuestra vida: «Amé. Fui amado. El sol acarició mi faz Ä„Vida, nada me debes! Ä„Vida, estamos en paz!»



Por cierto no se trata de vidas sosegadas, sino combativas. Pues en medio del combate y sólo en medio de él sabemos en qué realmente creemos. Pues cuando las fuerzas flaquean, la desesperanza cunde, las deserciones se multiplican y los dolores martirizan, sólo entonces sabremos lo que es nuestra verdadera fe. Por ello el poeta reclama «No te resignes antes de perder definitiva, irrevocablemente la batalla que libras. Lucha erguido y sin contar las enemigas huestes Ä„Mientras veas resquicios de esperanza no te rindas! (…) (…) Cuando las tinieblas y los espectros y los trasgos lleguen a inspirarte pavor, Ä„cierra los ojos, embraza tu fe toda y arremete!». Si valores perennes están de tu lado, ¿qué esperas para combatir?



En medio del combate y sólo en medio de él sabemos lo poco que sirven las pequeñas ambiciones y los afanes fatuos. Insisto en que cuando las bajas son muchas y el miedo muerde furioso, nos damos cuenta que sólo la pureza de las motivaciones nos mantendrá en pie. Por el contrario, la vanidad y la vanagloria se descubrirán demasiada poca cosa ante tanto bregar y tanto sacrificio. Vendrá entonces el dulce pero fatal llamado a renunciar, abrazando la tranquilidad del vivir sosegado, sin combatir. Entonces la derrota estará servida. Por eso Amado Nervo exorciza el afán de reconocimiento. «Ä„Renombre, renombre, vete! Muchos quieren que halagues su oído; muchos que se mueren de hambre y sed de elogios …Olvídame a mí, con gran olvido: como si jamás hubiera existido…Y no hagas ruido, que estoy bien así».



En medio del combate y sólo en medio de él sabemos cual es nuestra fortaleza, que no es otra cosa que estar dispuesto a seguir batallando y ser nuevamente herido. «Dolor, pues no me puedes quitar a Dios, qué resta a tu eficacia Ä„Dónde está tu aguijón! (..) (…) Ä„Oh dolor, tú también eres esclavo del tiempo; tu potencia se va con los instantes desgranando: mientras, que el Dios que en mi interior anida, más y más agigántase, a medida que más le voy amando!!». «Lo que no te mata, te fortalece» dice el filósofo del nihilismo. «Nunca se pelea mejor que cuando se está solo contra la muralla» agregaba el inspirado tribuno de 1948.



En medio del combate y sólo en medio de él sabemos con quienes contamos. Aristóteles decía que necesitamos de los amigos para realizar las acciones nobles: «dos marchando juntos», así, en efecto, están más capacitados para pensar y actuar». Antorcha sagrada, sólo superada en valor por la virtud, la amistad ilumina la noche, ayuda a proteger el flanco y alegra el espíritu. Cuando junto a las fuertes convicciones personales se une un puñado de valientes amigos, vamos, la victoria está asegurada, no temas y arremete. Por el contrario, el pequeño gigante de Jena y Waterloo aprendió que «nunca sabremos quiénes son nuestros amigos hasta que no caigamos en desgracia». Ignacio de Loyola pedía que hubiese en nosotros «suiecto», es decir, que fuésemos sujetos humanos de veras. Esos que sujetan convicciones profundas y dan soporte a caracteres fuertes que son capaces de discernir y cumplir las grandes misiones de la vida Ä„Que el combate no es para los débiles!



En medio del combate y sólo en medio de él sabremos quienes somos realmente y qué estamos llamados a ser. Hasta la víspera del combate final, sólo podemos hacer estentóreas declaraciones de nuestro valer. ¿Pero mañana seremos capaces de entrar en el campo de batalla, pelear y vencer? Cuando ésta arrecia, cuando la huida es ya imposible, cuando los amigos se apretujan dando formidables mandobles por doquier, sólo ahí es cuando las dudas son remplazadas por las certezas vitales. La vida de un hombre es lucha para Pablo de Tarso. Por eso Amado Nervo reserva para el combate final la exclamación convencida: «Murieron los QUIEN SABE, callaron los QUIZA: el corazón es copa de amor, en donde cabe todo el divino vino que la esperanza da. No ignora ya la nave qué rumbo seguirá ni desconoce el ave dónde su nido está. Murieron los QUIEN SABE, callaron los QUIZA».



Para el poeta la alegría de la vida parece revelarse en la donación que supone elevarse a alturas que sólo puede alcanzar el poderoso espíritu humano. Se nos invita así a que al «decir «amor», «dolores», «muerte», digámoslo en verdad, con amor, con dolores y con muerte». Se trata de vivir la vida a fondo, abismo y cima siempre juntos. Vivir hasta la hora postrera en que, atreviéndonos a ver la faz augusta y triste de la muerte, alcemos los ojos y encontremos a Dios. «Elevación», pues, de Amado Nervo, poeta latinoamericano inmortal.



Sergio Micco Aguayo, Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED).


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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