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Carta a Susan Sontag


Querida Susan Sontag:



Este 2004 termina mal, triste, trágico, violento. Triste por su reciente partida de este mundo hace unos días, Susan, y
trágico por el horror del sudeste asiático acaecido dos dias antes de su partida, que aún me tiene muda.



Usted que nos incitó a observar el sufrimiento ajeno para conmovernos y actuar, usted que nos habló de las imágenes de las guerras para movernos al pacifismo, usted que protestó contra la guerra de Vietnam y todas las guerras, que montó la obra «Esperando a Godot» de Beckett en la bombardeada
Sarajevo, usted que se atrevió a declarar poco después del 11 de septiembre de 2001 la culpa que le cupo a la política estadounidense en los atentados de Nueva York y Washington, usted que acusó abiertamente al gobierno de Bush por las cruzadas asesinas en Afganistan e Irak, acusada de «dark lady of
American letters» por cierta prensa norteamericana, nos ha abandonado.



Espero que los dos días antes de su partida nadie le haya encendido el televisor. Porque desde el domingo los televidentes del mundo vemos quizás la mayor tragedia de la humanidad, esta vez no por causas de guerra. Y no estoy segura si esas imágenes nos conmueven a la acción, como era su intención, Susan.



Los cuerpos sorprendidos y arrollados por las olas gigantes del tsunami, cuerpos inflados, podridos, que pasan y pasan por miles flotando en las pestilentes aguas, enterrados entre el barro y los escombros, tendidos por cientos para ser reconocidos entre el hedor, quemados en piras o echados en fosas comunes para evitar las epidemias que se vienen en el sudeste asiático, los miles de heridos, los que buscan a sus desaparecidos -lugareños de tantos países afectados y miles de turistas venidos de todo el mundo- han transformado el buscado paraíso en un infierno.



Gritos, llantos, cadáveres, reencuentros, entierros, ayudas internacionales, la destrucción de territorios a través del agua y el terremoto grado 9, la tierra y el mar enloqueciendo, arrasan con todo vestigio de cordura, repiquetean nuestras retinas, cerebros, emociones, en todos los rincones del mundo donde hay un televisor encendido. Las olas gigantescas se repiten en
la pantalla como nos repitieran incesantemente el derrumbe espectacular de las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre del 2001. La misma fecha que a los chilenos nos recuerda aquel fatidico 11 de septiembre del 73, cuando nos arrasaron todo vestigio de libertad y democracia.



Curiosamente -despues de tres años- las imágenes de las Torres Gemelas parecieran tener aún mayor fuerza que el tsunami que sucede ahora frente a nuestra pantalla, cuando murieran entonces 3 mil personas, igualmente frente a nuestros ojos. La causa de aquella tragedia fue un atentado terrorista en el corazón del imperio y La Bolsa Mundial sufrió uno de los golpes más bajos
de su historia, haciendo tambalear la economia mundial.
El tsunami del sudeste asiático, en cambio, es un fenómeno «natural»: las capas subterráneas del Océano Índico se corrieron, provocando aquel salvaje terremoto y tsunami, las gigantescas olas.



El tsunami afectó a Bangladesh, Birma, India, Indonesia, Kenia, Malasia, las Islas Maldivas, Sri Lanka, Tanzania, Tailandia y Somalía. La mayor cantidad de pérdidas humanas, hasta ahora, se encuentra en Sri Lanka, India, Tailandia. Ninguno de esos países tuvo dinero para un sistema de alarma submarina, aquella con la que cuentan los países del Pacifico.



A cuatro dias de la tragedia, la cifra de muertos y desaparecidos ya va aumentando a casi 100 mil personas, mientras la Bolsa Mundial hace un balance optimista del año 2004, confesando pública y descaradamente que esta tragedia NO AFECTA sus ganancias. Por la sencilla razón de que esta gigantesca tragedia sucede en el escenario de la doble tragedia: la maldicion de ser países pobres. Aparte de magras economías, guerras como las de Sri Lanka -el tsunami desplazó las minas terrestres a quién sabe dónde- el turismo fue la gran fuente de entradas que
transformó el sudeste asiático en un pequeño Paraíso de sol, mar y
palmeras, donde llegaron turistas principalmente de los países europeos y norteamericanos. El idilio se transformó en el Paraiso Perdido.



Turistas y lugareños fueron sorprendidos por el tsunami con la misma violencia. Los turistas sobrevivientes parten del infierno tan rápido como pueden. Los lugareños se quedan entre sus muertos, la destrucción de sus ciudades, las epidemias que vienen, los campos minados bajo el agua, la economía por los suelos, dependientes en la mayoría de los casos de la ayuda
externa, para poder beber agua medianamente desinfectada, recibir alimentos, ropa, medicamentos. Y para armar una mínima infraestructura que les permita comenzar de nuevo.



Querida Susan: en estos días se envía ayuda de todo el mundo en forma de dinero, filtros de agua, alimentos, ropa, medicina, ayuda humana, rescate de heridos y en lo posible reconocimiento de muertos, transporte de turistas a sus países, búsqueda de desaparecidos…



Quien no enciende el televisor para ver la tragedia sin fin, no queda embotado frente a la pantalla, como yo. Usted se queda en esta trágica circunstancia en nuestro pensamiento, Susan, sobre todo con su libro «Ante el dolor de los demás».



Pensando en nosotros los espectadores del tsunami asiático, traduzco del alemán un parrafo de su citado libro: «Se mezcla vergüenza en el estremecimiento que sentimos al contemplar un horror real. Quizás sólo tengan derecho a ver ese dolor extremo aquellos que puedan calmar ese dolor, como los cirujanos de un hospital (…) o personas que pueden aprender algo de ese dolor. Los demás somos, querámoslo o no, unos voyeuristas. De todas
formas, el horror nos invita o a ser espectadores o cobardes que no pueden mirar. (…) La presentación de atroces sufrimientos es una posibilidad por la cual podemos enfurecernos y hacer algo para combatir ese sufrimiento».



Pronto será Año Nuevo, Susan, los chicos revientan cohetes en mi calle, se preparan fiestas,la tragedia sucede allá lejos, tan lejos… Quizás podriamos dar la bienvenida al 2005 con la antigua frase: «la solidaridad es la ternura de los pueblos».



Feliz Viaje, Susan. Cuide a tantos que partieron con usted.



Y a nosotros, los que nos quedamos, nos deseo un 2005 más solidario, más tierno, más justo, menos violento.





Münster, 30.12.2004





Isabel Lipthay es una periodista chilena radicada en Alemania.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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