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Ficciones sobre la coyuntura económica mundial (3)


Todos los pronósticos relativos al desarrollo económico mundial de los próximos años, parten del supuesto que los fenómenos financieros asociados a la globalización se mantendrán bajo control y no harán crisis. Pero hay que leer bien los informes respectivos para ver que, implícitamente, la posibilidad de que no sea así pende como espada de Dámocles tanto sobre los pronósticos en si mismos, como sobre la realidad de la economía mundial a la que se refieren.



Por un lado, está el «doble déficit» de los EE.UU; por el otro, la explosión del endeudamiento público y privado en tres de las zonas económicas principales del mundo: EE.UU., Japón y la Eurozona. Lo primero atañe el rol y la posición de los EE.UU. como uno de los pilares nacionales de la economía globalizada y las consecuencias cambiarias y financieras que de ello se derivan. Lo segundo es una cuestión más «estructural» y permanente: Se trata de la creciente acumulación y circulación mundial de títulos de deuda -o sea, de riqueza virtual- sometidos permanentemente a la amenaza de desvalorización y pérdida especulativa.



En cuanto al «doble déficit» de los EE.UU., si en los años finales de Reagan muchos no podían creer las dimensiones que estaba adquiriendo, la realidad de hoy lo hace aparecer cosa de niños. En proporción al PIB, ambos déficits se han duplicado desde entonces. Hoy en día, ese estado debe contraer la fantástica suma neta de casi 2000 millones de dólares diarios para financiar su presupuesto fiscal, y como nación, debe contraer alrededor de 1500 millones diarios netos como crédito externo para financiar su déficit en cuenta corriente.



China, Japón y la Unión Europea, junto con algunos países asiáticos, son quienes como estados ayudan a levantar estas sumas. Pero son millones de inversionistas privados los que también participan, ayudando así a mantener el frágil consumo interno de los EE.UU. y un financiamiento externo, sin el cual el comercio mundial se desplomaría.



Pero mucho peor que el doble déficit de los EE.UU. es, para las perspectivas de crecimiento mundial, la tremenda acumulación de deuda pública y privada en todo el mundo. Incluso en aquellos países, que aparecen como acreedores de los EE.UU. Esta deuda constituye los «activos» de los bancos, fondos mutuos, de inversión, de pensiones, etc., es decir, de los «inversionistas institucionales» encargados de administrar la riqueza acumulada por todos los ciudadanos y que operan transnacionalizadamente. Actualmente, ella supera con creces la suma de los PIB de los países del mundo.



Durante los dos decenios pasados, esta acumulación ha permitido ampliar el nivel de inversiones y de consumo más allá de los límites fijados por los ingresos regulares de empresas y hogares y, por supuesto, de los estados. Igual, esta fue una época de estacamiento económico global. Hoy, sin embargo, se deben utilizar proporciones crecientes de estos ingresos para reproducir el nivel de deuda.



El crecimiento de la deuda pública y privada se ha dado, en los decenios pasados, bajo condiciones de tasas de interés «históricamente» extraordinariamente bajas. Impulsada por varios booms bursátiles y, en los años recientes, por el boom inmobiliario, la creación de riqueza virtual ha sido el principal factor de este bajo nivel. Para la economía mundial en su conjunto, se puede hablar de una situación en que todos se beneficiaron («win – win»).



La cuestión ahora es hasta cuándo habrá de mantenerse este situación o transformarse en una en que – con una crisis financiera generalizada o no – los sectores endeudados se vean obligados a disponer de una parte creciente de sus ingresos para mantener el andamiaje mundial de endeudamiento. De contraerse la acumulación de riqueza virtual, subirían de inmediato las tasas de interés, y el ingreso disponible para consumo disminuiría proporcionalmente. En este caso, ningún banco central podría hacer nada para evitarlo.



Claro está que no sólo China, Japón y otros estados pueden acumular sumas fantásticas de títulos de deuda de los EE.UU. y de otros países. ¿Pero de qué les sirvirá esto, si por efecto del endeudamiento externo público los deudores internos se ven forzados a pagar cada vez más caro su posibilidad de endeudamiento? Lejos de enfrentar un período de mayor certidumbre y confianza, estaríamos frente a la amenaza de una fuerte restricción a la inversión y el consumo. Imaginarse hoy que las tasas de interés pudieran subir a los niveles de fines de los 70, que condujeron directamente a la crisis del endeudamiento en América Latina y otros lugares, sería imaginarse una crisis mundial de mucho mayores proporciones.



No es que esto esté a punto de ocurrir. Pero las condiciones para ello se están creando cada vez más aceleradamente. Y todo ello, a pesar del gran empeño de todos los organismos internacionales en presentarnos un gran canasto de cuentas alegres como regalo navideño.



Alexander Schubert es un economista y consultor internacional chileno radicado en Alemania.








  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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